La
pregunta normal es ¿tú qué quieres ser de mayor? Así le preguntó el piloto del avión
en el que volábamos en viaje de fin de carrera a un amigo mío. Claro que mi
amigo le había pedido previamente que le enseñara la cabina. Como un niño
chico.
En
el "qué" es fácil moverse: piloto ya que estamos, escritor, artista,
malabarista, payaso, bombero, médico, o "yo llevaré los negocios de mis
padres". (Uso el neutro porque quiero, porque nuestro idioma nos permite
englobar en él a ambos géneros). El abanico es amplio. Lo difícil es cómo.
Yo
nunca supe lo que quería ser. Hasta el último minuto me debatí entre filosofía
y arquitectura. Igualito. Finalmente hice otra cosa. Lo que sí sabía era
"cómo". Ahora me doy cuenta. Entonces, ni idea. Lo peor que me podían
decir a mí no es que era tonta, fea o gorda. ¡Pesada!. Tela. Lo peor
era "tú crees que eres buena, pero en realidad no lo eres ". Ese
inocente comentario, de un mocoso de seis años, a mí me abría en canal. Me dejaba muerta. Porque es que yo quería ser
buena. No buena de santa. Solamente buena.
Nací
en ese momento de la historia de España en el que muchos padres optaron por la
educación liberal. Lo agradezco. Siempre me he sentido afortunada. Pero hubo
algunas zancadillas en ese camino para nosotros, beneficiarios de tal libertad.
La principal dificultad era el límite. Ahí está la madre del cordero. ¿Qué está
bien y qué no? No hablamos de robar y matar. El límite había que encontrarlo
dentro, porque se depositaba en nosotros el bien preciado de la confianza que
implicaba la libertad para decidir. No era fácil. Ahora sé que el ejemplo era
el camino. Y yo tenía suerte en eso.
En
fin, desde niña a muy mayor, ahora, que dicen que ya soy mayor; yo solo quería
ser buena. Quería ser esa persona que entra en los sitios y sus amigos o
compañeros o parientes, se alegran. No porque es simpática y ocurrente. Porque
da paz. Porque por donde pasa siembra alegría. Porque siempre tiene una palabra
agradable que decirte. Porque tiene un sensor que le hace saber cuándo el otro
necesita más. Porque da sin pedir nada a cambio. Sin esperarlo. Eso quería yo
ser. Buena. No la típica amiga que está llena de chascarrillos. La que saca
defectos de donde no los hay, o de donde sí. Esa gente que en cuanto te giras
son mordaces. Hacen reír al público un montón. Ya. Pero yo nunca he querido
eso. Que no digo que sean malos. Tampoco quería tener un millón de amigos y así
más fuerte poder cantar. No. Yo quería lo otro. Dar paz. Dar alegría. Facilitar
las cosas. Anticiparme. Estar pendiente. No tener pereza para echar una mano.
Enfocar la vida desde el lado bueno. Encontrar, en fin, de todo, la parte
positiva. Sin mentir. Sin pintar la realidad. Pero casi dándole la vuelta,
mirando de manera que hubiera siempre salida.
Sé
que todo esto parece una bobada, un canto al sol. Lugares comunes. La paz
mundial. Pero es mucho más que todo eso. De tan profundo que lo siento está en
lo oscuro, escondido, hasta aburrido. Se encuentra en las cimentaciones del
corazón. Y es una decisión de vida. Además, hay gente así. Que lo sé. Yo no.
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