Hay tacos, y un par de
escalones por encima, está la palabra imbécil. Se trata de un insulto esférico.
Y por tal entiendo que es equidistante y equilibrado, que le va como anillo al
dedo a quien le corresponde. Que no tiene ángulos donde esconderse. Ausencia de resquicios. La
trasparencia misma de la tontería. Ya lo dice el diccionario Que es poco inteligente o se comporta con
poca inteligencia. La onomatopeya del calificativo contiene en su
sonido el grado de intensidad del vocablo. Es duro, cierto, pero jamás se usa
sin sentido. Al cabo, cuando por fin llamas a alguien imbécil es que estás tan
lleno que tienes que soltar lastre. Y lo merece. Por eso se dice fuerte, se
dice alto, se contraen las vocales hasta convertir la llana con tilde en un monosílabo, imperativo,
directo. Contundente. Digno de un lo bueno si breve. No es una suerte tener a alguien a quien colgar ese cartel, pero sí lo
es que exista la palabra. Para no envenenarnos. El importante el cómo, cómo se dice imbécil. Los llabios se sellan tras la primera silaba, se acaba la m dentro de la boca, con un sonido de cierre. La segunda sílaba es casi oculta "b" entre el cierre y la apertura para el colofón "cil". Es como un puñetazo. En su conjunto.
Quién fuera abrigo
pa'andar contiguo, decía aquél. Quien
fuera Góngora para manejar la ironía y el don de la palabra. Imbécil. Qué mejor palabro para definir a ese ser
cercano al necio, al idiota. Al que sabiéndole todos tonto, cree que está en
posesión de la victoria y la verdad gracias al dominio del arte del disimulo.
Hábil en el escaqueo. Cree que podrá escapar. No es consciente de la jaula
transparente en la que vive y que su imbecilidad anda al cabo de la calle. Camina erguido y con aplomo, cargado de razones. Se alimenta de sí mismo. No necesita más. Puede ser invencible.
Imbéciles hay en todas
partes. No se nace imbécil, se crece, o se vuelve uno imbécil. Y, una vez que
se arranca, todo se hace grande, Cada minuto que pasa va en su contra, crece la necedad, la falta de inteligencia. Cada vez
se les mira más. Cada vez le es más difícil pasar desapercibido. Y así, aunque se
vistan de lagarterana, se les ve el plumero.
Se pongan guapos o feos. Se tapen
el pelo, imberbes tardíos o con flores en la barba. Se pongan rubias o coloradas. Pero a ellos
esto, en contra de limitarlos, les pone. Les empodera. Y se crecen. Así, pasan
de ser seres anónimos e invisibles, a protagonistas. Dicen todo lo que se les
pasa por la cabeza. Adolecen de filtros y la sorpresa del contrario es tan
inmensa que no se atreven a la réplica. El imbécil toma el silencio prudente
por admiración. Y se alimenta. Un imbécil es un imbécil se ponga como se ponga.
No hay disfraz que tape la estupidez. Por mucho que te empeñes. El desliz más
nimio abre una fisura que se torna grieta y a partir de ahí se abre la caja de
los vientos. Pandora no puede cerrar. Salen cintas de colores, arcoíris de
velas, primeros estratos de la cubrición. Vuelan perdiéndose en las nubes
altas. Se van. Los absorbe el anticiclón
de las Azores. Esa A gigante.
El imbécil no tiene
remedio. Pero lo peor son los daños colaterales. Los inocentes. La gente que
buenamente confía en ellos, por una cosa o por otra. A veces por compasión,
otras por ceguera emocional. Son capaces de hundir barcos en la costa, sin
calado. Son capaces de romper un país o un plato por nada. Porque son así. No miden. Quizá es un
exceso de cariño por sí mismos, o tan solo lo que dice la Academia Que son poco inteligentes o se comportan con
poca inteligencia. Por lo visto la palabra imbécil proviene de la latina “imbecillus”,
que etimológicamente viene a significar algo así como “sin apoyo, sin bastón”,
y se usaba para designar a las personas que tenían algún tipo de enfermedad
física y que no podían valerse por sí mismas o ser autosuficientes debido a esa
“debilidad”.
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