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23/06/2021

NO EXISTEN LOS CACHORROS DE PALOMA



Digo cachorro sí, no pichón. Así hablamos los aficionados. Polluelo, pollo, pichón o pollito son nombres usados para designar a las crías de las aves, llamadas así desde que eclosiona el huevo hasta que aprenden a valerse por sí mismas sin necesidad de los cuidados de los adultos, y gracias al desarrollo fisiológico correspondiente, que es lo que en realidad les proporciona independencia. Ese tiempo del que hablan los científicos debe ser de duración cercana al instante, pues no se conoce varón o hembra, que haya disfrutado de la preciada visión.

Resulta que mis primos tienen un nido de paloma enfrente mismo de su ventana. Con la mano no se toca, pero con una escoba sí. A mí que me perdonen y registren los ecologistas de pro, pero yo hubiera intervenido. ¡Hombre! Con nocturnidad, sí, como cobarde que soy, que me gusta hacerlo todo bien y que me doren la píldora. Y mis errores taparlos, que bien me vendrían unas alas para esconderlos. Así es que, a escondidas y con un poco de alevosía, hubiera tomado cartas en el asunto. Traduzco el término de intervención: significa que hubiera destruido el domicilio que el ave construyó frente a la ventana, al albergue de las ramas de un árbol callejero de cuyo nombre no puedo acordarme, porque nunca lo he sabido. Es ésta una manera eufemística de describirlo, sí, no me atrevo a más. Porque si hablamos de nido, de infancia, crianza, se acabó lo que se daba y yo acabo entre rejas donde, por cierto, estarían mejor las palomas. Eso de no poder abrir la ventana por miedo al monstruo, ¡no me digas! ¡Que la paloma en cuestión mide dos palmos!, y no de envergadura, dos palmos en parado. ¡Da susto! Está gorda tan gorda que no se le ve la cabeza, que esconde en su cuerpo orondo. Los coches que aparcan debajo del susodicho árbol, van al desguace como le dé a la palomita por aliviarse, que es súper tóxica la mierda de paloma y corrosiva. Siempre hay sitio en la puerta de casa de mis primos, claro. Angelito, el que se cree que ha tenido suerte de encontrar aparcamiento, no sabe lo que le espera. La gente del barrio da aún rodeo al pasar por ese tramo de acera, a pesar de que el árbol da sombra, y gusto.

Mis primos dicen que, si por fin llega el temido día en que, entre la paloma en su salón, tienen que vender la casa. Solo de pensar en el destrozo, el olor a palomar y la porquería, la escena es de pesadilla. Ya lo predijo Hitchcock con sus pájaros, el miedo a su revolución es un fantasma que tenemos en nuestro cerebelo incrustado, con una instrucción de peligro asociada. Y es que hemos perdido el norte con la protección animal. Que una cosa es no cargarse la fauna, arrasar con ese porque yo lo valgo, y otra es volvernos tontos. Eso de alimentar a las palomas es propio de personas, pobrecitas, que han perdido la cabeza, es similar a dejar comidita a las ratas, y luego sorprenderse de su proliferación. Nos llevaremos las manos a la cabeza cuando, tras la pandemia, venga la plaga de las palomas, que con nuestro majadero buenismo, nos hemos entretenido en alimentar.

Las palomas han perdido mucho caché, desde que en tiempos se las usaba de mensajeras, e incluso símbolo abanderado de la paz, hasta nuestros días, en los que ni Harry Potter y sus amigos las utilizan para enviar sus cartas. Las palomas ya no son lo que eran. Son nuestros parásitos. Se cuelan en bares y restaurantes en los huecos que antes solo ocupaban los inocentes gorriones, a base de migas de patatas y aceitunas, se ponen moradas. Ellas, grandes depredadoras, han desplazado a los inocentes cantarinos y nos asuntan con su zureo mientras coquetean entre ellas, de la mañana a la noche, sin pudor, sin vergüenza. Han tomado posesión de bancos y aceras, de mesas y sillas en las terrazas de los bares. De parques y jardines, terrazas y balcones. Llenan farolas y semáforos, pasean coquetas por la calzadas y aceras. No son simpáticas ni interactúan. Miran con ojos planos, imposible saber qué ven.

La corrosión que provocan sus deyecciones deteriora nuestro patrimonio,  artístico, y menos artístico, arquitectónico y urbano, de nuestras ciudades, desde Segovia a Venecia. Se utilizan sutiles métodos para ahuyentarlas, como colocar pinchitos en las ventanas, de manera que no puedan posarse tranquilas. Se inundan las ventanas de ingeniosos espantapájaros sobre los que acaban descansando las pertinaces aves. Hay quien las ceba y caza al cabo de los días, cuando han cogido confianza. Nada es suficiente, para cortar de raíz el problema hace falta algo más que eso.

Y por otro lado ocurre que los cachorros de paloma, conocidos en los ambientes como pichones, no existen. Se trata de un fenómeno de complejo entendimiento, con mucho en común con el conocido de la ausencia de fallecidos en la comunidad china que vive en Madrid. Probablemente asociado, el primero, al tiempo que tardan en volar del nido los infantes.

