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05/06/2021

LA COSA ES

La cosa es que los que hablan no son los que tienen cosas que decir, sino que los que hablan son los que hablan. Así, en general. Sin entrar en detalle. El que tiene el micro, el altavoz, o la falta de vergüenza. Ése es el que habla. En público y en privado. Y el resto a escuchar, o a taparse los oídos. ¡Ojo! Que no digo yo que lo malo sea hablar. Al revés. De lo malo, lo peor es todo ese silencio que nubla los recuerdos. Lo que no se dijo, duele montones. Ni siquiera digo yo que sea malo no saber cuándo callarse, no, aunque eso empieza a ser un poco malo, sí. Pero lo que es chungo ya es que los únicos que abran la boca sean los medio lerdos o lerdos enteros. Esos que encadenan argumentos y emborrachan silencios.

Hay un montón de gente lista por ahí, están escondidos, sí, pero son listos a rabiar. Da gusto oírles, es una suerte tenerles de amigos, de compañeros, de conocidos. Embelesan el atardecer, edulcoran la tarde. Pero se callan, y dan paso a que el espacio de la voz y la palabra, que nos queda, lo ocupen los imbéciles. Y el pueblo, calladito; domesticado en usos y costumbres. Que ya podéis beber, rebaño, que os dejamos bailar y tostaros al sol de Mallorca. ¡Hala! Que se muera la crisis y el virus, que llega el verano, que to me voy a Marinador, ciudad de vacaciones y quiero “dó” botellas de ese vino tan caro. Calladitos y bolingas olvidaos de lo importante. Efluvios de bobadas manan de los altavoces que el Gran Hermano. No, que el Gran Hermano no es sólo un programa de la tele. Cuidadito con tanta cámara y tanto obrero “parao”. ¿Alguien tiene un plan? Porque hace falta un plan, un proyecto de futuro, una idea para ir sembrando miguitas, para poder volver, un espacio para cimentar el porvenir. Pero sobre todo hay que vivir hoy. Que es lo único que tenemos. Como dice el maestro Oway El ayer es historia, el mañana es un misterio, pero el hoy es un regalo. Por eso se llama presente.

En fin, que lo de hablar es como saber inglés, cuando lo sabes bien-bien, ya puedes ser un idiota, pero como enganches un discursito, convences al palurdo de enfrente de que eres quien necesita, para ser feliz, para cubrir un puesto de trabajo. Para lo que sea. La cosa es hablar bien inglés, si luego eres imbécil, ya cruzaremos ese charco cuando lleguemos.

El mundo de la inteligencia se calla, en público y en privado, para dar la alternativa a los idiotas, pero con muy buenas maneras, formas correctas. No necesariamente chaqueta y corbata, ya quisieran ellos; basta la labia. Se callan los que pueden presumir de pertenecer al mundo de la aristocracia de las emociones. Se callan por pudor, se callan por miedo a no ser comprendidos, a no ser incluidos. Se callan por miedo a ser diferentes, que lo son. Se callan por miedo al rechazo. Temen no ser aptos a optar al selecto grupo de los imbéciles. Se callan y abren mucho los ojos. Quizá una energía paralela detecta el asombro y en la oscuridad podrán hacer arrumacos de confesiones. Se callan los clarividentes, esa gente que cuando de verdad arranca consigue enmudecer a la audiencia, aunque se haya colado algún imbécil. Y cuando digo cosas que decir, la cosa es, cosas que decir de verdad. No tipo verborrea cual este escrito, sin más, pongo de ejemplo. Hablo de lo importante, de la esencia y el fondo de la vida, al por qué y al futuro. Lo que queda en el plato. A cómo, aludo a nosotros, me refiero al amor, me refiero al humor, me refiero a la risa, me refiero al olvido, me refiero al presente, me refiero al amigo, me refiero a la amiga, me refiero a mi padre, me refiero a mi madre, a mis hermanas, mi hija, a la gente que quiero, mis amigos, a ti, a los que siempre querré, a los pecios me refiero. Ese sedimento que unta las horas, que nos protege del mal, que nos cubre del miedo, que nos ayuda a andar, que nos corta las alas, que nos deja callados. Me refiero a la vida. Me refiero a esos que callan con tanto bueno guardado. No a los que cual burro, omiten el turno de palabra por ausencia misma de contenido y reconocimiento propio de tal falta. Que no hay nada más solemne que el silencio de un burro. Y aquí estoy yo, con mi verborrea, zurra y dale, sin decir nada, para dar ejemplo.

Esa voz escondida que dice que no podemos cambiar lo que nos ocurre, pero sí podemos elegir la manera de vivirlo. Esa voz olvidada que dice que todo depende de cómo te lo montes. Eso sí que sí. Porque por mucho que avance la ciencia y la tecnología no es el infortunio ni la mala pata, ni el efecto nocivo que un malvado conjuro ejerce sobre alguien lo que provoca el vendaval, el accidente, la alegría. No es el huso de la torre lo que dormirá tu alegría. Es que la vida es así. Tú dirás que todo ocurre por algo. Bueno. Tú, sin embargo, dirás que cada uno tiene lo que merece. Bueno. Tú quizá susurres, cada uno tiene lo que se merece. No lo creo. Hay una parte en la que podemos intervenir, hay un tramo de vida en el que ejercemos cierta influencia; donde, con el esfuerzo, el tesón, la bondad y la voluntad, podemos enderezar el timón, dar un volantazo, o cambiar de rumbo. En esos instantes de autogobierno, donde controlamos todos los factores, y las variables están acotadas, ahí no podemos fallar. Pero hay mucho, el resto, que nos viene dado, cual pecas o malformaciones, cual la belleza del niño al nacer. Una riada o un día de sol y viento. Viene y ya está, y nuestra única posibilidad de intervenir, es la manera de afrontarlo. Y dar ejemplo y alegría. La verdad es que no creo que haya reglas, más allá de las normas que el hombre impone para facilitar la convivencia y suavizar el impacto de los impulsos. Normativa que lamina pasiones, evita males mayores, o no. Tú dirás que es Dios quien decide. Bueno.

La verdad es que no vivimos en un guion y por tanto no tenemos mucha cintura, más allá de la bondad y la coherencia. Creo que la capacidad de maniobra o decisión no da para más. Así que, la cosa es no cagarla en eso. Ser buenos, coherentes, y tomarnos lo que nos da la vida, lo mejor posible. Y dar alegría. Porque no podemos cambiarlo. Porque no nos queda otra.


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