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15/07/2019

JUGAR AL TENIS ESTÁ "CHUPAO"


Me he enganchado con el tenis. Son muchos años de sequía. Estoy por pasarme a Movistar con tal de no socializar. Me obliga a salir de casa y del ostracismo. A compartir aperitivo y cervezas con desconocidos. Abrazos con norayes de barra. Yo solo quiero ver el tenis. Pero aquí la mitad va con el serbio y la otra mitad con el suizo. ¿Qué va a tomar el caballero? Un vaso de agua. No. Del Canal. No. Hay que consumir. Es que no me gusta la Bezoya. Pues tome Solán de Cabras. Solo si tiene propiedades milagrosas. A base de cañas se me pasan los puntos sin concentrarme. Los comentarios de los solitarios como yo que me rodean demuestran que bien podían sustituir a locutor, pues saben quién es esa de azulito que está al lado de un estirado que por lo visto se llama William y es hijo de un tal Carlos y Diana. Esas cositas, entre punto y punto. Hay que contarlas. Sino, de qué les enfocan tanto las cámaras. O una señora de pelo liso que daba instrucciones al más joven de los contrincantes. Por no hablar de la madre de mellizos dobles, que eligió un traje regional, para recordar a los compatriotas heridos. Traje cuyas puntillas decidió cubrir con pudor al pasar la tarde con una elegante cazadora vaquera.

Después de ver a Federer y a Dokovic lo tengo claro. Jugar al tenis está chupado por la tele. Sin esfuerzo, sin sudor, sin que te cambie el gesto, es cuestión de estirar un poquito la mano que se prolonga en forma de raqueta. Que ya no pesa nada. Sacas después de botar mucho la bola, pin-pan. Zas. ACE (Que no eight). 15 nada, Todo el mundo critica al pobre Nadal por su performance. Mi tía pensaba que se santiguaba antes de cada punto. Es buena. Pero Dokovic espera el saque con una postura que ahí te quiero ver, monitora de Pilates. Para esperar así hay que haber hecho al menos 200 sentadillas diarias. En ángulo perfecto. Siempre en la misma posición, parece que le acaban de quitar la silla, o que sigue ahí y es invisible. La raqueta ortogonal al cuerpo, haciendo línea que su nariz, Tal perfección en la geometría le va a dejar bizco. Aunque quizá no se note en esas cuevas que tiene por ojos.

Y Federer, venga a darle vueltas a la raqueta. Tío. Para ya. Que va a salir volando, parece que le estás dando cuerda. Con lo elegante que es, se le ha pegado un poquito el asunto tendedero de Nadal. Ayer tenía cinco raquetas apoyadas en la silla de la toalla sudada. Él sabrá qué diferencia hay entre unas y otras, parecen idénticas, a lo mejor las ha hechizado, de tanto mirar las cuerdas. Ahora entiendo al mallorquín, el follón de botellas que tenía Roger ayer, cada una de un color, que si marrón, que si agua, que si zumito. Ponerles una nevera, que será Londres y no hace mucho calor, pero estos tíos, aunque vayan en pantalón corto son campeones del mundo, se merecen algo más que un mogollón de botellas calentorras debajo de la silla. De verdad.

Al suizo se le notan los años, por estrategia. Pero el serbio es “Elastic woman”. Se le tuercen los tobillos como si no fuera hueso el corazón de tanta musculatura. Se queda tan pancho. Eso a cualquiera le hubiera supuesto un par de esguinces. Él se recompone instantáneamente. Sospecho que ha probado la poción de Panoramix. Un misterio que al menos desde la tele no se ve es cómo se comunican con los recogepelotas, con los que les dan las toallas, con el juez para que comprueben un punto con el que no están de acuerdo. El rostro impenetrable por la tongada de concentración que se han untado hace al televidente ciego a esos requerimientos que, al cabo, interesan. Como quién era la señora de las fresas con nata en la cabeza, o la de la bola de tenis. Y por qué André Agassi ocupa el palco de los Federer. Hay que entrar en detalle. Cinco horas de partido dan para mucho. Y los ayes, Y los casi, Y los “buenísimo” ya los tenemos los telespectadores. Ganó uno o perdió el otro. Tanto monta. Se les ve el plumero a los que relatan el partido. No vale. Cuéntenos más cosas, que no me paso a Movistar. Tengo agujetas después del partidazo de ayer, desde el sofá.

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