21/06/2021

SORRY ABOUT THIS


Un año largo entre mascarilla y encierro. Tan largo que van 15 meses.  He dado clases on line, pantalón de pijama si no me daba tiempo y por arriba muy puesta. Eso sí, ni un día hemos dejado de ponernos como un pincel en casa, ducha, baño, cambio de ropa diario y alguna que otra obsesión con ventilar y cambiar sábanas y toallas. Mucha compra con previsión por Internet, que te daban cita para quince o veinte días, si te la daban. Y ¡ay de ti si se quedaban   sin existencias del famoso PPC! , como no consiguieras "el Elefante" en algún colmado, allá te las apañaras. He dejado de salir a correr a las seis de la mala. Que yo me ahogo con la mascarilla. No es pereza. ¡Que va! Ni que se me hayan llenado de donuts la cintura, ¡no!. Es solo que yo con mascarilla no corro. Además, es de cobardes.

Después de lo bien que me he portado, resulta que quitan el tapabocas en una semana. ¡Ahora! Y a mí, que no me salen granos nunca, que no será por edad, que aún me quedan años de sorpresas dermatológicas, será por constitución y herencia quizá. Que no soy de granos, vaya. Pues me salió ayer una protuberancia en mis labios ya de por sí carnosos, como los de mi padre. Se me  han hinchado tanto que soy la envidia de las aficionadas a las sonrisas quirúrgicas. Es una protuberancia que duele a rabiar, me llega el calambre a los dientes. He pensado si será un herpes. Mis progenitores me miran con aparente despreocupación que no hace sino agobiarme más. Pero parece que es volcán, ya está empezando a dar la cara a través de la enrojecida hinchazón, un diminuto círculo blanco. No me atrevo ni a tocarme, me lavo con muchísimo cuidado, porque el solo contacto con mis sabanas de algodón egipcio me lleva en línea directa a la vía Láctea entera, no te digo ya el jabón Lagarto, que tantas bondades tiene para el cutis, cual agua de mar, ¡cómo pica! . 

Y eso, que en cinco días se puede ir sin mascarilla. Pues yo ya no me la quito. A mi es que la mascara me protege. Me siento veneciana en el carnaval. Tapadita. Porque en realidad soy tímida. Y eso de poder esconder asombro o alegría, decepción o sonrojo a través de la tela, me da una cierra distancia que me aporta seguridad. Y hasta me atrevo a ser más simpática. Porque mi escudo me cubre. En ocasiones cuento algún chiste, implensable a cara descubierta. Dicen que los ojos son el espejo del alma, pero yo sé que mi boca expresa mucho aunque esté cerrada. Una media sonrisa ilumina la mirada, pero son más difíciles de esconder mis labios apretados o de carcajada, que un parpadeo. 

Me tiene descompuesta que quiten la mascarilla. A este ser que se me ha hecho huésped en el labio superior no le ha dado tiempo a secarse en una semana. Y todo porque el PS ha tenido un acto fallido. Que vamos a poder quitarnos la mascarilla en los espacios libres. Ha dicho ¿Que coño es un espacio libre? ¿Libre de humos, libre de que? Yo creo que al presi le ha dado un flus y se ha debido enamorar del aire de Ayuso o de sus éxitos electorales. Y como a ella, con su acento de chulapa, y cómoda en Chamberí, se le ha llenado la boca de libertad, Pedro no puede ser menos. 

Yo ya no me quito la mascarilla. Sorry about this. Decía ese noviete irlandés que era dueño del Finnegans, en la época del sembrado de bares irlandeses en Madrid. Sorry about this, decía señalándose un enorme grano que ocupaba su frente. Cómo si fuera culpa suya. Pues lo mismo yo con mi pobre labio. Al menos me puedo dejar la mascarilla. 




20/06/2021

¡Mamá, me han vacunado!

¡Ay, que no estás! Es que no estás, que no estás y no me acostumbro. Mira que has sido independiente siempre; mira que nos has enseñado a serlo, más o menos. Me he curtido en no poderte contar o contarte y sorprenderme siempre con tus respuestas. Nunca dejas puntada sin hilo. Por mucho que mis expectativas estaban abiertas a la imaginación, siempre – siempre - siempre tuviste la capacidad de sorprender. Madre. Que no estás. ¡Cuánto nos hemos enfadado contigo! ¡Cuánto me he enfadado yo! Con lo que a mí me cuesta enfadarme. Contigo me sale natural. ¡Y qué orgullosa siempre de ti! Con todas mis contradicciones, con todo mi dolor, con mi sentimiento de Calimero. Siempre he estado orgullosa de ti, madre. Siempre. A veces me he puesto colorada; otras, hubiera horadado la tierra hasta llegar al magma a encontrarme con Julio Verne ante algún comentario agudo, pero a la postre orgullosa. No son anécdotas lo que se puede contar de ti, porque es un continuo. Como la de mi ex novio, que el ajo le hacía mal en el cuerpo. Le encanta cocinar a él y lo hace muy rebién. Pero como tu paella ninguna. Te pidió le enseñaras y como no sabes hacerlo más que con el ejemplo, porque de cantidades es un poco de tal y de tiempo un rato, se puso a tu lado un día. Y cuando fuiste a echar el ajo, que yo te pedía que eliminaras de todas tus recetas, le dijiste que no mirara. Así eres y eras tú, mamá, madre. Nadie es perfecto, ya se lo dijo Joe E. Brown a Jack Lemmon. Tengo tantos ejemplos de tu carácter indómito como segundos de mi vida como hija tuya que soy. Te debo una explicación. Son como eres, porque no puedes dejar de ser, allá donde estés. Espero que con padre. No discutáis por favor.

