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04/05/2023

LA HIPOTENUSA

 

¿Tú eres de los conduces y educas al personal? ¿Eres de esos que vas señalando las faltas a los pobres peatones, ciclistas o mismísimos compañeros conductores? ¿Enmiendas la plana a todo el que se te cruza? ¿no tienes paciencia con los imperfectos? ¿Tienes acaso vocación de maestro, profesor de autoescuela, super-tacañón de concurso televisivo? No me refiero solo al consabido “este coche tiene cinco marchas” ¡bendito invento el del cambio automático” Alma de cántaro, ocúpate de lo tuyo, digo yo. Que seguro que alguna cosita tienes.  Y a mí no me des sustos. 

Con independencia de que le afecte o no el mal comportamiento del otro, este tipo de conductor educativo es un petardo. Y se recrea en la instrucción. Vete a hacer la mili y déjanos en paz al resto.

Una calle cualquiera de una ciudad más o menos bulliciosa, de un pueblo. Es cierto que esa buena mujer espera en la calzada, sí; el caballero ha acelerado con el semáforo en naranja oscuro, también; el niño con los cascos puestos pasa tres metros más arriba del paso de cebra. Verdad. La señora del perrito y el bastón cruza la carretera renqueante, que no la calle, a su ritmo ¿a ti que más te da? ¿Interfiere en tu trayectoria? ¿te ha hecho acaso frenar o dar un volantazo, siquiera? No. La respuesta es no. Que el del Magda haya dado un acelerón y tú no ¿en qué te afecta? En nada.  Es su vida, su accidente, su problema. Su ego y el tuyo. Ojito, que esto no va de testosterona, contra todo pronóstico, este comportamiento, por no hablar de patología, que no me corresponde, afecta tanto a varones como hembras. Pues no, tienen que despotricar, perseguirle, pegarse a él hasta que se tocan los parachoques.
Cierto es que, si la temeridad es tal, es decir: verdadera, no se produce el intento de enmendar conducta. El miedo impone. Pueden pasar dos cosas: el accidente o el susto. Y ahí no hay tiempo de recreo. Ocupémonos de lo importante entonces. 
Sin embargo, cuando, haciendo uso del escaso grado de libertad que la vida nos permite, uno saca los pies del tiesto; va más despacio de lo ortodoxo, porque está disfrutando del paisaje o la conversación, siempre hay un don Perfecto que cual titán, se desgañita en su habitáculo para bronquearle. 
Si haces mal una rotonda, un suponer, y crees que te da tiempo a colarte, siempre hay alguien muy educativo que toca el claxon con fruición y acelera hasta alcanzarte para demostrar que él se sabe las normas de circulación y que tu debes respetar su preferencia, aunque venga por la izquierda, ya que de una glorieta se trata. Cierto. Pero has tenido que acelerar, colega, eso es mala idea. Me daba tiempo. 
¡Qué ganas de repasar el código de circulación! Si es que, si les dejas y no les haces caso, es peor, porque son capaces de perseguirte y en el acecho arriesgar su tiempo y su vida con tal de aleccionarte. Provocan más peligro tocando el claxon desde ese todoterreno que no ha pisado más que asfalto, con el susto que te pegan, que por la propia imprudencia.
Pero lo mejor me ocurrió un día que salía despistada de hacer la compra. Despistada y con prisa. El semáforo por donde ortodoxamente debo cruzar, tarda en cambiar de color. Tarda tanto que a veces no se sabe si va a ponerse en verde o en rojo. Atajé y crucé haciendo trampas, acortando el camino y aproveché para comprar tabaco al lado de casa. La vecina con la que me encontré en el portal era con la que había coincidido a la salida del súper. Me dijo “has hecho la hipotenusa”.

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