Fue
una pena la muerte de Peter Sellers. Sí. Se habla de lo gracioso que era. ¿Pero
alguien recuerda de todo lo que rompía? ¿No hay memoria del follón que
organizaba allá por donde pasaba? ¿Todo lo que se le caía, con lo que
tropezaba? Sería a propósito, pero ¡qué torpe! A mí es que eso no me hacía
gracia. Me ponía y pone nerviosa. Pienso en la currada de limpiar la tontería,
en cómo van a arreglarlo todo. Soy incapaz de separar hechos y consecuencias.
No digo yo que no tuviera su punto. Un punto de risa floja. Para el que le haga
gracia. Sí, como cuando alguien se cae por la calle porque pisa una hoja de
plátano de TBO o se le engancha el tacón en una rejilla. Que no tiene gracia.
Una película es para disfrutar. Confieso que en algunas lo paso mal por
motivos varios. Pero tienen en general fundamento. Se basan mis razones en la
trama. Se deben al dolor que sufren los protagonistas, a su padecimiento, que
comparto con empatía que me desborda. Sufro con ellos miedo que pasan, los
sustos que reprimen, que a veces me hacen gritar más que a ellos mismos; por su
condición de protagonistas, obligados a contenerse para no ser descubiertos. Y
también lloro por la tragedia de la que son núcleo y parte afectada, por el
amor que se profesan y se acaba. Y me troncho de risa cuando lo pasan bien.
Soy a fin de cuentas buen espectador. Pero cuando se rompe todo.... No
lo entiendo. El colmo es cuando matan o hacen daño a un niño. Vamos a ver: Si
uno tiene la capacidad de inventar, de hacer el guion como le da la gana, ¿qué
necesidad hay de hacer daño a los niños? En esas ocasiones me pierdo, se me
despista el argumento. Fibrilo. Entro en una resonancia verbal que resulta
insoportable para mi compañía. Empiezo con un ¿para qué? ¿están tontos? Y eso
que me aguanto muchísimo, desde que mi proceso interno de incomprensión ha
entrado en funcionamiento. Y eso que llevo rato contenida.
Cuando alguien me habla de El Guateque me pongo mala. Además de recordar
alguna fiesta adolescente en la que calentaba la silla esperando a que alguien
me sacara a bailar. Acontecimiento que cuando ocurría no hacía más que reforzar
mi tesis de "no tenía que haber venido". Reforzar mi idea de que
estaba mejor en casa, con Los Cinco, El Guardián, El Hobbit o lo que tocara
según edad. O hablando con mi padre, escuchándole. O contándole a mi madre o
cocinando en su caos de recetas medio inventadas y riquísimas. Propias de un
científico. Eso. Además de recordar el horror de algún guateque adolescente el
Guateque es el resumen de ser un patoso, colarse en una fiesta, hacer que todo
te salga mal. Me supera. A cierta distancia están la películas del Oeste en las
que en la paz del Saloon entra de pronto a través de esas puertas que no llegan
al suelo y dejan pasar luz a raudales en la oscuridad del bar, entra el malo y
se organiza la de San Quintín, El único que se preocupa por los muebles y las
botellas es el camarero, hasta cierto punto, cuando las balas silban, se
esconde detrás de la barra mientras la pelea llega a su clímax. Se rompen las
sillas, las botellas, las mesas. Un desastre. Los malos y los buenos acaban su
pelea y se van tan panchos. No puedo con ese caos. Imagino cuantas veces habrán
rodado la escena y cuántas sillas y botellas destrozadas. Es superior a mis
fuerzas.
En general
las pelis tienen de malo que acaban y no sabes que pasa después. En el caso de
películas como El Guateque tienen de bueno que cuando acaban no tienes que
preocuparte por quien arregla ese desaguisado luego. Con mi admiración y
respeto a Peter Sellers. Y mi más tierno recuerdo.
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