Hay patadas al
diccionario y después está esa expresión. Eso es un atentado, una bomba
activada desde dentro del sistema. Explosión con detonador. Hora punta. Cañones
cargados.
No es evolución. No.
Es macarra, vago, cateto. Su uso no alumbra, no aporta, no dice nada. No forma
parte del lenguaje de chavales desarraigados. No son niños sin rumbo previsto. De
descampado y balón. No es símbolo de exclusión social. Marginación. Jeringuillas
y trapicheos. Pueden haberlo perdido, el rumbo. Son niños bien de colegios
bilingües de pago. Pantalones rotos con simetría, coderas de fábrica. Abrigos
de caza. Fuman y beben como adultos. Son quinceañeros o “teen” que van a misa
los domingos o frecuentan el punto violeta en el recreo. Comprometidos con
creencias o religiones, puntos de vista. Son, en fin, los que vienen.
No es que sea feo
recortar palabras, un poco. Pero tiene gracia. La economía en el lenguaje siempre
es un fenómeno interesante. De casa viene “ca”. Un pelín cateto, vamos a Ca’
Miguel. Cateto hasta que se impone como norma, como regla. Hasta que se hace aceptable
por todos. Lo malo de este "to" diminutivo de todo es que está hueco.
¿Qué aporta "todo" al adjetivo? Nada. Porque eres guapo en escala,
poco mucho o nada. ¿Pero todo guapo? ¿Quién
puñetas es todo guapo? Ni todo cani, ni todo pijo. No hay todo grande, ni todo
bonito. Ese es el engranaje que oigo chirriar cuando habla ese estrato que
viene. Hay que aguantarse. Porque pisan fuerte. Sin razonar, sin razón.
“To” es lo que es, se
queda sin recorrido. Falto de imaginación, insulsos; es soso, morirá de inanición.
Por muy tercos que se pongan los usuarios. Fueron mis últimas palabras (que
diría mi ex novio. Vamos. que lo mismo lo incluyen desde ya en la cúspide de la
revolución lingüística del s. XXI). Yo diría: “¡tela!”. Muy del sur. Pero, ¿qué
valor le atribuimos entonces a esos vocablos, que polinizan las conversaciones,
ya sean a viva voz o a través de medios electrónicos variados? “en plan”, por
ejemplo. Expresión de confuso significado. A pesar del número incontable de
veces que lo he oído, mi capacidad deductiva limitada me impide entender o concluir
un significado nítido. Porque “tipo, yo es que yo soy to guay, en plan. ¿sabes?”
Tengo miedo a preguntar. No es una muletilla, jurarían las hordas, todos esos
niños bilingües o trilingües, esa panda de chavales estupendos y formados; de
tanto estudiar idiomas se les ha quedado seca una parte del cerebro que
enriquece su capacidad comunicativa si nos disponen de un “power point”. Imagino
la cara de un Sócrates de andar por casa; o de esa figura parisina, en bronce,
enorme, que apoya en su mano doblada su cabeza y medita. Se pueden oír sus
pensamientos. Está a las puertas del infierno, donde se ha abandonado toda esperanza.
Ruega paciencia.
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