Me
acuerdo que antes se quedaba en VIPS al volver del verano. Era un sitio cómodo. Lo mismo te tomabas unas
tortitas que una hamburguesa, o revelabas las fotos, o comprabas material de
papelería para el nuevo curso. Hacía
fresco, podías esperar dentro; lleno de revistas y libros que ojear, con lo cual,
si habías olvidado las costumbres de puntualidad de tus amigos, estabas a
cubierto. Se podía hasta disimular un plantón en plan "yo no he quedado
con nadie, busco un regalo ". Respuesta por cierto a una temida pregunta
que nunca te hicieron. No era lo mismo que quedar en el café Gijón, el Ruiz o
en La Vía Láctea. Ahí si llegas solo y
no están tus amigos lo tienes chungo. Por muy independiente que seas. Pillar
sitio en la barra y esperar. Uf. Y fuera
tampoco era agradable. Aceras estrechas. Mucho bullicio. Nadie te veía, pero tú
no sabías donde esconderte. Y si te interceptaban la mirada, malo. Podían
ofrecerte algo, confundirte, el filo de la navaja. La imaginación tortura la
espera. "I'm just waiting on a friend". Hasta los Rolling se
compadecían. Ahora con el móvil se disimula más. Es como si estuvieras haciendo
algo y conectado. La sorpresa desaparece
porque en directo se retransmite la llegada. Y de esa forma además no eres
necesariamente un pringado ni un mirón. De todas maneras, por lo que sé, la
gente sigue quedando en VIPS. Ahora se le llama quedar en "Paseo ",
te lo juro por Snoopy, en el VIPS de Paseo de la Habana. Vamos, como siempre, o en el de Velázquez. Ya
no apesta la mano a volante porque han venido en un cabify. Luego se pillan una
bici para volver. Como siempre. Y parece que ahora, es pijo ir a Paseo. Como
siempre. Y también es pijo ir al dos de
mayo. ¿Y? Pero si los pijos son
buenos. Son los buenos. Sean mods,
roqueros, rockers o punkies. Arquitecto o ingeniero. Albañil o armador. Da
gusto. Con el golf prestado de la madre o la Vespa (Lambretta es para nota).
El
final del verano llegó. Y siempre es
igual. La gente vuelve segura e
indiferente de las vacaciones.
Indiferente a cualquier tipo de contaminación. Les rodea un aurea. Se
detecta por su confianza. Van brillando y dejando un halo por donde pasan.
Algunos siguen en chanclas por la Castellana como si estuvieran bajando al
Arenal. Otros se atreven con camisas
floreadas, un botón más de la cuenta desabrochado; en Serrano esquina Lista
(sí, Lista, en Ortega y Gasset no vive gente tan fina) espera el semáforo un
hombre que no cumple ya los 70, ha bajado a pasear a su bóxer, Teo; calza
alpargatas rojas, bermudas crema, con todos sus bolsillos de explorador y un
polo que se ha dejado por fuera. Se ha afeitado, como siempre. Pero se ha
permitido un desaliño en las canas. Es evidente que acaba de llegar de
Sotogrande. Ha dejado la sal y la arena, recuerda el spinnaker inflado como su
corazón. Le durará hasta el puente del Pilar, espera, esta renovación de aire
en los pulmones. El viento en la cara. No llega a navidades. Por Eduardo Dato y
Martínez Campos se encuentran las amigas. No se han quitado el blusón que le
compraron al negro que, con una sombrilla abierta, recorría Cala Mijor de un
extremo a otro. Llenan el Mercadona de mar y pinos. Luce aquélla las mollas de
las boliñas que se tomaba con su chico acompañadas de caipiriñas. Tan
contenta. Tan contentos. El resopla aire
de los Picos de Europa por los mofletes colorados aún. Hablan todos un poquito
más alto. Ríen.
todos
un poquito más. Se sorprenden y alegran.
Ha cambiado también la distancia social y la confianza. Se han acostumbrado a
la alegría. A pasear, a disfrutar, a abrazarse mucho. A estar contentos muy
seguido. A ver cosas bonitas. En fin. Por sus venas baila la alegría. Han recuperado un trozo de tarta de la vida.
Quieren que dure. ¿Cómo hacerlo? No que
duren las vacaciones. Que dure el humor. La manera de ver las cosas. La actitud.
Porque
al final es cierto que es el resumen. La
actitud. No hay más. Hacen falta buenos cimientos. Un lugar seguro donde
apoyarse. Y desde ahí sonreír. Las cervezas saben de otra forma en vacaciones y
no es la altura ni la distancia al mar. Es la actitud.
.