Me asomo a la ventana sin saber por qué.
Sigo igual, padre. Me acuesto la última y me levanto
la primera. No quiero perderme nada. Mamá dice que soy la primera mujer que ha
tenido un hijo. Es cierto, y la primera mujer que ha perdido un padre. Nunca he
presumido de ser realista. No lo soy. Soy exagerada sin ser mentirosa. Mis
experiencias siempre me han parecido máximas. Y así las vivo. Y así las cuento.
Por eso algunos dicen que invento. Pero no. Es como yo lo vivo.
Mi autoestima no levanta un palmo del suelo. Sigue a
nivel felpudo. Pero mi imaginación me ha permitido siempre estar entretenida. Y
asustada. Cuando no tenía nadie con quién hablar imaginaba conversaciones con
amigos o con desconocidos. Creaba situaciones imaginarias e iba resolviendo
conflictos. No hablaba conmigo misma. Inventaba diálogos.
Si viajaba sin lectura observaba a mi alrededor,
mientras el sueño no me vencía, e inventaba. Empezaba a fabular: La chica de
azul acaba de dejar a su novio. Se siente fatal. Porque era buen chico, pero
tan aburrido. El chaval que está enfrente no para de mirarla, le recuerda a su
primera novia, una rubia que conoció en Inglaterra un verano. ¿Será extranjera?
Piensa en cómo besarla. Pero ella tiene los ojos llenos de lágrimas. Quita, qué
marrón. No me ha visto. Si tengo que consolarla es que soy malísimo. Bueno,
queda mucho viaje. La señora del pelo blanco no para de hablar por teléfono. Es
la presidenta de la comunidad de vecinos, habla con el administrador para que
resuelvan de una vez el tema del ascensor. O a lo mejor tiene una empresa de
reparaciones. Puede que sea su nieto el que se ha quedado atrapado entre el
cuarto y el quinto piso. Se lo dijo a su hijo, ‘esa chica con la que te casas
no te conviene, no sabe cocinar, tiene el pelo azul y además no le da el pecho
a Juanito, se va a poner malo cada dos por tres. Y encima se empeña en vivir en
ese sitio horrible donde no se puede aparcar y todos son artistas. Si tu padre
viviera, otro gallo cantaría’
Es verdad, si tú vivieras, otro gallo cantaría. Pero
tenías que irte antes que yo. No hubiera soportado provocarte ese dolor. Hay
otros que también habrían llorado, sí. Pero especialmente a ti, tan castellano
y tan austero, no hubiera querido hacerte ese feo. Tenías que marcharte tu
antes, padre. Pero siento tanto tu ausencia como el día en que te fuiste. Ya no
me ven llorar. Casi nadie me ve. Pero te lloro, claro, todos los días un
poquito. Y en el fondo estoy contenta de seguir haciéndolo. Te echo mucho de menos.
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