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13/11/2017

LAS PALABROTAS. CON PERDON


No hay nada como una palabrota para expresar de modo conciso y preciso determinadas emociones. Útiles para ahorrarse un bofetón, una hora de diván o una buena charla tras la celosía, de rodillas. Eso sí, hay que confesarse de la grosería. Aunque yo creo que no es muy grave. Basta con arrepentirse, un poco. Lo volverías a hacer, así que no es un arrepentimiento eterno, no vale para siempre. Un buen taco, a tiempo, hace que salga el aire de los pulmones, la angustia se evapore y no se somatice.

Estar hasta los cojones no es lo mismo, ni de lejos, que estar harto, cansado de una cosa, ni que te invada la ira y el enfado rezume por cada poro de tu cuerpo porque algo te resulta particularmente insoportable, contrario a tu criterio y no sabes cómo desarticularlo debido a que o bien no tienes autoridad ni dominio para que cambie por razones obvias, que pueden ser naturales (el tiempo), o artificiales (tus superiores, los políticos). En cualquier caso son ajenas a tu influjo. Se puede estar también hasta las narices, o el moño o hasta la coronilla, como decía mi abuela. Se trata de una sensación la que se traduce en palabrota, que no expresa exactamente lo mismo que las protuberancias. A lo mejor mi abuela tenía más poder del que tendré yo nunca y muchos menos superiores a los que la impotencia te impide dirigirte con la libertad y el plazo que haría evitable el estallido último de tenerte hasta los cojones. Pero cojones, y en menor medida huevos o pelotas, tiene una sonoridad y una contundencia tal que el efecto liberador es mucho mejor. No hace falta ser hombre para estar hasta ahí, aunque resulta más sencillo siendo varón el uso de tal voz.

 

Ser un hijo de puta no significa que tu madre sea una mujer que cobra a cambio de favores sexuales. Tampoco ser un hijo de la grandísima puta quiere decir eso. No. Ser un hijo de puta tiene varias acepciones, algunas buenas, en fin: positivas. Cuando un tío tiene mucha suerte, o algo le ha salido muy bien, o liga con una chavala estupenda, su amigo se alegra, con un ¡Qué hijoputa! Todo junto. Ser un hijo de puta es como ser malo, canalla, un desgraciado, alguien sin escrúpulos, vil, capaz de desdecirse sin despeinarse, traicionero, falso. Todo mezclado en la coctelera. Para lo que sería menester un párrafo o media hora de explicación se resumen en un contundente es un hijo de puta. Dicho despacio, con todas las letras (mayúsculas mejor) y en voz alta o muy alta. No sé si denota algo de admiración, pero sobretodo está lleno de desprecio. Aleja al usuario del destinatario. Los separa. Abre una brecha. Es una piedra en medio de un río. Una piedra que está sola. Holden, el protagonista del Guardián entre el Centeno, le llamaría cretino a ese hijo de puta que tienes en mente ahora.

 

Otro taco que sí que es útil es cojonudo, porque cojonudo es cojonudo. No es bueno, es mejor, solo sinónimo de acojonante. Mola muchísimo, es de subidón total. Dicho de alguien, le pone guapo, le hace crecer. Significa lealtad, camaradería. Significa que es redondo, que lo tiene todo. Es tan concreto que debes abrir mucho la boca para decirlo. Los gestos han de acompañar el sonido porque el vocablo está lleno de pasión.

Y la última y más redonda de las palabrotas tiene cuatro letras y sólo se puede decir en español, por portar una letra que sólo en tal lengua es usada y existe. No la escribiré porque es muy fuerte. Un hombre ilustre la sustituía por “concho”, que no es lo mismo. Pero él era así de elegante. Tal vocablo es útil en el enfado, acompañado de un buen puñetazo en la mesa, de esos que dejan recuerdo desde la muñeca al meñique.

Es muy recomendable y liberador el uso de las palabrotas. Con perdón. La verdad es que oídas resultan ordinarias y claramente candidatas de ser sustituidas por un sinónimo. Eso sí, no es lo mismo.

1 comentario:

  1. Luis Manteiga Pousa13/3/23, 19:56

    Interesante y peculiar artículo. Las palabrotas, usadas en el momento oportuno, pueden ser una maravilla. Lo mismo pasa con los insultos, con gracia. Como con todo, generalmente no hay que abusar de su uso. Aunque una ristra de ellas seguidas, bien escogidas, al estilo del capitán de Tintín, pueden ser muy graciosas. Supongo que si se acabase su "prohibición" habría gente que las usaría menos, porque les perdería parte de su gracia, la atracción por lo prohibido. También supongo que habría los que se lanzasen a soltarlos sin "temor". Vayan los unos por los otros, pues. Pero en realidad son palabras como cualquier otra, es una convención social que estén mal vistas, convención que con el tiempo puede cambiar. Que palabras como joder, coño, cojones...estén mal vistas tiene un trasfondo puritano.¡Y mira que pueden ser dichas con gracia!.Y ya acabo, que me estoy liando, joder.

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