Me estoy pareciendo cada día más a Antonio López. Y no
en el arte que él maneja. ¡Que qué más quisiera yo! A pesar, dicho sea de paso,
de que haya quien piense que lo suyo es copiar, que no tiene mérito, que para
eso están las fotografías. No sé muy bien si el arte va de mérito o de qué va. Para
mí es una respuesta en base dos: me gusta no me gusta. No estoy de acuerdo con
tales críticas. Pero hoy no es mi día de tener razón. Valoro muy poco algunas
opiniones, y con el tiempo, cada vez menos. Antes me molestaba, saltaba la
ofensa como un resorte dentro de mí. Ya no. No me merece la pena. Eso sí,
comparar a Antonio López, con ánimo de denigrarle, con una fotografía, desde mi
humilde y en este caso mordaz punto de vista, me parece equiparable al
estudiante foráneo de Bellas Artes que no quiere ver la pintura del Prado por
considerarla "antigua". La estulticia tiene grados a veces difíciles
de rebasar.
Me acuerdo de Antonio López y su nevera abierta
mientras pintaba una naturaleza muerta, cuando miro mis limones. Mis limones en
el frutero. La imagen del pintor es muy probable que me la haya inventado. Son
sonidos de recuerdos que rescato de la época en que se grabó la película. En
casa, padre siempre hacía bromas con una nevera que había pintado abierta el
genio. Con la fama que tenía de tardón, en el buen sentido, de entretenerse en
cada pincelada, de perfeccionista; padre solo pensaba en la comida de la nevera
que se iba a arruinar. Porque claro, dos meses abierta la nevera, con los táper,
las acelgas, el kétchup mal cerrado, la mantequilla, la leche empezada...lo
menos que les podía pasar a los usuarios del electrodoméstico era cogerse una
salmonela. Que nadie arruine mi memoria con simplezas tales como que tenían otro
frigorífico. ¡Qué mundano pensamiento! Campo abierto a las bacterias. Creo
recordar dos cuadros, dos neveras, una más nueva que otra, las dos abiertas. Alimentos
inopinados en su interior, como la sal, o la mantequilla que se han dejado
fuera. Cada uno es cada uno. Que viva la penicilina, benditos hongos invasores
del queso que nos han traído delicias culinarias.
Mis limones, que hace unas semanas, ya no sé cuantas,
compré porque estaban de oferta. En un impulso decidí que iba a hacer limonada
cada día. Ahora que se acerca el verano. Nada más refrescante. Lo que tienen
las decisiones de supermercado es que se quedan en buenas intenciones. La procrastinación
es un clásico tras volver de la compra. Ahí está mi limonada, en mi
imaginación, en potencia. Riquísima, con
unas rodajas de limón, una "mijita" de azúcar y un chorrito de miel y
mogollón de hielo. Hielos grandes, no de hielera cutre. Lo visualizo. Estoy
tomándomela en la terraza de casa, tras un día caluroso. Mientras contemplo el
sol que se esconde en la línea del mar de Madrid, el hielo enfría mi bebida y
refresca mis ideas. Allá donde los barcos se alejan y casi no se distingue su
bandera, se marcha Lorenzo a descansar para mí. Sonrío pensando que amanece en
tantos otros sitios, que todo es relativo y me despido.
Pero no, los limones siguen en el frutero improvisado.
Porcelana heredada aloja su olor. . El partido que le sacaría Don Antonio a este magnífico aspirante a bodegón. Naturaleza muerta con limón.
Me gusta mucho Antonio, su pintura se recrea en si misma y que digan que es una foto es no saber nada ni lo que es una foto.
ResponderEliminar