Ese día, en el borde del mar, entrando en un chiringo, cuando vino el chaval con el mandil para ofrecerse a llevarte a la sillita de la reina, que nunca se peina. No dábamos crédito cuando dijiste que sí. A punto estuvieron los surferos del chiringuito de llevarte en volandas hasta la mesa, al borde del mar, donde tomarte un aperitivo a gusto. Tu naciste sintiéndote protagonista y así te fuiste. Que nuestro último viaje juntas fuera en ambulancia es mala pata. Con lo buenos que fueron esas escapadas a Torrecaballeros. Tu pidiendo judías en agosto o torreznos con café con leche. Porque sí. Porque siempre has sido eje. Y padre te dio cancha y cobertura.

Vuelvo al tema de mi carta, cuando voy al médico siempre tiendo, sobre todo si me van a poner una inyección, que tanto miedo me dan, de caerle bien a la enfermera. Quiero no ser anónima, que me mire a la cara, que se acuerde de mí, para que no me haga daño, para no ser un número, sino una persona que recordará. Por eso en los hospitales siempre hemos recurrido a ti, tú sí que eres inolvidable. Padre y las hermanas igual. Él, médico consorte, nosotras las hijas de la Doctora, nietas nosotras también, antaño yo ¡hasta orgullosa nuera del un omnipresente ausente. La Doctora eras tú, eres tú, única. Si vas al médico desarrollas toda tu simpatía, pones en marcha tus mejores armas, de conquista, seducción, para que no te dé malas noticias, un diagnóstico terrible. Como si de la empatía que se genera en esa relación minutaria pudiera surgir una máquina mágica de afinidad que hiciera que tú patología se destruyera, Calasparra cartapacio me disuelvo en el espacio. No puedo evitar decir que soy hija y nieta de médicos que mi suegro también lo era, como el padre de mi suegro, tíos y lo serán sobrinos acaso. En fin, todo en un intento de atraer hacia mí la misericordia de ese doctor que va a emitir una sentencia que quiero sea a favor por favor.

Que no les he dicho, madre, que tú hiciste allí la residencia en el Clínico porque me han vacunado allí, ¡que orgullo! lo mejor de lo mejor.  En la Concha misma, que mi suegro, que nunca lo fue y siempre lo será se formó en La Concha a mucha honra. Ya decías tú que los de La Concha estaban en otro escalafón de la medicina. Un escalón por encima del resto de los médicos en la élite inteligencia curativa de este país. Y no lo digo con Rintintín sino con admiración porque mi suegro a que siempre querré y le echaré de menos, aunque que nunca lo fue y siempre lo será. Él se formó en La Concha y a mucha honra. Porque en la Concha no eran residentes, no, ¡se formaban! Y allá en el firmamento donde seguramente ha encontrado gloria, ojalá os conozcáis también vosotros y podáis arreglar con vuestras habilidades el desaguisado que tenemos aquí abajo. Os quiero montones. Dile a padre que echo de menos sus achuchones.


12/06/2021

LAS NIÑAS DEL MAR

 

No puedo comprender lo que ha hecho ese hombre. Si sigue llamándose hombre, una de dos, o denigra lo que yo entiendo por tal, o es que el hombre ya no merece en general su sitio de honor en el organigrama animal.

No me cabe en mi bruta cabeza esa barbaridad. Ese plan urdido. Esa macabra idea, fraguada con tiempo y dedicación. Ejecutada con frialdad. Es que no hay pistas o datos que me den perspectiva alguna para justificar la salvajada, no hay por donde cogerlo. Ni siquiera de salvaje se le puede calificar, los animales salvajes no hacen esas cosas, y menos con sus crías. A no ser que les estén protegiendo de un sufrimiento mayor. Ni una enfermedad mental, a las que respeto tanto como temo, me vale ya no de excusa, de paliativo siquiera.

