Se olvidan las palabras. Como cuando se habla en un idioma que no es el propio y el concepto está en alguna parte, se ve el objeto y no sale su nombre; se siente, está la emoción y no aparecen las letras que forman el vocablo. Falta una conexión , es un hilo finísimo el se ha roto e impide la comunicación, la posibilidad de compartir y salir de uno mismo, abrirse al mundo.
El adulto vuelve a la cuna, a la distancia con el otro. No consigue que
le entienda el mundo que le rodea. Con la desesperación ensanchada porque es algo perdido. Al contrario que el bebé, acercándose en el camino del aprendizaje, el adulto se aleja.
Cuando no se halla la palabra, cuando por mucho que se busque en los cajones de la memoria, no se encuentra nada; cuando se fabrican o aprenden técnicas para facilitar el recuerdo que igual se diluyen en un líquido grisáceo, ese mercurio (Hg, no planeta) que llenaba termómetros, tan útil, se convierte en enemigo feroz que engulle en su espesura la memoria. Cuando se hace acuoso el contenido del cerebro, donde todo baila buscando lazos para conectar, en ese momento brota de la garganta y la mirada algo parecido al pánico. En los alrededores del estómago nace la incertidumbre. Se va agrandando el espacio entre lo que se siente y lo que se es capaz de decir. ¿Y si el olvido se asocia a la desaparición? Del amor, del azul . Del dolor o la alegría. ¿Es posible dejar de sentir lo que no se puede expresar?
La familia, los libros, los amigos, incluso Internet son herramienta contra el olvido. Ayudan a encontrar. Pero si se olvida que el verde se llama verde, o qué significa encarnado: ¿desaparecen entonces el bosque o las cerezas?. Si olvidas cielo, mar, si no te sale cual es el color de los ojos en los que te ves cada mañana, entonces ¿no hay horizonte? ¿Y si el olvido ocurre antes de la ausencia? Del amor del azul.... ¿Qué va a hacer internet entonces? ¿O ACASO ES EN PARTE CULPABLE?
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