Te miro y te
veo. Te oigo y te escucho. Pareces independiente, hablas muy alto y rotundo.
Usas giros masculinos en tu conversación. Das aspecto de mujer segura. Pareces
una hembra que ha vuelto. Que ha vuelto porque ya ha estado en todas partes.
Muestras pasión y desapego emocional a partes iguales. Sabes entrar sola en un hotel
con desparpajo y lo mismo pides una caña que un coñac, da igual que estés en el
HILTON que en una taberna encriptada en la profunda Extremadura.
No quiero
ser como tú. Paseas tu inseguridad con una fragancia de indiferencia, fumas Habanos,
carraspeas y gritas como un hombre. Destacas en todas partes por tu belleza y
tu inteligencia. Eres la bombilla encendida de las noches de invierno.
Autosuficiente y libre. Pero tienes tanto miedo, que si no actúas no podrías
vivir. Que se te va a salir el corazón si le dejas sentir. Necesitas tu disfraz
todo el rato.
No quiero
ser como tú. No es cierto que lo hayas superado todo. No es cierto tu desapego, ni la falta de interés
por el amor, por el afecto. Visitas con el lenguaje lugares
comunes, intercalas en tu discurso sentencias escritas por otros que intentan
tapar tu miedo. Etiquetas comportamientos con jocosos comentarios. Haces reír a tu público, te sientes admirada por tus amigas,
sumisas a una vida convencional de la que te burlas porque la anhelas. Usas
frases que retumban en mi corazón de madre. En mi corazón de mujer que vive y
comparte, que vive en pareja, en familia. Mi corazón de tía o hermana. En mi corazón
de hija. Corazón de huérfana.
Te
haces trampas al solitario. No quiero ser como tú. Siento miedo. Me cuestiono. Tiembla el suelo que piso. Soy frágil y estoy viva. Y quiero. Quiero de verdad. A veces te veía y la sombra del miedo o los celos, teñida con un poco de fantasía me cubría cual manto fino de nieve. Ya se que no. Que te quiero pero no soy como tu. Ni lo intento.
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