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23/09/2023

DE MÍRAME Y NO ME TOQUES


Padre decía: "está de mírame y no me toques". En otros sitios oía: "se torea sola". El caso es que no se le puede toser, por algo será.

Yo pienso en ese momento en que uno está de mírame y no me toques, porque no quiere ni moverse, no sea que haga un estropicio. La sensibilidad en la superficie, en esa piel tan fina del anciano, que salen moratones con solo tocarla. Es un equilibrio inestable. Centro de gravedad o de carena. Cualquier alteración puede convertirse en confusión así puede ser causa de hundimiento seguro. Epicentro del desastre.

El exterior es ese, que se enfada por nada, que llora por tonterías, nunca mejor viene el dicho de por dónde va la procesión. Ya quisiera un iceberg esconder tanto. Dentro nada en aguas confusas, es un momento que parece que sí, pero va a ser que no. Punto de silla o inflexión, cambio de curvatura, pero ¿a donde va? ¿A donde va el señor? Esa fase, ese estadio, que es un punto de una o más dimensiones. Puede pasar de punto a punto gordo y de ahí...hasta el infinito y mas allá.  ¿Hasta dónde?
  
De pronto el sujeto no quiere escuchar que está mejor. No es que no se quiera curar, no, no es que no quiera estar mejor. Es que se encuentra en un momento en el que tiene dominada la tristeza. Las heriditas que tiene se las lame solo y va tirando. El nivel de dolor que le provoca la pena está en una escala manejable. Puede soportarlo. El sujeto paciente, que padece, está en la mierda, pero es su mierda. 


Es muy posible que haya mejorado desde que cayó en el pozo. Pasos de gigantes. Lucha de gigantes. Todo el mundo le dice que está mejor, hasta más guapo y que ha crecido ¡a su edad! será eso. Él se nota más animado, un poco más activo. A veces. Pero no quiere tirar cohetes. Se para.

Cualquier cosa, por pequeña que sea, puede hacerle volver al sitio de donde viene. Una mota de polvo cuyo infinitesimal peso desequilibra la balanza. Una pluma, como en la película de Kunfu Panda tan ligera que no acaba de posarse. La sola amenaza es bastante para desatar las alarmas. No puede ni imaginar lo que sería volver a pasar por ahí, retroceder a cualquiera de los momentos oscuros donde el llanto y el dolor le atenazaban. Por eso se aferra a la costumbre. Da pasos cortos sin alegarse en exceso de su dolor, que se ha convertido en su zona de confort. 

Dormir en casa ajena, beber otra copa de ese vino tan rico, un chupito de vodka helado. Unas risas extras, que piensa que no puede permitirse, que no merece, y luego va a tener que pagar. ¿Quién sabe a dónde el dispendio, la anarquía, la falta de control le puede llevar? No, no, no.  

Supone quizá dar un cambio, significa que a lo mejor esté de verdad más contento. Pero el precio de esa alegría efímera no lo puede pagar con volver a bajar al hoyo. Solo de imaginar la oscuridad, las paredes angostas y resbaladizas de ese agujero, no sabe si lo va a conseguir hacer otra vez, reunir las fuerzas. Prefiere una vida miserable. Las voces le dicen que sí, pero ellos no han estado ahí.

Se convierten en amuletos determinadas costumbres y paisajes, gestos míseros y pequeñas detalles de la vida diaria que piensa que si desaparecieran, aunque tristes, aunque feos, a lo mejor cambiaba su vida a mejor. Pero si es fugaz esa mejora,  no cambiaría la paz por un fogonazo de alegría. Aunque en la tranquilidad haya muchísima tristeza. 


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