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24/07/2019

IMBECIL



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Hay tacos, y un par de escalones por encima, está la palabra imbécil. Se trata de un insulto esférico. Y por tal entiendo que es equidistante y equilibrado, que le va como anillo al dedo a quien le corresponde. Que no tiene ángulos donde esconderse. Ausencia de resquicios. La trasparencia misma de la tontería. Ya lo dice el diccionario Que es poco inteligente o se comporta con poca inteligencia. La onomatopeya del calificativo contiene en su sonido el grado de intensidad del vocablo. Es duro, cierto, pero jamás se usa sin sentido. Al cabo, cuando por fin llamas a alguien imbécil es que estás tan lleno que tienes que soltar lastre. Y lo merece. Por eso se dice fuerte, se dice alto, se contraen las vocales hasta convertir la llana con tilde en un monosílabo, imperativo, directo. Contundente. Digno de un lo bueno si breve. No es una suerte tener a alguien a quien colgar ese cartel, pero sí lo es que exista la palabra. Para no envenenarnos. El importante el cómo, cómo se dice imbécil. Los llabios se sellan tras la primera silaba, se acaba la m dentro de la boca, con un sonido de cierre. La segunda sílaba es casi oculta "b"  entre el cierre y la apertura para el colofón "cil". Es como un puñetazo. En su conjunto.

Quién fuera abrigo pa'andar contiguo, decía aquél.  Quien fuera Góngora para manejar la ironía y el don de la palabra. Imbécil.  Qué mejor palabro para definir a ese ser cercano al necio, al idiota. Al que sabiéndole todos tonto, cree que está en posesión de la victoria y la verdad gracias al dominio del arte del disimulo. Hábil en el escaqueo. Cree que podrá escapar. No es consciente de la jaula transparente en la que vive y que su imbecilidad anda al cabo de la calle. Camina erguido y con aplomo, cargado de razones. Se alimenta de sí mismo. No necesita más.  Puede ser invencible. 

Imbéciles hay en todas partes. No se nace imbécil, se crece, o se vuelve uno imbécil. Y, una vez que se arranca, todo se hace grande, Cada minuto que pasa va en su contra, crece la necedad, la falta de inteligencia. Cada vez se les mira más. Cada vez le es más difícil pasar desapercibido. Y así, aunque se vistan de lagarterana, se les ve el plumero.  Se pongan guapos o feos.  Se tapen el pelo, imberbes tardíos o con flores en la barba. Se pongan rubias o coloradas. Pero a ellos esto, en contra de limitarlos, les pone. Les empodera. Y se crecen. Así, pasan de ser seres anónimos e invisibles, a protagonistas. Dicen todo lo que se les pasa por la cabeza. Adolecen de filtros y la sorpresa del contrario es tan inmensa que no se atreven a la réplica. El imbécil toma el silencio prudente por admiración. Y se alimenta. Un imbécil es un imbécil se ponga como se ponga. No hay disfraz que tape la estupidez. Por mucho que te empeñes. El desliz más nimio abre una fisura que se torna grieta y a partir de ahí se abre la caja de los vientos. Pandora no puede cerrar. Salen cintas de colores, arcoíris de velas, primeros estratos de la cubrición. Vuelan perdiéndose en las nubes altas.  Se van. Los absorbe el anticiclón de las Azores. Esa A gigante.

El imbécil no tiene remedio. Pero lo peor son los daños colaterales. Los inocentes. La gente que buenamente confía en ellos, por una cosa o por otra. A veces por compasión, otras por ceguera emocional. Son capaces de hundir barcos en la costa, sin calado. Son capaces de romper un país o un plato por nada. Porque son así. No miden. Quizá es un exceso de cariño por sí mismos, o tan solo lo que dice la Academia Que son poco inteligentes o se comportan con poca inteligencia. Por lo visto la palabra imbécil proviene de la latina “imbecillus”, que etimológicamente viene a significar algo así como “sin apoyo, sin bastón”, y se usaba para designar a las personas que tenían algún tipo de enfermedad física y que no podían valerse por sí mismas o ser autosuficientes debido a esa “debilidad”.