Imagino, porque estoy lejos y la distancia facilita la vista aún con la disparidad de mi miopía (esto debe ser una figura literaria de esas que enseña mi amiga Nuria a sus chavales: una contradicción, para los legos o paganos); le imagino con sus hijas, una corriendo por la casa, oigo las risas, el alborozo, el escondite, las piernas colgando de las sillas, imagino al bebé reclamando atención. Imagino a esa niña que ya se da cuenta, contenta de pasar ratos con el padre ausente. Imagino el lío que tendría el hombre, no acostumbrado a pañales y biberones, con dos pipiolillas, más que entretenido, entre bañarlas, darles de comer, vestirlas, jugar con ellas, no le quedaba tiempo para mucho más. ¿En qué cabeza cabe llevárselas al mar y lanzarlas al fondo con un ancla? Todo eso con un plan. Porque nadie se lleva a una niña de seis años y a un bebé en barco, así como así. Especialmente si no les ve mucho. No sabe si se marean, si les da miedo. A un parque sí, pero a navegar...Pues él llevaba edredones y bolsas, y somníferos encontraron en su casa. ¿Las dormiría antes? Quizá cuando les avisó de que irían a navegar por la mañana en el barco se papá. Quizá. La mayor, por decir algo, que con seis años no se es ni niña casi, se tomaría el fatal vaso de leche con la emoción enganchada al estómago por la idea de aventura. Contra todo pronóstico se durmió inmediatamente, igual que su hermanita, tras zamparse tal vez el biberón envenenado.

Pero ¿cómo puede alguien hacer algo así? Ya no digo un padre. Es que da igual no ser padre para aborrecer la sola idea de maltratar a un niño, a un bebé. No digo ya, matarlo. Pero ya si son tus propias hijas, no puedo ponerme en el lugar de ese hombre. Se habrá matado, supongo. No debe haber manera de llevar ese pasado a cuestas. Ni los malos malísimos que ocupan prisiones y a cal y canto morirán encerrados, ni ellos toleran seguramente en su código de valores a rayas, una bestialidad de este calibre. Me parece irrelevante el tipo de violencia con la que se etiquete a lo que ha hecho. Ya el término machista lo veo inapropiado para los imbéciles que pegan o maltratan de cualquier modo a sus mujeres, no digamos la conocida violencia de género. No están bien traídos los nombres, aunque ahora es irrelevante, porque esto entra en otra categoría de barbarie. No le llamen machista. No le llamen vicaria. No merece apelativo. Si tiene nombre es un principio para aceptar que esto puede volver a ocurrir. Me resisto a aceptarlo. Ojalá sea sólo un brutal accidente, aislado en la cadena de la historia de la vida y la humanidad.

En una fosa marina quedaron las niñas. ¡Que mil metros son un kilómetro!. ¿Alguien sabe lo abajo y lo negro que tiene que ser el agua allí? Esas niñas, de alma inocente, descendieron por ese abismo, un metro tras otro, con un lastre, para que no flotaran, para que ni tan siquiera pudieran enterrarlas e ir a verlas cada tanto. Para que no pudieran cerrar su ausencia, regar las margaritas que adornarían sus minúsculas tumbas. Para que, en la mente de la madre, los abuelos, los amiguitos, quedara siempre la incógnita de si seguirían vivas. Si serían felices, en tal caso, si estarían sufriendo, si les había ocurrido un accidente. Cuando no se sabe la verdad, o uno se engaña muy fácil, o por muy cruda que sea, se sufre más que cuando se descubre el percal.

Les amarró al ancla del barco y también metió en la saca que utilizó, una botella de oxígeno y un edredón. Es una especie de sinsentido. Las ahoga, o ya estarían muertas, pobrecitas, pero les deja una bombona de oxígeno. ¿Por si las moscas? ¿Un yo no quería? Eso es un acto fallido. Y además un edredón, otro patinazo, con lo frío que estará el agua a mil metros de profundidad, en el océano. Les mete un edredón en la saca, ¿por si tienen frío? Hijo de puta, con perdón. ¿De qué le sirven a tus hijas un montón de plumas empapadas si están muertas. Canalla.


11/06/2021

LUIS ENRIQUE Y LAS VACUNAS


Luis Enrique, deja que te explique. Los Nikis fueron clarividentes. Su canción, aparentemente surrealista, era en realidad una visión. Porque Luis Enrique nació en-un-pueblo-en-la-provincia-de-Teruel, que también existe, por cierto, que se lo digan al presi; existe, y de hecho, allí vive mi otra familia; relacionada con la gastronomía casera y las orugas y los pinos. Los Nikis lo tenían claro, la ambición era el mayor defecto de Luis Enrique. Este Luis Enrique es otro, orgulloso e infranqueable, antipático y currante, seco y eficaz. Con una bonita pero cara sonrisa. Asturiano, a mucha honra; jugador del Madrid en algún momento y ahora orgulloso barcelonista. Entrenador ilustre de la selección. Padre y huérfano de hija. 

