Cuando uno se hace
pequeño, uno tiene culpa. Sí. Aunque uno
crea que ése es el momento en que más tienen que cuidarle los demás. No. Una cosa es lo que uno haría si el que
tiene al lado se hace pequeño. O lo que
uno cree que haría. No se es mejor o peor persona por lo que se haga. La vida
está llena de variables que hacen que las cosas sucedan y en ocasiones no hay
margen de maniobra. No se trata de dejarse llevar, pero no siempre somos dueños
de lo que ocurre, solo de nuestras decisiones, o de cómo nos tomamos lo que nos
ocurre.
Los que se hacen
pequeños a veces son insoportables.
Generan rechazo. Son un petardo.
Sí. Es así. No hay quién aguante
a alguien que se pasa el día llorando. Que no razona. Que solo se mira el
ombligo. No hay quien lo aguante. Por mucho amor. Por mucho enamor. No hay
manera de convivir con esa pena que mana de alguien que se hace pequeño. Deja costras de sal por los rincones. Se
alimenta de detalles y boza miseria. Cuanto más engulle más pequeño se
torna. Cada vez más difícil de ver. Se
difumina. Se escabulle en el paisaje. Desparece. Desaparece. Desaparece. Se
hace diminuto, minúsculo, feo, insecto. Tan fácil de ignorar. Tan sencillo de
olvidar. Todo alimenta su enanismo y lo
fortalece.

No hay manera más que
agarrarse la barriga y seguir hacia delante. Tienes que crecer solo y sonreír.
Serás tu propio campeón. No hay sanación milagrosa. No vendrá Axtérix de su
aldea para darte un poco de su pócima. La fortaleza nace de las peores
situaciones, las más dolorosas. Plop. Como palomitas se tornan las lágrimas en
sonrisas. La alegría hace más sencilla la vida.
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