Yo recuerdo esos días, de acompañar a mamá al mercado. Invoco ahora los
olores y los ruidos, el alborozo, ese suelo “fregao” de aquélla manera, a
manguerazos. Los puestos a los que nunca íbamos. Yo tenía muchísima intriga, porque
en algunos vendían unas aceitunas gordales tan turgentes que aún se me hace la
boca agua al aludirlas. Puestos de caramelos, las panaderías, en las dos
entradas. Ese olor a harina y horno, ese pan que nunca llegaba íntegro a casa.
Comido calentito en el mientras tanto. El Nico, el frutero más caro, del que mi
madre era cliente fiel, hasta que por lo que fuera se les torció la lealtad. ¿Sería
abuso de uno, hartura de la otra? Ni idea. Hay cosas de piel. Esos lazos que se
establecen cliente vendedor que traspasan a veces los límites de lo profesional.
Recuerdo un día en la pescadería rodeada de hielo. Los pescaderos con sus
mandiles negros y verdes, amables, con las manos coloradas de frío, la enorme
tabla donde lanzaban los enromes chuchillos para degollar merluzas y besugos.
Uno de ellos, tan majo y dispuesto, tan joven e inexperto, felicita a la señora
que nos ha dado la vez. “Está usted de enhorabuena” La interpelada contesta con
fastidio y orgullo “no, es que estoy así de gorda”. Madre mía, la cara del
pescadero estaba más colorada que sus ateridas manos. De todo podía pasar en el
mercado. También estaba “el guapo” que era un charcutero que vendía un queso
manchego con el que te re-chupeteabas los dedos. Si tenías suerte, subías a
Gerardo, donde vendían en domingo, era el chino de los setenta. De lujo. Eso
sí, todo tenía su precio. Quiero hacer mención especial al paté Bolado. Solo
vendido en Gerardo y por supuesto en la Boutique del Gourmet, en Nava, a la
sazón otro Nico, Adrados. En la fuente de los Angelitos. Los Angeles. ¿Qué habrá
sido de ese paté que le echaba pulsos al mejor paté de Mallorca? Por cierto, quiero
aprovechar el foro para denunciar que, en Mallorca, famosa por sus ingleses,
medias-noches, suizos y muchas otras delicias, pero especialmente por sus torteles,
han sucumbido a la moda y han perdido puntos a ojos de los fieles. Los consabidos
torteles, antaño tamaño gigante, bozaban el palto de postre, por poquito, pero
se salían. Se caracterizaban además por su semicrudo interior y el abuso de azúcar,
que los hacía deliciosos para acompañar tanto un café, un chocolate como una
mismísima Coca-Cola. Sin subir el precio, los sonados bollos han disminuido su
tamaño, pasando a la escala del donut. Sucumben así a la moda y los estereotipos.
Se adelgazan recursos, se escatima en la espátula que los despega de la bandeja
del horno. Les falta caramelo. Y además, les obligan a hacerlos, por cuestiones
sanitarias, muy hechos, carbónicos. Otro milagro que ha sucumbido a las modas
culinarias. Reivindico el Bolado y los torteles originales. Viva la diferencia.
Yo recuerdo esos días en los que temía resbalar de la mano de mi madre, yendo
al mercado, a la compra, el brazo en alto, porque le llegaba a la altura de la
cadera. Vestida de colores, o de neutro existencialista, medio tacón y paso
firme y decidido. Saludando al barrio. No se fuma por la calle, es de fulanas.
Ella que devoraba los chéster sin filtro, nunca fumaba andando. Si acaso se
entretenía en una cafetería con la excusa del café y el pincho de tortilla. Todo
para fumarse un pitillo después. La misión del niño, en tales recreos, es el
asentimiento, no tiene otra. Y coger alguna bolsa a la vuelta a casa. Si cae un
capricho, bienvenido sea.
¿Pero por qué el perejil es gratis? ¿Que lo gratis no vale nada? Eso
pensarán algunos desagradecidos. No te engañes, además de los abrazos, hay otras cosas que no se pagan y son muy valiosas. Mira en internet, que por lo
visto tomar perejil tiene más beneficios que desayunar un zumo de naranja
recién exprimida, que lleva más potasio que el plátano. Pero a mí lo que me
gusta es el glamour. Llevar perejil en
la compra, decora, como unas flores. Como adornaba el plato antes de descubrir
el vinagre de Módena y las flores comestibles. Tú vas a comprar cuatro
chuminadas mundanas y sales del mercado con una bolsa de papel y un ramillete
de perejil que asoma y no pareces una maruja, si no una francesita del mismo barrio
latino, nadie creerá que llevas Fairy y estropajos; supondrán que en tu compra minúscula
sólo caben hay delicatesen, unos quesos bien elegidos y un vino que marida para
compartir con tu enamorado. Margaritas y el Adaggio.
Vuelvo al mercado, del mercado, con mamá, los brazos elásticos llegando
al suelo por el exceso de compra. Llegar a casa, colocar las cosas y poner en
un vaso con agua el perejil era un todo uno. Luego se marchitaba, languidecía
en el olvido y cuando volvías a ir al mercado, mamá lo volvía a pedir. Eso sí,
en la cocina, en la comida, no se usaba.
Es el gran misterio del perejil, que perdura a pesar de la reconversión de
los mercados, en lugares de ocio solo para iniciados o sustituidos por centros
comerciales de lineares móviles como las escaleras de Hogwarts. Ahí la vida no
vale nada. No existe el individuo, nadie sabe si te gustan las reineta o las Golden.
Si prefieres la carne picada dos veces o no. Si el chorizo lo quieres cortado
muy fino y si te limpia los calamares, que tienes tiempo. En un súper el cliente
es anónimo. Es un totum revolutum. Lo mismo puedes comprar ajo que un foie de
oca, caviar que patatas. Estos supermercados han enrasado a la población por
exquisiteces de marca blanca. Ya no hay bocado de cardinal. La geste lleva
bolsas de tela no para ahorrarse comprarla sino para no confesar que es de Lidl
o Mercadona o Carrefour tal o cual producto. Lo he hecho yo. Presumen de la
empanada que todo el mundo conoce, famosa se ha hecho desde que no se pueden
tomar torteles en Mallorca y ha desaparecido el paté Bolado. Me voy a fumar un
pitillo. Que todo lo bueno desaparece.
Yo sigo pidiendo perejil y, por primera vez, el otro día me miró el frutero con cara de “¡me udo morro!¿no?”. Pensé en que sónde estábamos llegando, ja, ja. Muy gracioso, María.
ResponderEliminar¡mil gracias!
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