Luis Enrique nació en Arroyo Frío,
un pueblo en la provincia de Teruel.
Se tomaba muy a pecho el cultivo de barbecho,
y en el pueblo confiaban mucho en él.
Un día después de la cena,
Luis Enrique se puso a meditar.
"Mi sitio ya no es este, yo me marcho hacia el oeste."
Y se fue a estudiar a la ciudad.
Luis Enrique, deja que te explique,
tu ambición puede llevarte a pique,
quieres que el mundo sea tuyo,
sólo tuyo y nada más que tuyo.
terminó la carrera en pocos años,
fue el primero de su promoción.
Con su mente analítica destacó en la política,
y llegó a ser presidente de la Nación.
En la bolsa se batieron varios récords,
la peseta triplicaba su valor,
pero tanta omnipotencia terminó en convalecencia,
y murió de un ataque al corazón.
Luis Enrique, deja que te explique,
tu ambición puede llevarte a pique,
quieres que el mundo sea tuyo,
sólo tuyo y nada más que tuyo

El caso es que a mí el fútbol no me interesa mucho, casi me atrevería a afirmar sin temor a equivocarme, que no me importa nada. O casi nada, que no es lo mismo, pero es igual. Si me intereso, es cuando el Atleti va en cabeza, pasándolo mal porque no la pifie, que es sufrir por sufrir, ya que lo normal es que un pinchazo absurdo lleve el trabajo de una temporada a pique. Pero es lo que ocurre cuando uno tiene corazón Atlético, eso no se elige. Es de nacimiento, no es opcional. Es como ir con el Estudiantes. Perdedores de carnet. Sufridores de profesión. N

En fin, resulta que no estaban vacunados los futbolistas de la selección. Vaya por Dios. Los once tíos que van detrás de una pelota en calzones, según una ingeniosísima afirmación reviente, ¡qué ocurrente! No lo había oído nunca, como definición de ese deporte del que vive tanta gente, que levanta pasiones y que mueve insignes sumas de dinero. Que hizo parar guerras, de levantó banderas blancas entre enemigos. Que tía más lista y fina. Así da gusto que le gobiernen a uno. A mi me parece que estos chavales no estuvieran vacunados por cuestiones de ortodoxia y procedimiento es una chorrada. Que son 20 pinchazos. Enfadarse y ponerse muy digno por eso es igual que montar un pollo porque se vacune la infanta en Emiratos. Vamos a ver, esto no es una cuestión de privilegios y tratos de favor. No. A mí el Picapiedra que tenemos de Presidente me importa un bledo, pero es una persona que se mueve, que ve a mucha gente, que para nuestra desgracia nos representa, por eso y por mucho más, se tiene que vacunar fuera de plazo, por la puerta de atrás, por supuesto, igual que el Rey, y muchas otras personas en que son representantes de instituciones, que son claves, que tienen una misión que les obliga a estar en contacto con otros, es su trabajo. Aunque no les toque. Son estrategias. Te caigan bien o mal. No hay que ser más papista que el Papa, por cierto, otro al que hay que vacunar le toque o no. Aunque con sus años, no le hace falta colarse. ¿A alguien se le ocurre que Nadal no pueda jugar en París porque se ha cogido el bicho? Estamos tontos. ¡Con la pasta que da Nadal, que si televisiones, anuncios! No estamos para tonterías. Pues con la selección lo mismo. Vacúnenles, almas de cántaro. Si durante la pandemia se seguía hablando de fútbol sin que hubiera partidos. El fútbol mueve pasiones y montañas. Tira, hombre, ponle una dosis de esa que huele a niño pequeño y a correr. Y si no, Luis Enrique, convoca a alguien del Madrid, que les has dejado en casa. No sé si te habías dado cuenta. 

10/06/2021

LOS PIES

 


Cuando nació mi hija, lo hizo preciosa, por supuesto, y sus pies... Sus pies eran únicos. No voy a decir más. Serían especiales, que una de mis hermanas de ley decía que los reconocería entre un millón. Entonces, momentos felices, nos imaginábamos entre risas un concurso de pies. De esos en los que solo se ve de espinilla para abajo, si es que existieran. Ella, con nombre de Catedral, apostaba que los identificaría. Mi hija ha crecido, ahora es linda por fuera y bella por dentro, y sus pies ya calzan tacones, no solo para disfrazarse de princesa o ensayar en clases de flamenco y taconeo. Que tiemble la calle a su paso. Ojito a los adoquines. Ahora tiene un andar elegante y tranquilo, seguro y decidido, valiente como su carácter, pero sus pies son lo menos adolescente de su cuerpo. Conservan un poquito de molla en el empeine, esa redondez que solo dan las lorzas y el olor a talco. No son coherentes con su esbeltez. Así que, por muy mayor que sea, es a través de sus piececitos que yo veo que aún queda mucho camino. Siempre queda camino, los padres no se jubilan nunca de ser padres. Son pies de bebé aún. Regordetes y gustosos. De mordisco y pedorreta para hacerla reír. Incompatibles con las uñas pintadas o unas plataformas. Pero es lo que hay. No se crece por igual. A veces el alma es de niño por mucha barba que luzca. Unas piernas peludas no biunivocan con sensatez. Otras, no madura la inteligencia y choca a cada rato con las inevitables decisiones adultas. Otras patalea ese yo infantil al que no quisieron de pequeño como él quería y se retuerce bajando al fondo del abismo de la incomprensión, mientras ejerce de Presidente de una multinacional. 

