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15/07/2021

TORROJA. Jose Antonio

 

Para mi Torroja es José Antonio. Don José Antonio. Y José Antonio es Torroja. No hay más. Menudo en el físico y grande en todo lo demás. 

Daba una clase magistral de hormigón, en cuarto, para explicar el cortante. Todos nos admirábamos de que se desplazara Torroja de allá donde se encontrara, seguro que dibujando el trazado de un cable, o pensando una solución para un paso, un río, o charlando con gente más interesante que unos pardillos alumnos de ingeniería, él con un pitillo en la mano, sonriendo a medias con la mirada y el gesto, escuchando. Nos admirábamos de que tuviera tiempo en su constelación para bajar a mantener el silencio en una clase gris, acostumbrada a los números y a las fórmulas. Él era un poco más elevado, subía una octava la importancia de la materia y objeto de su explicación. El cortante. ¿Por qué elegiría justo explicar el cortante? 

En quinto curso nos dio "Tipología Estructural". A Torroja le caracterizaba la humildad, entre otras muchas bondades. El libro de texto de la asignatura era el que escribió su padre, del que el mío, no sé por qué, se sabía la frase introductoria: la heurística de las estructuras consiste en el conocimiento intuitivo de su etopeya resistente y las propiedades de los materiales que la constituyen. Más o menos. (En realidad es "La heurística de la estructura requiere el conocimiento intuitivo de su etopeya resistente y la de los materiales que la constituyen") Ahora también yo me la sé, más o menos. El libro iba y venía con él, sin abrir. Torroja entraba en la clase discreto, cuando todos nos habíamos sentado. Dejaba el libro en la mesa del profesor, un poco más alta que nuestros pupitres metálicos. Pero lo que contaba en clase eran historias, historias de sus problemas con los puentes, aventuras, anécdotas profesionales. Por fin. Lo contaba divertido, haciéndose el sorprendido, con ingenio nos mantenía en vilo. Nos reíamos en clase. Él nos hacía reír. A mí me eligió delegada porque era la única chica. Porque sí. Imposible negarse ante esa forma suya de dirigirse a los alumnos, como futuros compañeros, como si ya lo fueran. Con prudencia, la distancia justa, complicidad y una sonrisa. 

Torroja era de otro mundo. Era hijo de Don Eduardo y padre de la Mecana, padre de Ana; de Ana y sus hermanos, que los hermanos eran tropa, eran piña. Jose Antonio pintaba el asunto como un sándwich, él en el medio. Pero es que lo mejor del bocadillo es lo de dentro, por muy rico que sea el pan. Que lo era en este caso. Siempre le he visto con traje de chaqueta y corbata. Elegante. Grande. Hecho un pincel, con una brizna de humor en la mirada. Siempre. 

Era la época de los conciertos en la Escuela de Caminos, la movida madrileña, Rock Ola, Tierno Galván, Malasaña, el Penta, la Vía Láctea, el Rompeolas, el bar de los gin kases. Tuvimos suerte de que Torroja fuera Director de la Escuela. Cuando organizábamos un concierto, lo primero que hacíamos era consultarle a él, por deferencia, pidiendo su autorización o su veto. Todo le parecía bien, no sabíamos si conocía alguno de los grupos, pero con su hija haciendo pinitos y dando el do de pecho en la escena musical española, siempre daba su visto bueno. No sé si me lo he inventado, o es que lo sentía así, pero veo su imagen en algún previo a los famosos conciertos, a distancia, dándonos su visto bueno y su apoyo.

La gente se le acercaba en los congresos, en las reuniones, nunca estaba solo, irradiaba un peculiar magnetismo. Parecía que lo que te contaba fuera una confidencia dedicada solo a ti. Una luz le acompañaba. 

Recuerdo una exposición a la que asistimos, de la obra de su padre. Nos contó cómo se hizo el frontón de Recoletos, las charlas de su padre con Aguirre, que le pedía que se lo calculara. Él sabía que funcionaba. De ahí la frase. Y Aguirre, "sí, lo sé, pero hacemos una maqueta, un modelo al menos..." Y la risa cuando el modelo a escala salió mal, no por un fallo de la estructura, sino de unos coeficientes que no vienen al caso. El hipódromo, y su soberbia lámina portada de publicaciones de prestigio, orgullo de la ingeniería, que queda capitidisminuida con el absurdo cierre de las taquillas. Imposible admirar su bravura y la revolución que supuso. Las anécdotas del mercado de Algeciras, donde los encofradores estaban asustados de la delgadez de la cubierta. Don Eduardo tan pancho. No le imagino con tan buen carácter como a don José Antonio. Siempre admirando al padre y a los hijos. En mi oficina contaba un compañero suyo de pupitre, que José Antonio era mucho más brillante que su padre. Que en clase inventó el pretensado...antes mismo de que se inventara. Pero esa es otra historia. Descansa en paz José Antonio. Muchas gracias. Eras un hombre del Renacimiento. La huella que dejas en tus alumnos, colegas, compañeros de la Oficina, está lejos de la pena de tu familia, de la orfandad legítima de tus hijos, a los que pienso hoy especialmente. Pero todos hoy somos un poco más huérfanos sin ti. 

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