No hay nada como una palabrota para expresar de
modo conciso y preciso determinadas emociones. Útiles para ahorrarse un
bofetón, una hora de diván o una buena charla tras la celosía, de rodillas. Eso
sí, hay que confesarse de la grosería. Aunque yo creo que no es muy grave.
Basta con arrepentirse, un poco. Lo volverías a hacer, así que no es un
arrepentimiento eterno, no vale para siempre. Un buen taco, a tiempo, hace que
salga el aire de los pulmones, la angustia se evapore y no se somatice.
Estar
hasta los cojones
no es lo mismo, ni de lejos, que estar harto, cansado de una cosa, ni que te
invada la ira y el enfado rezume por cada poro de tu cuerpo porque algo te
resulta particularmente insoportable, contrario a tu criterio y no sabes cómo
desarticularlo debido a que o bien no tienes autoridad ni dominio para que
cambie por razones obvias, que pueden ser naturales (el tiempo), o artificiales
(tus superiores, los políticos). En cualquier caso son ajenas a tu influjo. Se
puede estar también hasta las narices, o
el moño o hasta la coronilla,
como decía mi abuela. Se trata de una sensación la que se traduce en palabrota,
que no expresa exactamente lo mismo que las
protuberancias. A lo mejor mi
abuela tenía más poder del que tendré yo nunca y muchos menos superiores a los
que la impotencia te impide dirigirte con la libertad y el plazo que haría
evitable el estallido último de tenerte hasta
los cojones. Pero cojones, y
en menor medida huevos o pelotas, tiene una sonoridad y una contundencia tal
que el efecto liberador es mucho mejor. No hace falta ser hombre para estar
hasta ahí, aunque resulta más sencillo siendo varón el uso de tal voz.
Ser un hijo
de puta no significa que tu madre sea una mujer que cobra a cambio de favores
sexuales. Tampoco ser un hijo de la
grandísima puta quiere decir eso. No. Ser un hijo de puta tiene varias acepciones, algunas buenas, en fin:
positivas. Cuando un tío tiene mucha suerte, o algo le ha salido muy bien, o liga
con una chavala estupenda, su amigo se alegra, con un ¡Qué hijoputa! Todo junto. Ser un hijo de puta es como ser malo, canalla, un desgraciado, alguien sin
escrúpulos, vil, capaz de desdecirse sin despeinarse, traicionero, falso. Todo
mezclado en la coctelera. Para lo que sería menester un párrafo o media hora de
explicación se resumen en un contundente es
un hijo de puta. Dicho despacio, con todas las letras (mayúsculas
mejor) y en voz alta o muy alta. No sé si denota algo de admiración, pero
sobretodo está lleno de desprecio. Aleja al usuario del destinatario. Los
separa. Abre una brecha. Es una piedra en medio de un río. Una piedra que está
sola. Holden, el protagonista del Guardián entre el Centeno, le llamaría
cretino a ese hijo de puta que tienes en mente ahora.
Otro taco que sí que es útil es cojonudo, porque cojonudo es cojonudo. No es bueno, es mejor, solo sinónimo de acojonante. Mola muchísimo, es de
subidón total. Dicho de alguien, le pone guapo, le hace crecer. Significa
lealtad, camaradería. Significa que es redondo, que lo tiene todo. Es tan
concreto que debes abrir mucho la boca para decirlo. Los gestos han de
acompañar el sonido porque el vocablo está lleno de pasión.
Y la última y más redonda de las palabrotas
tiene cuatro letras y sólo se puede decir en español, por portar una letra que
sólo en tal lengua es usada y existe. No la escribiré porque es muy fuerte. Un
hombre ilustre la sustituía por “concho”, que no es lo mismo. Pero él era así
de elegante. Tal vocablo es útil en el enfado, acompañado de un buen puñetazo
en la mesa, de esos que dejan recuerdo desde la muñeca al meñique.
Es muy recomendable y liberador el uso de las
palabrotas. Con perdón. La verdad es que oídas resultan ordinarias y claramente
candidatas de ser sustituidas por un sinónimo. Eso sí, no es lo mismo.
Interesante y peculiar artículo. Las palabrotas, usadas en el momento oportuno, pueden ser una maravilla. Lo mismo pasa con los insultos, con gracia. Como con todo, generalmente no hay que abusar de su uso. Aunque una ristra de ellas seguidas, bien escogidas, al estilo del capitán de Tintín, pueden ser muy graciosas. Supongo que si se acabase su "prohibición" habría gente que las usaría menos, porque les perdería parte de su gracia, la atracción por lo prohibido. También supongo que habría los que se lanzasen a soltarlos sin "temor". Vayan los unos por los otros, pues. Pero en realidad son palabras como cualquier otra, es una convención social que estén mal vistas, convención que con el tiempo puede cambiar. Que palabras como joder, coño, cojones...estén mal vistas tiene un trasfondo puritano.¡Y mira que pueden ser dichas con gracia!.Y ya acabo, que me estoy liando, joder.
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