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25/10/2020

TENÍA EL MÓVIL APAGADO

 

¿No tenéis vosotros un amigo…? o una amiga, ¡ojo! hay que ser lingüística y correctamente estúpido. La no inclusión del sexo es para algún paleto sinónimo de exclusión. O nombras a ambos y específicas el espectro y la diferencia o serás tachado de machista. Diferenciemos el sexo por si acaso, no vaya a ser que no se entienda. Me niego al uso de la arroba como símbolo de inclusión. Me parece un insulto a la inteligencia. El caso es, ese amigo que tiene el móvil de adorno, como si fuera el de los Picapiedra; le daría igual tener uno de esos de atrezo; o un juguete como el que se les compra a los niños, de colores, y que suena cuando se tocan los botones y se encienden luces varias. A veces tantas, que alarman. El juguete es la evolución de colocar la mano en la oreja, dedos plegados a excepción del pulgar que hace de auricular y el meñique de micrófono. Y a charlar.

¿No tenéis vosotros un amigo que no entendéis muy bien para qué quiere ese móvil, que se esmera en mimar? Usa funda y pantalla protectora. Lo cuida con paños calientes. Y, sin embargo, lo utiliza como si fuera un teléfono fijo. Un instrumento que de vez en cuando aparece en el fondo del bolso, por supuesto sin batería; en la nevera, lo soltó ahí cuando preparaba el desayuno; en el armario de los calcetines o en el cajón de los cubiertos. Lugares inverosímiles donde lo encuentra siempre por casualidad; y se propone cargarlo, pero se da cuenta de que no tiene cargador. Normal.

El teléfono móvil de ese amigo que, a pesar de ser el último grito en cuanto a tecnología; está, en lo que se refiere a utilidad y uso reales, por debajo del nivel del zapatófono de Mortadelo y Filemón, agentes de la TÍA. Veo a Mortadelo descalzo, con un tomate en el calcetín cada vez que le vibra el pie.

Así, ese amigo vive en la estratosfera de los mensajes acumulados, en ese limbo ajeno a la inmediatez.  Deambula por ese mágico periodo de la historia cercana, que hoy nos parece anterior al mismo nacimiento del australopiteco, en el que la telepatía era útil para la comunicación. No llegamos a imaginar cómo desde San José (Almería) un pueblo en el que el único teléfono estaba en el bar; fuimos a Mojácar a ver a Fabián, que veraneaba allí con su familia. ¿cómo le avisamos? Ni idea. No sé cómo en Navacerrada nos encontrábamos, a base de paseos, yéndonos a buscar, está claro. Mucho más sano y comprometido.

Tu amigo, tras un lapso de tiempo inconmensurable, donde le presumes inmerso en reflexiones infinitas y vida contemplativa; vuelve a la era de la tecnología y a este veinte – veinte pandémico, con un “uy acabo de leer todos los mensajes”. Y los contesta uno por uno. Para llegar a ese nivel de indiferencia yo tendría que silenciar mi teléfono, desactivar la vibración, así como todo tipo de aviso luminoso. Creo que el modo avión no sería útil porque cada tanto me conectaría, por comprobar la actividad en mi forzada ausencia. Yo necesitaría apagar el maldito móvil, meterlo en una caja y ésta en un armario, echar la llave y tirarla al mar. Fuera de mi vista y de mi alcance. No se puede fingir la no adicción. No es posible disimular la indiferencia. Hay que ser de una pasta especial para no leer los mensajes al instante o dejarlos en visto.

Ese amigo, cuando por fin contesta, lo hace a horas intempestivas y escribe en tropel, y en tropel elimina, sin testigos. ¿Pero qué había dicho? ¿Se hace el interesante? Siempre responde que fue un error. No te creo. Cuéntame tu secreto para ser inmune.

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