Mi amiga imaginaria no
existe. Es imaginaria. Mariana. Yo sencillamente hablo sola, con Mariana. No me
parece malo. Peligroso sería si me respondiera. Eso sí que no. ¿Con quién
hablas? Estoy sola, así que hablo sola. Asumo mi realidad y no estoy loca. Solamente
es que necesito hablar, como todo el mundo. Y no tengo con quien. Sola no
estás, Teresa. Bueno, pues entonces no será por eso.
Por lo
visto el hombre es el animal que tiene un lenguaje más complejo y completo de comunicación.
Para seguir siendo humana me veo en la necesidad absoluta de seguir utilizándolo.
Aunque no tenga con quién. Alguien podría preguntarse que por qué en alto. Es
lógico. Porque si fuera en bajo estaría pensando. Y hablar no es lo mismo que
pensar. Para hablar necesito dar estructura a mi discurso. Y así me entiendo un poquito mejor.
Como se me hace corto el
discurso quiero contar la anécdota de cuando era pequeña. Soy la menor de diez
hermanos que seguro que me adoran pero no me hacen ni caso. Cuando tenía siete
años (la edad de la razón), encerrada en el baño, discutía yo sola. “No me
gusta”. “Mira qué fea”. “Yo no he sido, se la va a cargar, porque se lo voy a
chivar todo a mi padre”. Le decía al espejo. Al tocar la puerta, mi hermano
Luis me preguntó, “¿pero con quién hablas Teresa?” “Con mi amiga Mariana”,
contesté resuelta. Desde entonces Mariana no me ha abandonado. No tiene nombre
de ser de mentira. ¿A qué no? Ese fue el origen de todo.
Ahora me gustaría tanto
tener una respuesta como el miedo que tengo a que llegue. Llevo ya mucho tiempo
abrazándome a mí misma y resolviendo conflictos sin contar con nadie. Todo
empezó sin darme cuenta. Me fui aislando, poco a poco. Y ahora estoy en mi isla
buscando al menos una amiga imaginaria que me lleve la contraria. Mi amiga imaginaria no existe, ¿o sí?
No hay comentarios:
Publicar un comentario