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12/06/2021

LAS NIÑAS DEL MAR

 

No puedo comprender lo que ha hecho ese hombre. Si sigue llamándose hombre, una de dos, o denigra lo que yo entiendo por tal, o es que el hombre ya no merece en general su sitio de honor en el organigrama animal.

No me cabe en mi bruta cabeza esa barbaridad. Ese plan urdido. Esa macabra idea, fraguada con tiempo y dedicación. Ejecutada con frialdad. Es que no hay pistas o datos que me den perspectiva alguna para justificar la salvajada, no hay por donde cogerlo. Ni siquiera de salvaje se le puede calificar, los animales salvajes no hacen esas cosas, y menos con sus crías. A no ser que les estén protegiendo de un sufrimiento mayor. Ni una enfermedad mental, a las que respeto tanto como temo, me vale ya no de excusa, de paliativo siquiera.

Imagino, porque estoy lejos y la distancia facilita la vista aún con la disparidad de mi miopía (esto debe ser una figura literaria de esas que enseña mi amiga Nuria a sus chavales: una contradicción, para los legos o paganos); le imagino con sus hijas, una corriendo por la casa, oigo las risas, el alborozo, el escondite, las piernas colgando de las sillas, imagino al bebé reclamando atención. Imagino a esa niña que ya se da cuenta, contenta de pasar ratos con el padre ausente. Imagino el lío que tendría el hombre, no acostumbrado a pañales y biberones, con dos pipiolillas, más que entretenido, entre bañarlas, darles de comer, vestirlas, jugar con ellas, no le quedaba tiempo para mucho más. ¿En qué cabeza cabe llevárselas al mar y lanzarlas al fondo con un ancla? Todo eso con un plan. Porque nadie se lleva a una niña de seis años y a un bebé en barco, así como así. Especialmente si no les ve mucho. No sabe si se marean, si les da miedo. A un parque sí, pero a navegar...Pues él llevaba edredones y bolsas, y somníferos encontraron en su casa. ¿Las dormiría antes? Quizá cuando les avisó de que irían a navegar por la mañana en el barco se papá. Quizá. La mayor, por decir algo, que con seis años no se es ni niña casi, se tomaría el fatal vaso de leche con la emoción enganchada al estómago por la idea de aventura. Contra todo pronóstico se durmió inmediatamente, igual que su hermanita, tras zamparse tal vez el biberón envenenado.

Pero ¿cómo puede alguien hacer algo así? Ya no digo un padre. Es que da igual no ser padre para aborrecer la sola idea de maltratar a un niño, a un bebé. No digo ya, matarlo. Pero ya si son tus propias hijas, no puedo ponerme en el lugar de ese hombre. Se habrá matado, supongo. No debe haber manera de llevar ese pasado a cuestas. Ni los malos malísimos que ocupan prisiones y a cal y canto morirán encerrados, ni ellos toleran seguramente en su código de valores a rayas, una bestialidad de este calibre. Me parece irrelevante el tipo de violencia con la que se etiquete a lo que ha hecho. Ya el término machista lo veo inapropiado para los imbéciles que pegan o maltratan de cualquier modo a sus mujeres, no digamos la conocida violencia de género. No están bien traídos los nombres, aunque ahora es irrelevante, porque esto entra en otra categoría de barbarie. No le llamen machista. No le llamen vicaria. No merece apelativo. Si tiene nombre es un principio para aceptar que esto puede volver a ocurrir. Me resisto a aceptarlo. Ojalá sea sólo un brutal accidente, aislado en la cadena de la historia de la vida y la humanidad.

En una fosa marina quedaron las niñas. ¡Que mil metros son un kilómetro!. ¿Alguien sabe lo abajo y lo negro que tiene que ser el agua allí? Esas niñas, de alma inocente, descendieron por ese abismo, un metro tras otro, con un lastre, para que no flotaran, para que ni tan siquiera pudieran enterrarlas e ir a verlas cada tanto. Para que no pudieran cerrar su ausencia, regar las margaritas que adornarían sus minúsculas tumbas. Para que, en la mente de la madre, los abuelos, los amiguitos, quedara siempre la incógnita de si seguirían vivas. Si serían felices, en tal caso, si estarían sufriendo, si les había ocurrido un accidente. Cuando no se sabe la verdad, o uno se engaña muy fácil, o por muy cruda que sea, se sufre más que cuando se descubre el percal.

Les amarró al ancla del barco y también metió en la saca que utilizó, una botella de oxígeno y un edredón. Es una especie de sinsentido. Las ahoga, o ya estarían muertas, pobrecitas, pero les deja una bombona de oxígeno. ¿Por si las moscas? ¿Un yo no quería? Eso es un acto fallido. Y además un edredón, otro patinazo, con lo frío que estará el agua a mil metros de profundidad, en el océano. Les mete un edredón en la saca, ¿por si tienen frío? Hijo de puta, con perdón. ¿De qué le sirven a tus hijas un montón de plumas empapadas si están muertas. Canalla.


2 comentarios:

  1. Tristeza infinita.
    Hay personas que no tienen ni un poquito de la humanidad de un animal

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