Vamos a hablar en voz muy baja.
Dime lo que te pasa, déjame levantarte,
déjame darte un beso y curarte.
Tomo prestado esta estrofa del famosísimo Silvio. Silvio Rodríguez, con el que castigué las tardes de estudio a mis hermanas. Con el que taladré los exquisitos oídos de mi padre. Mi padre, que no podía comprender que me apasionara es cubano que, para su fino gusto, solo daba femeninos alaridos y llenaba de gallos el cuarto de Felipe, después llamado biblioteca.
Tomo prestado este trozo de canción que para mí resume esos momentos en los que uno ve sufrir a sus seres queridos y sabe que no puede acercarse. Son días que se alargan en sentido figurado o real. A veces duran más. A veces lo parece. Pero son casi tan largos para el ser querido, que está sufriendo, o dudando, o pasando un momento malo; como para quien le quiere que se siente un inútil por no poder ayudar. Sin perder la perspectiva, el que lleva la carga es el paciente.
Tomo prestado estos versos para expresar esos momentos en los que uno es consciente de que las preguntas no valen. Aun así, se te agolpan en la garganta, hay un galope de interrogantes en tu cabeza que luchan por llegar primero a tu boca. Pero sabes que no puedes hacerlas. Que si preguntas, mal; y si no preguntas, mal también. Por mucho que te intereses de modo directo por su ánimo, la respuesta, o no llega o no es real. No es que no quiera contestarte, a lo mejor no sabe qué le ocurre. A lo mejor no sabe cómo explicarte. A lo mejor no quiere preocuparte. A lo mejor piensa que te va a hacer daño si te cuenta. Quizá que no le vas a entender, que no le vas a escuchar, que le vas a dejar de querer. Hay tantos tipos de silencio. Tantas maneras de aislarse. Tantas formas de quedarse incomunicado. Pero tú, que le quieres, porque es el amor de tu vida, tu pareja, porque es tu hermano, tu hijo, tu amigo, lo has visto ya, sabes que está en medio de una tormenta. Y solo puedes acompañarle. Te dan ganas de un zarandeo, de un enorme achuchón. Pero te sientes torpe, inoportuno. Te sobran brazos, como a un pulpo.
Y canturreas...dime lo que te pasa, déjame levantarte. Solo te queda que sepa que estás ahí y tener paciencia, no perder la calma y usar esas manos que te sobran para estar ahí cuando se produzca la avalancha, que vendrá. Cuando se rompan las compuertas debes estar preparado para recogerlo todo, caerán chinchetas o cantos rodados, da lo mismo. Tú eres su balsa, su cuenco amortiguador, su paz. Y por amor, ahí estás, recogiendo los pecios que te ayudarán a crecer, a ti y a él, el amor de tu vida, tu hermano, tu amigo, tu hijo. Juntos sois roca que el mar más bravo no osa erosionar.