Es decir, cuando te haces mayor y ya no tienes hora de llegar a casa, ni te suenan en el bolsillo las monedas que advierten que si te tomas otra, vuelves andando,; cuando no hay el día siguiente, porque mañana no hay examen ni hora de levantarse, aparecen otras cuitas. Y no hay que echarle la culpa a nadie. Ni son los niños que no pueden estar solos, ni la plancha que se te acumula, ni siquiera un informe que se ha quedado atascado en la bandeja de salida de tu cabeza. No. Somos nosotros mismos. Que he dejado a mi mujer en casa. ¿Y cpmo no ha venido? Que mi marido me está esperando para cenar. ¿Y cómo no ha venido? Y los dolores. Que si lumbago, ciática, las rodillas que me tienen machacado. Ante el infinito en el tiempo que se abre con una sobremesa tiembla el barman y el somelier, el cocinero, el camarero. No forma parte del clan por mucho que salga de la barra o la cocina y comparta la cola del cometa. Le queda mucha tarea cuando todos se van.
No saben lo que se pierden las parejas con dolor de cabeza o desidia se quedan en casa. Porque lo bonito de una de esas reuniones es llegar a la hora del aperitivo, variable según hogares y marcharte mucho después de que se haya hecho de noche, hasta en verano. Y hablar de lo humano y de lo divino. Merendarse el día sin escrúpulos. Beberse el agua de los floreros. Comerse hasta las uñas. Olvidarse de ayunos permanentes, intermitentes o cíclicos, técnicas de mantener el tipo y la tripa, valores disparados de oscuros parámetros que asustan al diagnóstico. Olvidarse de coyunturas jerárquicas. Olvidarse de todo lo que no es la complicidad que dan los amigos, la paz que se siente al relajar el rictus que enganchado una ceja con otra. Sentirse mejor que en brazos.
En esas comidas largas y anchas se recorren las alegrías y las penas, las amarguras y los éxitos. Se enhebran conversaciones cambiando de tema sin solución de continuidad y sin misericordia Se abortan discursos excesivos. Se boicotean monólogos y tristezas y boatos. Se arropan las lágrimas mezclando uvas y queso, que saben a beso. Uvas pisadas, se entiende. Se juntan botellas vacías, los platos quedan limpios.
Las historias propias se transforman con la visión del otro. Acaba lo individual y el secreto, que se hace colectivo y público y con ello se descubre que las pequeñas miserias con las que uno se enfrenta en solitario, creyendo ser únicos pacientes, sintiéndose extraños en un mundo marciano, resulta que al compartirlas, se aprecia la falta de sorpresa del oyente. Y es que no hay nada original. Es que no hay sufrimiento único. Se desdramatiza el dolor en compañía de los amigos, se diluye la pena. Aunque sea un rato. Se asumen las risas de los otras ante lo que nos tomábamos tan en serio, las críticas por las experiencias compartidas. Sólo te sacan de la pista los amigos que te quieren de verdad. Y así puedes volver a jugar.
En el apogeo está la música. Que acompaña al humor. Hay quien adora la guitarra de Led Zeppelin. Hay quien muestra preferencia por una anodina Forest, de The Cure. Después de oir el principio dan las uvas de la ira y hay que comérselas todas. Eso lo puede cantar Karina, se oye al fondo. Y Milikito. ¿Cómo están ustedes? Y es que te das cuenta de la inutilidad del sufrimiento. Y solo los amigos pueden hacertelo ver.
Precioso María 🤗🤗🤗
ResponderEliminarMil gracias. Me alegro de q te haya gustado 😊
EliminarCarpe diem qué bonito María
ResponderEliminarGracias!!!
EliminarMuy bien, María, como siempre ❤️
ResponderEliminar😘
ResponderEliminar:)
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