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05/04/2021

LAS SIMETRÍAS Y ANTIMETRÍAS DE MATAURI


Atauri es la artista, nació el siglo pasado, pero sigue siendo la niña que pinta desde siempre. Estudió Bellas Artes en la Universidad Complutense, en Madrid. En la Complu, y seguramente allí depuró su técnica, sin embargo su afición y dedicación empezó mucho antes. En clase, cuando se aburría; o sin darse cuenta, atenta al discurso de algún profesor chiflado, llenaba las hojas de perfiles de chicas, ensayando retratos de personajes inventados. Con un bic azul como herramienta de trabajo. En clase, mientras otros escribían poesías en las carpetas ajenas; ella, con su letra redonda  clavaba círculos sobre las íes y las jotas y ensayaba perfiles de gordos mofletes y largas pestañas. 

Atauri lleva la mochila llena de ideas que se entretiene en dibujar de madrugada. Tapa su mirada adulta y cansada con las gafas que sujetan su melena colorada. Sus ojos frescos, cargados de infancia se agrandan tras los cristales de colores. Rellena lienzos de detalles iguales y distintos. Repite. Busca llenar espacios y dejar otros vacíos. Equilibra el lienzo. Termina.

Las simetrías y antimetrías de Matauri se balancean entre la realidad y la ficción. Arriba las ramas, los nudos, el enredo del crecimiento. Una línea impoluta define el suelo, empieza la búsqueda del origen, las raíces se abren paso simulando ser ramas que buscan alimento. ¿Entiendes ahora el porqué de mi Copa semicircular? Bajo tierra se cierra el círculo. Y no queda más que decir.

Los apuntes de pinos te llevan a la costa mallorquina. De un vistazo te invade el olor a mar, la bajada a la playa tras atravesar el pinar. Esa costa del mismo nombre, donde los árboles nacen en una suerte de albero cubierto de acículas. Los pinos de Atauri quieren ser palmeras. Son sus árboles inventados. De vez en cuando aparece una silla. Que, por si no lo saben, pertenece al Principito. Está vacía, va a llegar de un momento a otro. Está domesticado. En los cuadros y apuntes de Mariangeles hay que entretenerse un rato. Las raíces que se creen reflejo de la copa. Óvalos que abrazan soledad. Las acículas dan sombra a la silla vacía. Hay que mirar los troncos vencidos por el viento, estremecerse ante el matrimonio de dos copas vecinas. Hay que seguir el trazo de las ramas entrelazadas y perderse en el bosque de las agujas mezcladas. Hay que escuchar el olor a mar que fluye de los barrancos simétricos. A un lado el color, al otro el detalle. Parece que buscan el equilibrio entre la luz y la sombra. Esas estructuras imposibles, sin argumento, con el solo sustento de un suspiro. Del aire. Reposa en equilibrio inestable una silla, la taza de un water o una casa con vistas. 

Los cuadros de Matauri no tienen nombre. Ni están firmados. Hay una burbuja rellena de una bobina desecha, puede llamarse "Estoy hecho un lío". Otra podría ser "estoy muy verde". Otro ¡y un huevo! Los árboles encerrados parecen los pecios de Filomena. Nidos vacíos. Ramas desnudas. Brotes quemados. Es el resumen de una época de mirada atenta, de observación condensada. Gracias Mariángeles por pedirme una crónica. Felicidades. 


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