Ya estamos. Da igual que sea Margarita que Antonio, Boris o su puñetera madre. Jaime Gordon o Teresa. Hasta aquél de las hermosas palabras que tenía nombre de cigarrillo americano. Los ingleses son siempre los mismos. Perdón, los británicos. Orgullosos de sus patatas con pescado en papel de periódico de tinta comestible. Que digo yo que ya hay que ser chulo para vender como emblema país una comida que se toma a un cucurucho de papel usado. Olé. Y el español como siempre, acomplejado de oler a ajo. Y mira que lo dijo una chica especiada, menudita y de marido simpático y goleador. Hasta la coronilla estoy de complejos. Que sí, maravillosa su porcelana y también nuestra Cartuja.
Vamos a ver, lo que están haciendo los británicos es lo de siempre. Se protegen. Con el acero de nuestros cañones fabrican leones que rugen al díscolo. Son escépticos y utilizan la ironía y la inteligencia con maestría. Blancos de tez y de alma limpia. Se quedan con la libra esterlina, a mucha honra; echan a la yanqui de la corona. A mucha honra. Se piran de Europa. De una Europa concesiva y miedosa que vive pidiendo que le permitan el paso. Oye, europeos, Úrsula, David, Pepe, todos, levantad la cabeza; a mucha honra somos europeos. Jolines. Nuestras renuncias individuales han sido generosas, con objetivos altruistas y a la vez voluntad de ser fuertes. Porque los ingleses siempre están igual. Que nos convencen de que su te es mejor que el mejor de nuestros cafés. Cuando ya lo decía Astérix, que bebían agua sucia; y que las judías se toman para desayunar y no para comer. Y el resto, tragaldabas. Perritos falderos de la Santa Isla. Hasta la coronilla me tienen los ingleses, británicos. Y mira que les admiro yo, que me tienen embelesada, con su manera de hacer y decir, que me enamoran. Pegados al bombín y a las pamelas de Ascot parecen ser dueños de la elegancia. Nada como un cuadro escocés para una falda. ¡Ojo a la lana y a los que la cardan! Paisajes de lluvia en ambos solsticios. Niebla en el Támesis. Verde oscura la campiña. ¡Oh! La elegancia magnífica de la decadente campiña, en maneras y vestirse, ademanes y decoro, en conservación de usos y costumbres ancestrales en otras latitudes. Con sus deportes de hierba Inmaculada y blancos atuendos. La caza y el caballo al galope de un Barbour. Atención al estilo isabelino. Sus muebles y sus casas victorianas, todo objeto de la envidia de la Europa despechada. Este divorcio entre la gran Bretaña y la pobre Europa se ve con idea de abandono. Una vez más la Pérfida nos ha puesto los cuernos. Será el primo americano. O no. Nosotros detrás, rogando: por favor, por favor no nos dejes, vuelve, quédate como quieras, con el Rosario de mi madre. Pero por Dios te lo pido, no te vayas, ahora que éramos amiguitos otra vez. Ojo. Que un rey Británico, porque quería divorciarse se separó de la Iglesia de Roma, y se designó como cabeza suprema de la Iglesia de Inglaterra. Todo por irse con otra y que no le dejaban. Así. Sin contemplaciones. ¡Buenos son ellos!
¿Que no quieren venir a Benidorm? , que no vengan. Toda la radiofonía y la prensa peninsular e insular empeñada en hacer bandera de las maravillosas condiciones de las playas levantinas. Un poco más y salen en las noticias los ministros bañándose en las Palomas. ¡Caramba, qué coincidencia! Un poco más y Ana Blanco aparece en un Chiringuito de Gandía de la mano de familia y amigos. Que si la arena blanca, que si la gastronomía, que si el sol que amanece, que si el microclima de la presumida y maravillosa Marbella. Por no hablar de las delicias de las islas, archipiélago Mediterráneo o Atlántico. Tanto monta. Que si los únicos y permanentes veintitantos grados, que si las aguas cristalinas, que si el ambiente. Que si la marcha, que si la paz. De prostituir nuestra esencia somos capaces con tal de que el inglesito de turno se vuelva gamba en nuestra arena. Británico. Vamos a ver, que no quieren venir, que no les dejan, que no vengan. No supliques, me dijeron un día cuando ya era tarde. Que no vengan. Eso si, vamos a protegernos nosotros. Déjense de ir a Liverpool o de compras a Londres. Pero no por venganza. Quedémosnos, porque no pasa nada por conocer Salamanca. El Tajo de Ronda, el acueducto de Segovia. Que aquí todo el mundo conoce la torre de Londres pero no ha visto la casa de la Conchas. Mucho cultureta de ciudades europeas, pero no han ido a Santander. Por no hablar de los que optan por Punta Cana pudiendo bañarse en Bolonia. Vamos a dejar de suplicar a los ingleses y protejamos nosotros nuestra economía. Sin salir de España. No en plan paleto, sino como modo de recuperación. De cuidarnos. Que se han divorciado los ingleses. ¡Hala! Ya está. No nos bajemos los pantalones más que parecemos pingüinos. No ofrezcamos tirar los precios ni regalar pruebas diagnósticas. Ya vendrán. O no. No puede ser. Besamos por donde pisan, y ellos quitan la cara. No es orgullo, es sensatez.
Casi mejor que en estos momentos se queden en casa. Siempre es bueno diversificar mercados y poner en valor el turismo nacional
ResponderEliminarEso.
Eliminar...y lo que nos ahorramos en sanidad para curar a los aficionados a saltar por el balcón
ResponderEliminar...y lo que nos ahorramos en sanidad para curar a los aficionados a saltar por el balcón
ResponderEliminarAy madre!
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