17/07/2019

ELSA, TENEMOS QUE HACER ALGO. EN RECUERDO


Tenemos que hacer algo, me dijo Diego en el entierro de Elsa, la pequeña del Abeto.

En una ciudad no se va a un entierro a no ser que el muerto sea de tu familia. La familia incluye algunos amigos y para bien o para mal, no a todos a los que nos une la sangre. Hay quien teme inferir. No ser oportuno. Aunque en un duelo nadie sobra. Cualquiera que hay pasado por uno, lo sabe. Todos los abrazos son bienvenidos. Todos los besos. Nada reconforta lo bastante, pero no se trata de eso. En un pueblo las cosas son distintas. En un pueblo se para la vida por la muerte y no hay nadie comiendo, ni haciendo la compra, ni nadando cuando están enterrando a Elsa, la hija pequeña de Emilio. Las manillas se atascan y solo tañen las campanas. Se cierran puertas y ventanas. Se llena el aire de silencio. En el monte no salen ni los bichos. En un pueblo no hay ruido cuando se llora. No hay aplausos por las bellas palabras. Corren los escalofríos por las pieles de todos cuando el sacerdote recuerda que Elsa le comentó esto o aquello. Cuando le dijo que quería estar más cerca de Dios. Todos callan. Algunos cabecean asintiendo. Hasta los animales respetan el mute. Como en el momento de reconocer nuestros pecados, cada uno acerca sus recuerdos de Elsa, la niña, de Elsa la adolescente, de Elsa adulta, pero nunca cerca del final.

En Navacerrada, el pueblo y la terraza entera del Abeto, subimos al cementerio. Llenamos calle cerrada, la iglesia, y luego el Campo Santo. Las banquetas de tres patas están vacías. Las sillas de director, naranjas, dobladas. Como cuando llueve. Como cuando no abre. Todavía. Las cortinas indias echadas. No cabe luz por ninguna contraventana.

Sus hermanos, Marta, Emilio, María. Marta y María consumidas. Se han adelgazado sus siluetas, se han resumido hasta quedarse en llanto. Solo son sombras. Emilio sin voz. Y Juanita, madre, viuda; de pronto he visto su pelo cano, blanco como la nieve. Blanco como Navacerrada en invierno. Blanco. Blanco como el corazón de Elsa, que se ha ido. Corazón tan blanco. Queda Elsa la pequeña, la hija de Antonio y Marta. Es bonito y escalofriante que lleve su nombre. Sabrá honrar a su tía.

Enfrente, en el cementerio, está Javier, el Chino. Ha subido el ataúd con Emilio. A su lado. No podía ser de otra manera. Mira en shock a esos niños que ya no lo son. Él conoció a Juanita embarazada de Elsa. Les mira sin pestañear, tiene el rostro lleno de lágrimas. Es un hombre curtido por fuera y por dentro. Ese hombre de bromas y frases cortas. Sin comentarios. Siempre atento. Pero este golpe le ha abierto en canal. Su piel serrana se torna transparente y vulnerable ante la daga.

Al salir del tanatorio nuestras caras saladas de la mezcla del dolor derramado. Las huellas de las lágrimas. Juntas habrían llenado el embalse castigado tantos años por la sequía. 

