Ese día, en el borde del mar, entrando en un chiringo, cuando vino el
chaval con el mandil para ofrecerse a llevarte a la sillita de la reina, que
nunca se peina. No dábamos crédito cuando dijiste que sí. A punto estuvieron
los surferos del chiringuito de llevarte en volandas hasta la mesa, al borde
del mar, donde tomarte un aperitivo a gusto. Tu naciste sintiéndote
protagonista y así te fuiste. Que nuestro último viaje juntas fuera en
ambulancia es mala pata. Con lo buenos que fueron esas escapadas a
Torrecaballeros. Tu pidiendo judías en agosto o torreznos con café con leche.
Porque sí. Porque siempre has sido eje. Y padre te dio cancha y cobertura.
Vuelvo al tema de mi carta, cuando voy al médico siempre tiendo, sobre
todo si me van a poner una inyección, que tanto miedo me dan, de caerle bien a
la enfermera. Quiero no ser anónima, que me mire a la cara, que se acuerde de
mí, para que no me haga daño, para no ser un número, sino una persona que
recordará. Por eso en los hospitales siempre hemos recurrido a ti, tú sí que
eres inolvidable. Padre y las hermanas igual. Él, médico consorte, nosotras las
hijas de la Doctora, nietas nosotras también, antaño yo ¡hasta orgullosa nuera
del un omnipresente ausente. La Doctora eras tú, eres tú, única. Si vas al
médico desarrollas toda tu simpatía, pones en marcha tus mejores armas, de
conquista, seducción, para que no te dé malas noticias, un diagnóstico terrible.
Como si de la empatía que se genera en esa relación minutaria pudiera surgir
una máquina mágica de afinidad que hiciera que tú patología se destruyera, Calasparra
cartapacio me disuelvo en el espacio. No puedo evitar decir que soy hija y
nieta de médicos que mi suegro también lo era, como el padre de mi suegro, tíos
y lo serán sobrinos acaso. En fin, todo en un intento de atraer hacia mí la
misericordia de ese doctor que va a emitir una sentencia que quiero sea a favor
por favor.
Que no les he dicho, madre, que tú hiciste allí la residencia en el
Clínico porque me han vacunado allí, ¡que orgullo! lo mejor de lo mejor. En la Concha misma, que mi suegro, que nunca
lo fue y siempre lo será se formó en La Concha a mucha honra. Ya decías tú que
los de La Concha estaban en otro escalafón de la medicina. Un escalón por
encima del resto de los médicos en la élite inteligencia curativa de este país.
Y no lo digo con Rintintín sino con admiración porque mi suegro a que siempre
querré y le echaré de menos, aunque que nunca lo fue y siempre lo será. Él se
formó en La Concha y a mucha honra. Porque en la Concha no eran residentes, no,
¡se formaban! Y allá en el firmamento donde seguramente ha encontrado gloria,
ojalá os conozcáis también vosotros y podáis arreglar con vuestras habilidades
el desaguisado que tenemos aquí abajo. Os quiero montones. Dile a padre que echo de menos sus achuchones.
Preciosa carta,siento pena una pena rabiosa, triste y alegre de ver vuestro amor besos
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ResponderEliminarOtro regalo matutino monti. Gracias.
ResponderEliminarOtra punzadita en el corazón. Me voy a por mi primer café….
Gracias a tí.
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