En
esto es en donde yo me noto mayor. En plan de " en mis tiempos" o
" cuando yo tenía tu edad". Hay un punto en la vida en el que ocurre
ese cambio, ese chip, esa tecla que indica que algo profundo ha cambiado. Dirán
que hay inventos importantes que lo revolucionaron todo. Para mí son los
pantalones vaqueros.
En los
años 70 todos los europeos llevábamos pantalones vaqueros. El vaquero tenía
mucha simbología. En parte era señal de libertad, de frescura en el modo de
vestir. Nuestros abuelos no tuvieron tal prenda. Ni nuestros padres, nacidos en
la Guerra española o la posguerra la vistieron de niños. Era conocida por las
películas del Oeste. Los petos, los vaqueros con grandes cinturones. Pero fue
después cuando invadió nuestra moda.
¿Qué
puede molar más que un pantalón vaquero bien puesto con una camiseta blanca
reluciente?. Que se lo digan a Bruce. El "jefe" ya lo sabía. Es el atuendo perfecto.
Respecto al vaquero, a
escondidas se confiesa que con él te achicharras en verano y te pelas
de frío en invierno. Anécdotas. Pamplinas. Enemigos ocultos que todo lo tienen que criticar.
Nosotros en los 70 llevábamos Lois, Lee, Wrangler...o alguna otra marca más canalla todavía. Sólo los más afortunados, de padres sensibles o con money money, o que viajaran...¡a Canarias!. Porque aunque nadie se acuerda hubo una época en que los niños venían de Paris y las calculadoras de Canarias. Solo algunos, digo, tenían la 'potra' de conseguir un LS...Los bolsillos traseros se deformaban, bien por el paquete (duro) de cigarrillos ¿qué serían los vaqueros sin el Marlboro?, o por llevar la cartera, el mechero (cipo). Los usábamos un invierno, y la primavera siguiente, y en verano, y el otoño, y otra vez en invierno. Se compartían con los hermanos de talla parecida, y al cabo empezaban a clarear. Entonces molaban más. De pronto una rodilla transparentaba. Eso era estupendo. Tu madre corría a ponerte una rodillera. Bueno. Ya se caería. En los muslos, del roce, era frecuente que empezaran a salir hilos blancos que te entretenías en enredar entre tus dedos. Rascabas aquí y allá. Y el pantalón, cada vez más querido, cada vez más tuyo. Cada vez más hecho a ti. Cogía tus formas, tus costumbres. Era perfecto. Podías poner parches, remiendos. El bolsillo trasero agujereado por un boli o un portaminas. Pero cada pantalón era único y diferente a todos los demás. Como las personas. Tenían su identidad.
Recuerdo a un chico de mi colegio que llevaba tan roto el pantalón que se le veía la parte de abajo de los calzoncillos. ¡Una revolución! Recién enterrado Franco. Iba tan pancho. Todo un líder.
Lo que para mí supone el colmo de la estupidez es romper un pantalón nuevo a posta. Peor: Comprar un pantalón nuevo roto y lavado a la piedra, por supuesto mucho más caro que uno de su color original, azul marino. ¿Que historia tiene esa prenda?¿Qué significa esa pierna al aire con miles de hilos atravesando un roto que va de costura a costura? Y quinientas niñas con el mismo modelo de roto, de parche, de bordado. ¿Dónde está la personalidad? ¿Dónde la elección? ¿En el tamaño del agujero. Esos pantalones, recién comprados, están literalmente para tirar. Son una birria. Y punto
Nosotros en los 70 llevábamos Lois, Lee, Wrangler...o alguna otra marca más canalla todavía. Sólo los más afortunados, de padres sensibles o con money money, o que viajaran...¡a Canarias!. Porque aunque nadie se acuerda hubo una época en que los niños venían de Paris y las calculadoras de Canarias. Solo algunos, digo, tenían la 'potra' de conseguir un LS...Los bolsillos traseros se deformaban, bien por el paquete (duro) de cigarrillos ¿qué serían los vaqueros sin el Marlboro?, o por llevar la cartera, el mechero (cipo). Los usábamos un invierno, y la primavera siguiente, y en verano, y el otoño, y otra vez en invierno. Se compartían con los hermanos de talla parecida, y al cabo empezaban a clarear. Entonces molaban más. De pronto una rodilla transparentaba. Eso era estupendo. Tu madre corría a ponerte una rodillera. Bueno. Ya se caería. En los muslos, del roce, era frecuente que empezaran a salir hilos blancos que te entretenías en enredar entre tus dedos. Rascabas aquí y allá. Y el pantalón, cada vez más querido, cada vez más tuyo. Cada vez más hecho a ti. Cogía tus formas, tus costumbres. Era perfecto. Podías poner parches, remiendos. El bolsillo trasero agujereado por un boli o un portaminas. Pero cada pantalón era único y diferente a todos los demás. Como las personas. Tenían su identidad.
Recuerdo a un chico de mi colegio que llevaba tan roto el pantalón que se le veía la parte de abajo de los calzoncillos. ¡Una revolución! Recién enterrado Franco. Iba tan pancho. Todo un líder.
Lo que para mí supone el colmo de la estupidez es romper un pantalón nuevo a posta. Peor: Comprar un pantalón nuevo roto y lavado a la piedra, por supuesto mucho más caro que uno de su color original, azul marino. ¿Que historia tiene esa prenda?¿Qué significa esa pierna al aire con miles de hilos atravesando un roto que va de costura a costura? Y quinientas niñas con el mismo modelo de roto, de parche, de bordado. ¿Dónde está la personalidad? ¿Dónde la elección? ¿En el tamaño del agujero. Esos pantalones, recién comprados, están literalmente para tirar. Son una birria. Y punto
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