Estábamos todos los que pudimos estar. Allí los mayores y los que no lo son tanto. Hemos pasado largas tardes en el Abeto. Con botellines helados y montados de lomo. Coca colas perfectas. Y copas sin vaso de tubo desde hace años. Patatas la Montaña con salsa Perrins. Esa ensalada de tomate con sal gorda. Juanita, tienes que volver. Emilio, no arregles ese congelador, deja que esos botellines sigan saliendo helados, a punto de congelarse. Llama a la mesa de los Cabo la de Baldomero. Atiende a los Carrero, Tato, Mancho, Herrero, Ferrero, Lafont, que Ramón ya no está, Pestaña, Barranco, Tomé, Joselín, Manzanares, Torres, Antón, Pinilla, Eymar, Antón y a los de Mesa. Guarda sitio a Pablo de Paz. En un rincón. Las Astigarraga, Llorden, Sánchez Fallos, Angel Fuertes quiere su codo en la barra, cerca de la cajas y la ventana, con ángulo para verlo todo. Los Amostegui. Los que no tienen nombre. Atiende a Diego o su hermana que sus padres han dejado huella con ese pelo blanco de él, ataviado de motero, Alberto, Tejada, los del Rey, los Perris, Faluco o su hermano, Capotes, Paco, los Rubio, los González (el Negro), Epi, Toronto, Juan Diego, sus hermanas, su hermano mayor; Dutilh, Myriam. Su familia. Si viene Vicky trátala bien, que no suele salir, los Santamaria, Zaballas, García Bilbao. Los Marín tienen su mesa al lado de la puerta, Martín Peña, Rafa o Javier. Los Muñoz, las de Virgen de Begoña, Cunillés, Maradona, Albesa, Monteros, las Farrah y sus hermanos. Gente de la Mata, La Colonia, Los Copos, Los Corrales, cercas Mayores, Prado Jerez, Prado Molero, de las urbas del embalse, del Reajo, de Urbanasa. Resérvame el banco que voy a empezar pronto, con un café con leche como solo hacéis vosotros y no me pienso ir cuando se ponga el sol. Ese último rayo  me anclará a mis recuerdos más felices. El ocaso me dejará reflexionando entre efluvios, acompañada o sola, sobre todos los que he visto pasar por aquí. Sobre un día, como muchos otros, que he pasado en vuestras manos.

Vuelve Emilio, Juanita, Maria, Marta, Antonio; Javier. No sé si puedo entender del todo vuestro dolor. Cada dolor es único. Pero es tan injusto que Elsa se haya ido. Con toda una vida por hacer. Ella, siendo más pequeña, se lleva allá donde esté muchos de nuestros buenos ratos, como testigo, a distancia. Estará entretenida. Lo siento en alma. Navacerrada no es Navacerrada sin el Abeto y sin todos vosotros. Tenemos que hacer algo.


 
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15/07/2019

JUGAR AL TENIS ESTÁ "CHUPAO"


Me he enganchado con el tenis. Son muchos años de sequía. Estoy por pasarme a Movistar con tal de no socializar. Me obliga a salir de casa y del ostracismo. A compartir aperitivo y cervezas con desconocidos. Abrazos con norayes de barra. Yo solo quiero ver el tenis. Pero aquí la mitad va con el serbio y la otra mitad con el suizo. ¿Qué va a tomar el caballero? Un vaso de agua. No. Del Canal. No. Hay que consumir. Es que no me gusta la Bezoya. Pues tome Solán de Cabras. Solo si tiene propiedades milagrosas. A base de cañas se me pasan los puntos sin concentrarme. Los comentarios de los solitarios como yo que me rodean demuestran que bien podían sustituir a locutor, pues saben quién es esa de azulito que está al lado de un estirado que por lo visto se llama William y es hijo de un tal Carlos y Diana. Esas cositas, entre punto y punto. Hay que contarlas. Sino, de qué les enfocan tanto las cámaras. O una señora de pelo liso que daba instrucciones al más joven de los contrincantes. Por no hablar de la madre de mellizos dobles, que eligió un traje regional, para recordar a los compatriotas heridos. Traje cuyas puntillas decidió cubrir con pudor al pasar la tarde con una elegante cazadora vaquera.

