Casado y Rivera. Rivera
y Casado. El hecho de que estos dos brillantes
candidatos sean coetáneos ha sido un error de cálculo. Que los dos sean líderes de los partidos que
pretenden ganar las elecciones generales, cuando toquen; las andaluzas, hoy.
Tenían que haber elegido a la chiquitica los azules, los naranjas ya tenían al
suyo puesto. Esa sí que es diferente. Y diferente a todas las chicas naranjas,
que también son distintas entre sí, aunque un poco menos.
Rivera y Casado son iguales. Con ellos dos nos sumimos en la
ceremonia de la confusión. A lo mejor es
una estrategia. Parecen uno la fotocopia del otro. Vamos, no se parecen tanto. Uno
al lado del otro y con sus colores y sus consortes al lado, está claro quién es
quién. Pero si les oyes o les ves en campaña, les confundes seguro. Pasas por
delante de la tele encendida con un telediario cualquiera, porque se te quema
el arroz; o te paras y atiendes de verdad, o no distingues a quien has oído. Además,
en este mundo de mensajes cortos y contundentes es tan breve el turno de
palabra que no da tiempo a explayarse a nadie. Las teorías de que la atención del
público es breve se llevan en política a extremos. Es a las 21:09, momento de conexión
de las televisiones nacionales cuando se lanzan los mensajes más contundentes. Se
admiten apuestas. A ver si sabe quién es quién.
Dicen cosas parecidas y diferentes, se meten con el presi,
normal; ignoran a los demás candidatos con indiferencia forzada y temerosa.
Solo quieren el trono. A los de los partidos violetas, con nombres a base de formas
verbales en general, les transparentan. Tales son peligrosos, les ganan en
labia y verborrea. Contra las vomitonas se atragantan. No saben insultar,
porque son niños buenos. Los morados se aprovechan de la educación del
adversario y la tornan debilidad. Se han apropiado del supuesto color de la
mujer sin que les chisten las aguerridas feministas. Eso es mucho.
Si durante el curso el equívoco es desasosegante, en
campaña electoral se transforma en un lio monumental. En plan: yo soy Mª Emilia, yo soy Mª Laura. Venga,
nos cambiamos.
Me veo en la cola de las elecciones, en mi barrio donde
ambos equipos tienen tirada; y los colegios llenos de corrillos donde señoras de
visón y caballeros de teba y corbata
de lana hasta en domingo, toman ambas papeletas intentando recordar el que les
convence más. Ambos son yernos aplicados, de los que ayudan a recoger los
platos y fuman con el suegro en la sobremesa, copa de balón con la medida justa
de Armañac, mientras debaten el ajetreo de la bolsa. Ellas discuten en la
cocina con sus hijas, les aconsejan o agobian con los niños, la educación. En
este escenario hasta los más convencidos votantes se pueden quedar en casa.
Recomendación: que uno se deje barba, se quite las
lentillas y vuelva a sus gafas de pasta, abandonadas en la mesilla de noche.
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