Pero lo que está claro es que los pies no son, en general la parte más bonita del cuerpo, de ningún cuerpo. Por muy bonitos que sean. Por mucho que los cuides. Será por lo sufridos que son, siempre en el suelo, en el barro, será que aguantan nuestra carga, que sufren los zapatos nuevos y los calcetines con tomates. Será. Un amigo mío decía que no se enjabonaba nunca los pies, que bastaba para limpiarlos la espumilla que caía en la ducha al limpiar el resto del cuerpo. Y no tenía mal los pies. Nosotros cuando lo contaba, nos tapábamos la nariz en pinza, muertos de risa, para tomarle el pelo. Supe de un tipo que se enamoraba por los pies. No es que se vistiera por los pies, cual caballero andante. Que elegía a sus amores por los pies. Recuerdo a una amiga que había ligado así. Se enamoró de la peculiaridad de esa manera atrevida de acercarse a ella un tío estupendo. ¿Calzas un 37? Me encantan tus pies. Te invito a cenar. Me he enamorado. Dos años de novios. ¡Claro que las alarmas sonaban a cada tanto!, se debían a rarezas diversas del amante, difuminadas por los fastos de la pasión, pero se dispararon cuando la chica lo contó a las amigas y entre ellas había otra víctima de tan peculiar manera de seducir. Y era el mismo tío. Salió por patas. Pies, para qué os quiero. Se pusieron en polvorosa. 

Después de mucho dar vueltas sobre tan importante extremidad, tengo que denunciar esa moda de compartir una foto  con tus piececitos y un fondo marino. O colgarla en una red social. Ejem. Ese juanete, ese dedo torcido, tus intimidades se concentran en los pies. Ahí están todas tus terminaciones nerviosas. Por ahí se te ve el plumero. Además  ¿Para qué? ¿Que quieres decir que estas en la playa? Dilo. Ponte tú en la foto. A lo mejor no sales con tu mejor sonrisa, cara de perro, papada, ojeras, calvicie o ganas, cualquier cosa mejor que los pies. Aplica filtros, tunea. Pero los pies. ¿Para qué? Ni con las uñas rojas, que ganan mucho, los pies son para presumir ni enseñarlos. Pon una mano. Un dedo, el de la palabrota, si enfado quieres mostrar, la uve si victoria, pulgar arriba si estás de acuerdo. Junta las manos y haz un corazón si bozas amor, o lo ansías. Crúzalos para pedir suerte. ¿Pero los pies? No entiendo la moda. Creo que es como todo en los tiempos de estulticia, esta suerte de absurdez en la que estamos inmersos. De la mano de la corriente va la gente. Allá donde los lleve. Que quiero cumplir mis sueños. Esa falsa autoestima que es solo vanidad. Porque yo lo valgo.  Ese egoísmo que ombliguea la sociedad. ¿Donde está la empatía? Es una manera de permanecer en el anonimato siendo protagonista, presumir a medias. Paridas. 

06/06/2021

NIEBLA EN EL ESTRECHO


 Ya estamos. Da igual que sea Margarita que Antonio, Boris o su puñetera madre. Jaime Gordon o Teresa. Hasta aquél de las hermosas palabras que tenía nombre de cigarrillo americano. Los ingleses son siempre los mismos. Perdón, los británicos. Orgullosos de sus patatas con pescado en papel de periódico de tinta comestible. Que digo yo que ya hay que ser chulo para vender como emblema país una comida que se toma a un cucurucho de papel usado. Olé. Y el español como siempre, acomplejado de oler a ajo. Y mira que lo dijo una chica especiada, menudita y de marido simpático y goleador. Hasta la coronilla estoy de complejos. Que sí, maravillosa su porcelana y también nuestra Cartuja. 