Después de ver a Federer y a Dokovic lo tengo claro. Jugar al tenis está chupado por la tele. Sin esfuerzo, sin sudor, sin que te cambie el gesto, es cuestión de estirar un poquito la mano que se prolonga en forma de raqueta. Que ya no pesa nada. Sacas después de botar mucho la bola, pin-pan. Zas. ACE (Que no eight). 15 nada, Todo el mundo critica al pobre Nadal por su performance. Mi tía pensaba que se santiguaba antes de cada punto. Es buena. Pero Dokovic espera el saque con una postura que ahí te quiero ver, monitora de Pilates. Para esperar así hay que haber hecho al menos 200 sentadillas diarias. En ángulo perfecto. Siempre en la misma posición, parece que le acaban de quitar la silla, o que sigue ahí y es invisible. La raqueta ortogonal al cuerpo, haciendo línea que su nariz, Tal perfección en la geometría le va a dejar bizco. Aunque quizá no se note en esas cuevas que tiene por ojos.

Y Federer, venga a darle vueltas a la raqueta. Tío. Para ya. Que va a salir volando, parece que le estás dando cuerda. Con lo elegante que es, se le ha pegado un poquito el asunto tendedero de Nadal. Ayer tenía cinco raquetas apoyadas en la silla de la toalla sudada. Él sabrá qué diferencia hay entre unas y otras, parecen idénticas, a lo mejor las ha hechizado, de tanto mirar las cuerdas. Ahora entiendo al mallorquín, el follón de botellas que tenía Roger ayer, cada una de un color, que si marrón, que si agua, que si zumito. Ponerles una nevera, que será Londres y no hace mucho calor, pero estos tíos, aunque vayan en pantalón corto son campeones del mundo, se merecen algo más que un mogollón de botellas calentorras debajo de la silla. De verdad.

Al suizo se le notan los años, por estrategia. Pero el serbio es “Elastic woman”. Se le tuercen los tobillos como si no fuera hueso el corazón de tanta musculatura. Se queda tan pancho. Eso a cualquiera le hubiera supuesto un par de esguinces. Él se recompone instantáneamente. Sospecho que ha probado la poción de Panoramix. Un misterio que al menos desde la tele no se ve es cómo se comunican con los recogepelotas, con los que les dan las toallas, con el juez para que comprueben un punto con el que no están de acuerdo. El rostro impenetrable por la tongada de concentración que se han untado hace al televidente ciego a esos requerimientos que, al cabo, interesan. Como quién era la señora de las fresas con nata en la cabeza, o la de la bola de tenis. Y por qué André Agassi ocupa el palco de los Federer. Hay que entrar en detalle. Cinco horas de partido dan para mucho. Y los ayes, Y los casi, Y los “buenísimo” ya los tenemos los telespectadores. Ganó uno o perdió el otro. Tanto monta. Se les ve el plumero a los que relatan el partido. No vale. Cuéntenos más cosas, que no me paso a Movistar. Tengo agujetas después del partidazo de ayer, desde el sofá.

14/07/2019

CUANDO SACA NADAL TE PUEDES HACER UN RAGÚ



¿Mira que es majo Nadal! Rafa. Comparte secreto con Iñigo Montoya, él tampoco es zurdo. El tío es amigo de sus contrincantes, pide perdón no ya por las bolas de red, eso lo hacen todos, sino por los golpes que el otro ni ve. Parece que piensa "esta vez me he pasado" y esconde una sonrisa que no sabe emitir. Elige los anuncios, no mete la pata, sonríe en el Santander. Escobón en mano achica agua en su tierra en las inundaciones. Contesta cortés a los periodistas, nunca se mete con nadie. Si pierde, no se excusa en patologías, o dolencias, el contrario ha sido mejor.  Felicidades a los premiados. Si gana, alaba el juego del otro subrayando lo que le ha costado la victoria. No asoma la soberbia, no tendrá. No presume. No ostenta. En fin, casi llega al estatus de caballero que solo alcanzaban, hasta ahora, los jugadores de rugby, seguidos de cerca por los de baloncesto.

Eso sí, su mal gusto vistiendo en la pista es exquisito. Aunque va mejorando y se pule con el tiempo; y es que a Rafa se le perdona todo, además. Pero en Londres ponte un polo, alma de cántaro, como hace el suizo. Hombre. Por no hablar de las camisetas interiores hechas prendas deportivas, que ni ajustadas ni sueltas. Por mucho músculo que enseñen son feas, feas, cierrabares. Claro, el suizo, llega con americana a los partidos. No es solo cuestión de percha la diferencia.

