Las finales de tenis nunca tienen desperdicio. A mi me encantan. Dos titanes que deben concentrarse en medio del murmullo y clamor contenidos de un público entregado. Se aíslan del ruido y a la vez les calienta el ánimo el apoyo y el clamor. Los aplausos, los ¡uuuu! ¡ale! ¡ole! ¡Casi! ¡Toma! ¡Guapo! ¡Ánimo! Y el semblante inmutable. Son estupendas. Dos individuos, solos, jugando, porque es un juego, aunque les haga muy ricos y famosos, jugando bajo la mirada atenta de los árbitros.
Sinceramente este Sinner ¡la camiseta que lleva!, con lo majo que es el chaval. No parece italiano. Ni digno tenista. Ni por el atuendo, que es más feo que Picio, que le queda grande, como si hubiera adelgazado en el torneo, o se la hubiera quitado a su hermano mayor. ¡Y el color! Que sea daltónico Yannik, quizá. No da como para pensar en comprarse algo de Nike. Poco favor les hace a la marca. Ni por el atuendo, digo, ni por el porte del chaval. Tan serio el italiano. Debe ser del Norte. Lo es. Miro en la Wikipedia e inmediatamente me entero de que el idioma oficial en su pueblo, donde amanecen a 20 grados bajo cera, es el alemán. en San Cándido o Innichen. Ese maravillo pueblo, rodeado de las cumbres nevadas de Dolomitas, es italiano de milagro. El chaval solo sonríe al final del partido. Cuando les dan los trofeos no ondeaba bandera italiana, estaba la alemana. No sé si fue falta de previsión por parte de la organización o que se hace así. En cuanto se quitó la gorra, apareció ese flequillo que le tapaba la cara. Ese flequillo que es moda entre los chavales de entre 15 y veintitantos años. Ese flequillo que se colocan, se ahuecan, se manosean hasta que tapa perfectamente la frente incluyendo las cejas y en los buenos momentos, los ojos mismos. Ahí se vio la sonrisa del chaval, que no sabía ni qué decir, de lo contento que estaba. Y de la paliza que llevaba. ¡Tela! Que en su pueblo hacía más frío que en Sydney, ¡total! Que gracias a sus padres, por dejarle jugar. ¡Qué majo! Y la energía que le quedaba después de la paliza que se subió a la grada a espachurrarse entre los miembros de su equipo que se habían desgañitado durante las cuatro horas y pico que duró el asunto.
De San Cándido es el del pelo rojo. Ese "encantador pueblo en el valle de Alta Pusteria", localización, que solo tiene wiki en italiano y en alemán, salvo unas tímidas palabras en español, se ha convertido en mi próximo destino. Ya tengo ganas de conocerlo, de pasarme un verano escondida entre sus habitantes. Al oír al del pelo de fuego hablar en inglés perfecto, se le notan esas haches suaves de las que solo los italianos pueden presumir, esa entonación cantarina, que hasta el más bilingüe mantiene, que es sello, carácter, del Italiano vero.
Y Medvedev, el tío, que suda como un pollo en el quinto set. Que no hay quinto malo. Ya. Pero cámbiate la camiseta alma de cántaro. Que no lleva ni muñequera el ruso. Y su entrenador con un cocodrilo tamaño gigante. Dicen que ha corrido 24 km en los 10 días que lleva en Australia, durante los partidos. Desde luego va a por todas. Lo intenta todo, es un "devolvedor" nato. Grita en cada punto, lucha cada uno. Mientras su adversario no dice ni mu. Encima Daniil tiene sentido del humor. Además de alabar al rival y retarle para la próxima, compungido confiesa que es duro perder en la final, pero que es probable que sea peor perderse la final. Maneja con soltura el ruso el humor en el idioma inglés.
Cambiaros de camisetas por Dios, los dos. Que lleváis 4h corriendo. Por los demás, por esos abrazos, porque os deben pesar. Se cambia de zapatillas Yannik.
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