Vamos a ver, lo que están haciendo los británicos es lo de siempre. Se protegen. Con el acero de nuestros cañones fabrican leones que rugen al díscolo. Son escépticos y utilizan la ironía y la inteligencia con maestría. Blancos de tez y de alma limpia. Se quedan con la libra esterlina, a mucha honra; echan a la yanqui de la corona. A mucha honra. Se piran de Europa. De una Europa concesiva y miedosa que vive pidiendo que le permitan el paso. Oye, europeos, Úrsula, David, Pepe, todos, levantad la cabeza; a mucha honra somos europeos. Jolines. Nuestras renuncias individuales han sido generosas, con objetivos altruistas y a la vez voluntad de ser fuertes. Porque los ingleses siempre están igual. Que nos convencen de que su te es mejor que el mejor de nuestros cafés. Cuando ya lo decía Astérix, que bebían agua sucia; y que las judías se toman para desayunar y no para comer. Y el resto, tragaldabas. Perritos falderos de la Santa Isla. Hasta la coronilla me tienen los ingleses, británicos. Y mira que les admiro yo, que me tienen embelesada, con su manera de hacer y decir, que me enamoran. Pegados al bombín y a las pamelas de Ascot parecen ser dueños de la elegancia. Nada como un cuadro escocés para una falda. ¡Ojo a la lana y a los que la cardan! Paisajes de lluvia en ambos solsticios. Niebla en el Támesis. Verde oscura la campiña. ¡Oh! La elegancia magnífica de la decadente campiña, en maneras y vestirse, ademanes y decoro, en conservación de usos y costumbres ancestrales en otras latitudes. Con sus deportes de hierba Inmaculada y blancos atuendos. La caza y el caballo al galope de un Barbour. Atención al estilo isabelino. Sus muebles y sus casas victorianas, todo objeto de la envidia de la Europa despechada. Este divorcio entre la gran Bretaña y la pobre Europa se ve con idea de abandono. Una vez más la Pérfida nos ha puesto los cuernos. Será el primo americano. O no. Nosotros detrás, rogando: por favor, por favor no nos dejes, vuelve, quédate  como quieras, con el Rosario de mi madre. Pero por Dios te lo pido, no te vayas, ahora que éramos amiguitos otra vez. Ojo. Que un rey Británico, porque quería divorciarse se separó de la Iglesia de Roma, y se designó como cabeza suprema de la Iglesia de Inglaterra. Todo por irse con otra y que no le dejaban. Así. Sin contemplaciones. ¡Buenos son ellos! 

¿Que no quieren venir a Benidorm? , que no vengan. Toda la radiofonía y la prensa peninsular e insular empeñada en hacer bandera de las maravillosas condiciones de las playas levantinas. Un poco más y salen en las noticias los ministros bañándose en las Palomas. ¡Caramba, qué coincidencia! Un poco más y Ana Blanco aparece en un Chiringuito de Gandía de la mano de familia y amigos. Que si la arena blanca, que si la gastronomía, que si el sol que amanece, que si el microclima de la presumida y maravillosa Marbella. Por no hablar de las delicias de las islas, archipiélago Mediterráneo o Atlántico. Tanto monta. Que si los únicos y permanentes veintitantos grados, que si las aguas cristalinas, que si el ambiente. Que si la marcha, que si la paz. De prostituir nuestra esencia somos capaces con tal de que el inglesito de turno se vuelva gamba en nuestra arena. Británico. Vamos a ver, que no quieren venir, que no les dejan, que no vengan. No supliques, me dijeron un día cuando ya era tarde. Que no vengan. Eso si, vamos a protegernos nosotros. Déjense de ir a Liverpool o de compras a Londres. Pero no por venganza. Quedémosnos, porque no pasa nada por conocer Salamanca. El Tajo de Ronda, el acueducto de Segovia. Que aquí todo el mundo conoce la torre de Londres pero no ha visto la casa de la Conchas. Mucho cultureta de ciudades europeas, pero no han ido a Santander. Por no hablar de los que optan por Punta Cana pudiendo bañarse en Bolonia. Vamos a dejar de suplicar a los ingleses y protejamos nosotros nuestra economía. Sin salir de España. No en plan paleto, sino como modo de recuperación. De cuidarnos. Que se han divorciado los ingleses. ¡Hala! Ya está. No nos bajemos los pantalones más que parecemos pingüinos. No ofrezcamos tirar los precios ni regalar pruebas diagnósticas. Ya vendrán. O no. No puede ser. Besamos por donde pisan, y ellos quitan la cara. No es orgullo, es sensatez. 

05/06/2021

LA COSA ES

La cosa es que los que hablan no son los que tienen cosas que decir, sino que los que hablan son los que hablan. Así, en general. Sin entrar en detalle. El que tiene el micro, el altavoz, o la falta de vergüenza. Ése es el que habla. En público y en privado. Y el resto a escuchar, o a taparse los oídos. ¡Ojo! Que no digo yo que lo malo sea hablar. Al revés. De lo malo, lo peor es todo ese silencio que nubla los recuerdos. Lo que no se dijo, duele montones. Ni siquiera digo yo que sea malo no saber cuándo callarse, no, aunque eso empieza a ser un poco malo, sí. Pero lo que es chungo ya es que los únicos que abran la boca sean los medio lerdos o lerdos enteros. Esos que encadenan argumentos y emborrachan silencios.

Hay un montón de gente lista por ahí, están escondidos, sí, pero son listos a rabiar. Da gusto oírles, es una suerte tenerles de amigos, de compañeros, de conocidos. Embelesan el atardecer, edulcoran la tarde. Pero se callan, y dan paso a que el espacio de la voz y la palabra, que nos queda, lo ocupen los imbéciles. Y el pueblo, calladito; domesticado en usos y costumbres. Que ya podéis beber, rebaño, que os dejamos bailar y tostaros al sol de Mallorca. ¡Hala! Que se muera la crisis y el virus, que llega el verano, que to me voy a Marinador, ciudad de vacaciones y quiero “dó” botellas de ese vino tan caro. Calladitos y bolingas olvidaos de lo importante. Efluvios de bobadas manan de los altavoces que el Gran Hermano. No, que el Gran Hermano no es sólo un programa de la tele. Cuidadito con tanta cámara y tanto obrero “parao”. ¿Alguien tiene un plan? Porque hace falta un plan, un proyecto de futuro, una idea para ir sembrando miguitas, para poder volver, un espacio para cimentar el porvenir. Pero sobre todo hay que vivir hoy. Que es lo único que tenemos. Como dice el maestro Oway El ayer es historia, el mañana es un misterio, pero el hoy es un regalo. Por eso se llama presente.