Yo que soy miope me pierdo en el juego. "Que vamos con el otro", me dice el de Castellón porque había aplaudido un punto del concentrado suizo. Me despisté con ayuda de mi corta visión y lo impoluto del vestir. Y eso que uno juega con la zurda y el otro no engaña con su diestra y su polo impecable. Estos ingleses son la monda. Exigir el níveo. El conjunto es idílico. Si hubiera estado verde el césped ya ni te cuento lo bonito del contraste. Había zonas que parecían tierra batida. Amarillas las bolas, verde el fondo y dos figuras que alcanzan categoría de cumulonimbos con traslación rapidísima.

Lo que pasa es que Nadal es un pesado sacando. Yo soy buenísima observadora de tenis. Excelente jugadora de tele. Como si hubiera practicado toda la vida. Sube a la red, haz una dejada, tírasela al revés, más cortada. Experta, salvo un periodo en el que la tele por cable me ha hecho perder entrenamiento. Ahora ando algo floja. El revés lo hago a dos manos. “Tío, acércate más, tienes que moverte”. “Es un fenómeno. Llega a todas” Hasta me doy cuenta si está cansado o es que no se centra, no lo ve claro. Guiño imperceptible al entrenador al pasar junto al juez de línea. Después de un juego sin cambio aprovecha cada segundo, se limpia con la toalla, va a la silla, un traguito de aquí otro de acullá. Vuelve a la línea de saque, toca la raya, fija el pie, coge las tres bolas entre los dedos, pone todas sobre las cuerdas, tira una. Coño, si quieres dos, coge dos y no marees a los recogepelotas. Se guarda otra en el bolsillo, no que en el bolsillo ya tengo una, la cambia, la tira, pide otra. Se toca una oreja, la otra, y la nariz en el paso de una a otra, resbalón de sudor, la frente. Se ajusta la hombrera derecha de la camiseta, repite gesto con hombrera izquierda. Botes de la bola, al noveno, deja de darle con la raqueta, la coge con la mano derecha, la bota otras quinientas veces. ¿Desesperación al otro lado de la pista? Paciencia, tres padrenuestros. Ya está, en ese momento ha acabado el ritual, el proceso zen, llámenlo superstición, concentración, lanza la pelota al aire y saca. El inevitable toque del calzoncillo que le molesta. Jolines Rafa, con las horas que pasas jugando, cambia de ropa interior, prueba otra cosa. Que queda fatal. Estamos más pendientes de la costura de tu calzón que de si ha entrado o no esa bola a más de 100 km/h. Mientras tanto Federer, cual falangista, lleva media hora esperando. Quien dice media hora, dice tres minutos. No le cambia el gesto. Dicen que son 20 segundos. (¡Será en Canarias!) Lo que tarda, yo creo que paran los relojes. Aunque cada vez hace más cosas y más rápidamente. El día menos pensado pilla desprevenido al contrario, que ya piensa que no saca.

Cuando salta a la pista no pisa nunca las líneas. El que pisa raya pisa medalla, el que pisa cruz pisa al Niño Jesús. Tiene que ser por eso. Luego vuelve a su sitio con pasos largos, y dale con lo de no pisar las rayas. En los cambios de campo, lo mismo. Cede educado el paso a su rival y cruza evitando tocar las líneas y siempre con el pie derecho por delante.

Comentemos también el tema del tendedero que organiza con las toallas. En la silla, sigue una meticulosa rutina con las toallas. Coloca la usada, que está húmeda, se entiende, en el respaldo de la silla que queda a su derecha y la raqueta encima. La otra, la limpia, la extiende sobre sus piernas, por encima de las rodillas. A ver, denle dos toallas limpias, parece un lavadero el tinglado que tiene Nadal. Pobrecito.

