Todo se arreglaría al día siguiente, pensó cuando se calmó con su propio llanto. Había que esperar a que saliera el sol. En efecto. Mañana será otro día, arrópate y duerme. Tras una noche de tormenta, de rayos y truenos juntos, el amanecer fue sereno, regando el sol de tenues rayos la tierra empapada y caldeando al aire. Acude Claudia guapísima a la universidad donde está becada. Encuentra su laboratorio. Todo parece fácil hoy. Se cruza en un pasillo con el chico más guapo que ha visto en su vida. Sonríe hacia dentro. Por fuera sus mofletes se vuelven encarnados. Él la mira y hace una leve inclinación de cabeza, insinuando un saludo con los ojos.
Al cabo de unos días, ya va adaptando su vida y su rutina al vino y la mantequilla que sustituyen a las cañas y el aceite de oliva. Compra cruasanes recién hechos y fruta por unidades. Madruga más, se acuesta antes. Es la Europa occidental, con sus costumbres y sus horarios. Alquila una bici. Usa boina y bufanda. Fuma tabaco liado. Trabaja sin parar y disfruta su estancia.
Una tarde, camina hacia su casa. Se le están alargando los brazos porque ha comprado demasiadas cosas. Acaba de cobrar y todo lo que ve en el pequeño economato, le resulta apetecible. Compra con el estómago vacío. En contra de las normas más elementales de buena práctica. Cuando empieza a llover, levanta la mano en cuanto ve un taxi. ¿Quién era el taxista? El chico más guapo del mundo, que vio el primer día en la universidad. Hace ya casi una semana. Cuando todavía no era francesa, como hoy. Se vuelve a poner colorada como un tomate. No le salen las palabras. Él sonríe, la ayuda con las bolsas y sin hablar, la lleva a la pensión. Es un pueblo chiquitito. Todos conocen a la italiana que investiga como se defiende del frío la fresa. El chico más guapo del mundo resultó vivir en la pensión de Claudia. Ese día había echado unas horitas en el taxi de un pariente para sacarse un cuartos. Pared con pared con Claudio. Cuando Claudia vio que el chico aparcaba el coche, la ayudaba con la compra y se quitaba el abrigo, no sabía si reír o llorar. El se presentó, también era investigador, belga. Claudia sonrió, se acordó de Tintín, las patatas fritas y Axtérix. Recordó Bruselas, Brujas. Este fue solo el principio de una larga historia.
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