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07/05/2022

AMANTES Y PEGASUS



Solo si eres un prenda te preocupa que te espíen el teléfono. Ni Presidente ni Presidenta, ni economista ni economisto. Los malos malísimos, amigos de lo ajeno, maquinadores, personajes del otro lado del barro. Privacidad y misterio lo queremos todos. En su justa medida, sin llegar al anonimato. A mi me importa un bledo que alguien vea a qué hora me conecté por última vez, o si salen con TICs azules porque he leído un mensaje. Casi me parece un herramienta útil para dar al otro una información que de esa forma me ahorro contar. Claro que yo no tengo secretos, sí cosas de las que me arrepiento o le avergüenzo, pero secretos... No. Y cuando los tengo los olvido para que no se me escapen. 

Vamos  a ver. Los secretos de Estado ¿se cuentan por teléfono? ¡Qué antiguo! ¡Qué imprudente! Yo que no he sido ni seré famosa y mucho menos jefa de estado o estada, pero ya lo visualizo: Ni se me ocurriría contar por teléfono depende qué información. Si recuerdo otra, épocas, el 23f. Yo tengo un amigo muy amigo que es hijo de espía. Se oían ruidos cuando hablábamos por el teléfono fijo de casa o el de la escuela. Y bromeábamos sobre el aburrimiento del escuchante por nuestra apasionante y compleja conversación. A ver si la descifrado. Charlábamos ¿a ti te ha dicho Fulano algo de mi? . Yo creo que le gustas. Pues no se nota. Ni me habla. Solo para pedirme apuntes. Será que es tímido.¿Me vienes a recoger? No sé qué ponerme (él aguantaba estoico mis tribulaciones de amor e indumentaria). El hombre es bueno y paciente por naturaleza, aunque le entren prisas por resolver problemas. ¿Vas a a misa de 12 o por la tarde? ¿Subes a Nava? O comparábamos soluciones de los problemas de cálculo diferencial, ecuaciones, derivadas implícitas y Laplacianos. Sujeto, verbo y predicado. Nos despedíamos entre nosotros y saludando al interceptor, just in case. Por cortesía. 

Pero el que tiene un ligue, el infiel, ése sí es celoso de su intimidad. Se le ve el plumero. Enseguida se cierra en banda. Sospecha. Porque tiene qué esconder. Fotos comprometidas. Mensajes de dudosa interpretación. El infiel teme que se le pille. ¿O lo desea? Solo el traidor, el mentiroso, el falso, el que lleva una doble vida, se ocupa con celo de borrar sus huellas. Pulgarcito estupeface ante tal comportamiento, ¿quien quiere olvidar su camino?. 

Otra cosa es ser espía. Vale. Perdono a los profesionales del engaño. Juan el sargento, comandante, teniente coronel, pasaba por amanerado a pesar de su prole, ya que gustaba de teñirse el pelo en otoño de un rubio claro, alguna primavera se dejó bigote tipo Chaplin. En verano decía que por pereza no se afeitaba la barba que en septiembre poblaba sus mejillas. Engordaba y adelgazaba como Robert de Niro, según las necesidades del personaje. Exigencias del guión. Tal era su metamorfosis que a pesar de que mi amigo es un hermano más que amigo, al padre no le reconocería si por la calle si me topara con él, en un bar, la biblioteca. Jamás le hubiera saludado, siempre pensando que de una misión se trataba la situación en la que le hubiera encontrado. Eso en caso de identificarle, que ni bajo presión. El caso es que acepto pulpo, o espía como animal celoso del contenido de su teléfono. El resto, zafios, rastreros, amigos del engaño y la traición. 

Que me dicen por el pinganillo que espiar al Presidente es otra cosa. Ya. Pero los parlamentarios ¿Qué han dicho ante la noticia? Que van a borrar las fotos de su hijo de su móvil. Desengáñense. No es el eventual secuestro del primogénito lo que les preocupa. Tampoco la desarticulación de un desastre local o mundial. De hecho estamos inmersos en una guerra europea no detectada por todos los sistemas de escucha del mundo mundial. Les asusta que alguien les pille en fuera de juego. Una conversación no borrada, una foto comprometida. Un halago fuera de lugar. Cositas. Todos somos iguales, el móvil lo usamos para mandarnos chistes de WhatsApp o videos divertidos. Los secretos de Estado van por otro conducto. Que se lo pregunten a Sigri, el Africano. El apuntaba los datos en la revista Ronda, que afanaba al salir del avión. Así se enteró mi amigo de los negocios del padre, y del por qué de su colección de sombreros, el cambio constante de modelo de vehículo, del biplaza inútil a la camioneta que le avergonzaba. No están los secretos del Estado en el móvil, presidente.¿O es que usted no ve pelis? 


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