Para manías las del agua; bebe siempre de las dos botellas que lleva, una más fría que la otra, las coloca el mismo sitio, en diagonal. Primero coge la de más afuera, que suele ser un líquido naranja, la apoya sobre el muslo derecho, la abre y bebe. La deja exactamente en el mismo sitio e igual orientada, siguiendo la marca de la base de la botella. Yo creo que lo hace para que se vea la marca, estará patrocinado, digo yo. Como empiece con detalles sí que puede acabar fatal. Además, el pitorreo que se va a organizar a su alrededor no se lo quita ni las ensaladeras varias donde imagino que disfrutará de los productos de la huerta mallorquina. ¿Para qué quieres tanta copa, y tan grande? Y la costumbre de darle un mordisco al trofeo, que el primer día tiene gracia, pero con la trayectoria que lleva, un día tenemos un disgusto y se le salta un diente.

Rafa es un fenómeno, pero María Francisca, Meri, Xisca, mira a ver que no se le hagan grandes los rituales. Lo que pasa en la pista se queda en la pista. No quiero ni imaginar el orden de la nevera como se extienda hasta ahí el tema de las botellitas, o la elección del suelo si no puede tener rayas, a ver que azulejos pones o como colocas el parqué. Ojo con las manías, que van a más, campeón.

11/07/2019

EL ESPEJO DEL ASCENSOR



Desde el respeto profundo a la modernidad y al interiorismo, me declaro fan incondicional del ascensor con espejo. ¿Qué es eso de un ascensor monocolor, monocapa, monógamo? ¿Qué es eso de un ascensor donde ni se ve la junta entre paredes y techo, a no ser por la línea fina que esconde la iluminación? Ese ascensor donde todas las paredes son iguales. Muy moderno. Acero inoxidable. Maravilla de la vida, reflejos imposibles. Sin espejo para retocarse, para verte de cuerpo entero, porque en los de casa no cabes, porque has salido pronto y no querías encender la luz. Ese espejo que delata que no te has peinado, o un grano sorpresa en la misma punta de tu enorme narizota. Ese espejo que te chiva que no eres el que piensas. Ese espejo que te recuerda que tu talla no es la 38, 40, 42...por mucho que te empeñes. Ese espejo que es el único que no puedes evitar. ¿Qué es un ascensor sin espejo? Es más, el colmo del espejo es el doble o triple, que te permite conocer partes de tu cuerpo solo visibles para terceros. Esa zona donde el pelo clarea, tu nariz de perfil ¿Quién se reconoce de perfil? Mi padre se confundió con su hermano una vez en un reflejo doble. La espalda vencida, ese culete que ya no es.





Un elevador entre pisos debe reunir algunas características para que cumpla los requisitos mínimos que su función exige. Que no son solamente el transporte de individuos entre el bajo y la planta 19. Para eso basta plataforma o montacargas y aquí paz y después gloria. Un ascensor debe tener botones, dentro del habitáculo, sí, dentro. El rollo ese de marcar fuera, en el hall, al piso al que quieres ir, no es lo mismo. Casi diría que me gustaría volver al ascensorista. No todos los automatismos son buenos. Y el uniformado, como el acomodador en los cines, cumplía una importante misión. Gobernando los saludos, ayuda incondicional frente a carritos y sillas de ruedas. Frenador de puertas con mala leche intencionada. Gorra de plato, saludo por aquí, saludo por allá. No me hace falta uniforme. Necesito el saludo, el buenos días, comentarios de lluvia y calor. Personaje informado. Informante en potencia ante eventos inesperados. Terremotos o asesinatos de portal oscuro. Testigo anónimo. Rostro imperturbable a la sorpresa. Confidente secreto del investigador e inspector jefe de policía. Ese vigilante en silencio que conoce los entresijos del amor y del odio de la comunidad.
Reclamo el espejo y el ascensorista en la intrínseca del ascensor, en la definición propia, autenticidad mermada del trasporte sin los ingredientes que le dan razón de ser. Aporte de humanidad a la rutina. Para eso, me voy por las escaleras. Y así, me acerco a los 10.000 pasos diarios, que entre unas cosas y otras me olvido de mis retos personales.