Pero tengo otro amigo, de Cartagena a mucha honra (que tampoco hizo la mili, sus razones tenía) que sigue haciendo la compra en Sánchez Romero (tal cual) y llena el carrito. Que los hay ya (claro, que ya no es lo mismo desde que lo compró el Corte Inglés. Todo sabe a la Boutique del Gourmet). Él sigue haciendo la compra allí, de la semana, porque lo tiene al lado de casa. Y cuando su chica no está, encarga comida en un restaurante y alimenta a su prole a capricho. Mientras, el vasco prepara albóndigas para mañana y una carne mechada que viene la familia. Y yo un pescado al horno con sus patatas y sus pimientos de acompañamiento. El tiempo de algunos sigue valiendo aunque nadie lo pague. ¿Cuestión de perspectiva o de autoestima?.
Eso sí, mi amigo es celoso en la cola de la caja. Como si estuviera comprando chuches de niño. Especialmente desde que pasó el virus. Dice que ya no tiene filtros, si es que algún día los tuvo. Desde que en el hospital le llamaban rey, príncipe, cariño, los astronautas que decían ser enfermeras, es otro. Si se le quiere colar el típico listo, aunque se conozcan de pupitre, le niega la mayor. ¡Ole tú! Solo llevo unas sardinas. Será cutre, piensa mi amigo, que ahora teme haberse olvidado de algo y tener que abandonar su puesto en la cola. Antes muerto, prefiere volver después.
Y es que en cuestión de hacer la compra nadie tiene razón. Y a todos nos gusta presumir de chollos y bondades. Pero lo que sí he aceptado es que es más barato comprar de marca blanca en Mercadona, Día, Carrefour, que en Sánchez Romero. Por mucho que valga tu hora, ola mía no vale lo bastante. Eso sí, el que busca producto, como se dice ahora, se va al mercado de Chamartín y allí las mandarinas huelen a La Barraca, la merluza brilla, el ojo del besugo te mira todavía y solo hay cerdo que se ha alimentado de bellotas. Angelitos. Lo más caro de todo es comprar unas manzanas de oferta y tirarlas cuando se ponen malas porque eran madera al diente. Ahí sí que lo barato sale caro. Digo yo. Que estudios de mercado no hago. Sigo haciendo lo que buenamente puedo. Eso sí, a sabiendas de que en posesión de la verdad no estoy.
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