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17/07/2021

BIG BANG. LOS AMIGOS


Y digo yo, ¿en qué nos hemos equivocado? Que la ilusión más grande a la hora de la comida, de un adolescente, sea hacerlo como los de Big Bang Theory, tiene narices. En casa, solo o en compañía de otros, con un combo sobre las rodillas, y charlando o viendo una serie en la tele. O mirando cada uno su propia tableta o teléfono, su TikTok, Instagram o la red que corresponda. Es la muestra mayor del aislamiento social en el vivimos. Del fracaso. Ni Covid, ni pandemia, ni nada. Cada uno a lo suyo. 

Esta serie de comedia es la versión friqui de Friends. Apartamentos enfrentados que siempre están abiertos. Amigos chicos feos y listos que viven en uno, amiga guapa que vive en el otro. En Friends todos, o casi todos eran guapos y estupendos, hasta el antropólogo. Ellos en Big Bang, súper sónicos doctores en materias relacionadas con la física cuántica o el espacio sideral, ella de tonta no tiene un pelo, pero el lenguaje de trones y astronautas que manejan los superdotados no lo entiende. Y bien poco que importa. Ella es mortal y lo sabe, por tanto vive con ventaja y metida de lleno en la realidad, que no es virtual. Al cabo, la situación varía, por amor; y la distribución de los apartamentos cambia. Igual que en Friends. Intervienen personajes que no son vecinos, salen de la Universidad o de una tienda de comics donde ingenieros y físicos incomprendidos disfrutan de pasiones infantiles que les alejan de sus áridos mundos. 

En esencia es lo mismo. Un grupo burbuja de amigos que mantiene un relación endogámica, coinciden casi siempre comiendo o en casa de alguno, o en el bar donde trabaja Penny o Rachel, una quiere ser actriz, la otra dedicarse a la moda. Tanto monta. La diferencia fundamental entre los dos grupos de amigos estriba en que Mónica, la dueña de la casa matriz donde se desarrolla la vida de unos y otros, cocina; en Friends los amigos disfrutan de anfitriona y lasaña, tartas y pollo en Acción de Gracias. Sin embargo en Big Bang, la casa principal pertenece a Sheldon, siempre pensé que su nombre se debía a lo raro que es, más que raro es egoísta, egoísta, egoísta hasta límites intolerables, pero mantiene su grupo de incondicionales que le aguantan con estoicismo, supongo que esperando una recompensa en el más allá; el caso es que no cocina, ni él ni nadie, ni siquiera las madres cuando aparecen de visita. A la hora de la cena piden comida  a domicilio o van a por ella. Cada uno come diferente al otro, en platos y con cubiertos plástico. Solo el vino se sirve en vajilla auténtica. No tienen mesa para comer, si se Qno bandejas o fuentes que se colocan en las rodillas. Y así cada uno se zampa lo suyo, nadie comparte, solo se come lo que te gusta más, no vas a pedir lentejas o acelgas y pescado hervido con una manzana para llevar, se elige lo que más te gusta. Sin sorpresas. Y eso no es comer en familia, resultado de cocinar para todos, de compartir, de comparar con otras paellas u otros besugos con patatas al horno, no existe. No falta ni sobra sal, el consenso es innecesario. No es de extrañar la imposibilidad de discutir, de hablar con diferentes puntos de vista. Si en lo básico no somos capaces, ¿que pretensión absurda es esa de pretender la conversación en otros asuntos? Terminada la ingesta, con una bolsa de papel, muy ecológica, se recoge la montaña de porquería producida después de la comida basura. Y a correr. Sólo el placer. No se friegan platos ni se recoge. No hay  tertulia, solo chismes. Borrón y cuenta nueva. 

¿En que nos hemos equivocado? ¿O es eso lo que queremos? Llevamos casi dos años encerrados, al cabo de uno llegó Filomena, con lo que no hizo falta toque de queda para la cal y el canto. Ahora lo entiendo un poco mejor: nos tomamos a nosotros mismos demasiado en serio, solo desde el humor se puede conciliar, como hacen los británicos. Hay que quitar hierro a la vida y no ser tan fundamentalistas. Vivimos y morimos. Mientras tanto, se trata de hacer felices a los que tienes cerca y disfrutar de lo que te toca. 

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