En fin, que lo de hablar es como saber inglés, cuando lo sabes bien-bien, ya puedes ser un idiota, pero como enganches un discursito, convences al palurdo de enfrente de que eres quien necesita, para ser feliz, para cubrir un puesto de trabajo. Para lo que sea. La cosa es hablar bien inglés, si luego eres imbécil, ya cruzaremos ese charco cuando lleguemos.

El mundo de la inteligencia se calla, en público y en privado, para dar la alternativa a los idiotas, pero con muy buenas maneras, formas correctas. No necesariamente chaqueta y corbata, ya quisieran ellos; basta la labia. Se callan los que pueden presumir de pertenecer al mundo de la aristocracia de las emociones. Se callan por pudor, se callan por miedo a no ser comprendidos, a no ser incluidos. Se callan por miedo a ser diferentes, que lo son. Se callan por miedo al rechazo. Temen no ser aptos a optar al selecto grupo de los imbéciles. Se callan y abren mucho los ojos. Quizá una energía paralela detecta el asombro y en la oscuridad podrán hacer arrumacos de confesiones. Se callan los clarividentes, esa gente que cuando de verdad arranca consigue enmudecer a la audiencia, aunque se haya colado algún imbécil. Y cuando digo cosas que decir, la cosa es, cosas que decir de verdad. No tipo verborrea cual este escrito, sin más, pongo de ejemplo. Hablo de lo importante, de la esencia y el fondo de la vida, al por qué y al futuro. Lo que queda en el plato. A cómo, aludo a nosotros, me refiero al amor, me refiero al humor, me refiero a la risa, me refiero al olvido, me refiero al presente, me refiero al amigo, me refiero a la amiga, me refiero a mi padre, me refiero a mi madre, a mis hermanas, mi hija, a la gente que quiero, mis amigos, a ti, a los que siempre querré, a los pecios me refiero. Ese sedimento que unta las horas, que nos protege del mal, que nos cubre del miedo, que nos ayuda a andar, que nos corta las alas, que nos deja callados. Me refiero a la vida. Me refiero a esos que callan con tanto bueno guardado. No a los que cual burro, omiten el turno de palabra por ausencia misma de contenido y reconocimiento propio de tal falta. Que no hay nada más solemne que el silencio de un burro. Y aquí estoy yo, con mi verborrea, zurra y dale, sin decir nada, para dar ejemplo.

Esa voz escondida que dice que no podemos cambiar lo que nos ocurre, pero sí podemos elegir la manera de vivirlo. Esa voz olvidada que dice que todo depende de cómo te lo montes. Eso sí que sí. Porque por mucho que avance la ciencia y la tecnología no es el infortunio ni la mala pata, ni el efecto nocivo que un malvado conjuro ejerce sobre alguien lo que provoca el vendaval, el accidente, la alegría. No es el huso de la torre lo que dormirá tu alegría. Es que la vida es así. Tú dirás que todo ocurre por algo. Bueno. Tú, sin embargo, dirás que cada uno tiene lo que merece. Bueno. Tú quizá susurres, cada uno tiene lo que se merece. No lo creo. Hay una parte en la que podemos intervenir, hay un tramo de vida en el que ejercemos cierta influencia; donde, con el esfuerzo, el tesón, la bondad y la voluntad, podemos enderezar el timón, dar un volantazo, o cambiar de rumbo. En esos instantes de autogobierno, donde controlamos todos los factores, y las variables están acotadas, ahí no podemos fallar. Pero hay mucho, el resto, que nos viene dado, cual pecas o malformaciones, cual la belleza del niño al nacer. Una riada o un día de sol y viento. Viene y ya está, y nuestra única posibilidad de intervenir, es la manera de afrontarlo. Y dar ejemplo y alegría. La verdad es que no creo que haya reglas, más allá de las normas que el hombre impone para facilitar la convivencia y suavizar el impacto de los impulsos. Normativa que lamina pasiones, evita males mayores, o no. Tú dirás que es Dios quien decide. Bueno.

La verdad es que no vivimos en un guion y por tanto no tenemos mucha cintura, más allá de la bondad y la coherencia. Creo que la capacidad de maniobra o decisión no da para más. Así que, la cosa es no cagarla en eso. Ser buenos, coherentes, y tomarnos lo que nos da la vida, lo mejor posible. Y dar alegría. Porque no podemos cambiarlo. Porque no nos queda otra.