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11/05/2023

LISBOA Y LA LUZ

No se puede hablar mal de Portugal. Menos mal. Menos mal que nos queda Portugal. Lusitana larga y estrecha. Toda bella. Que se olvide quien creyó que era el hermano pobre de Europa. Una pena no ser un todo uno. Que se vayan los que se quieren ir, que le dejen el mar a los maños,  que nos queda siempre Portugal.  Si hasta van con una hora menos, fieles a su meridiano.  Sabios. No sé rindieron al imperio del absurdo y la moda.  ¡Qué pena de reyes que no apañaron las bodas!
En Portugal la modestia llega al idioma, el portugués (asombrose un Portugués, de que los niños en Francia, desde su más tierna infancia, hablasen tan bien francés), sea de la  edad y condición que sea, habla o intenta hablar español con sus vecinos, sin darse importancia. Y el español, desagradecido con su esfuerzo. Que Portugal no son sólo toallas y manteles. 

Grandes avenidas siembran la capital, quizá en memoria de victorias. Hay una calle en Lisboa a la que le pasa lo mismo que a la Mezquita de Córdoba. Salvando las distancias. Los sucesivos invasores han dejado huella en ella. Igual que en la Mezquita se nota que cuando llegaron los cristianos y no se atrevieron a destrozarla, todo a pesar de su determinación de imponer el propio credo. Ante semejante espectáculo y demostración de sensibilidad, ante tanta belleza, la reacción merecía un mínimo respeto. Eso sí,  en cada rincón, en cada esquina que pudiera imaginar el musulmán dedicar al rezo, el cristiano edificó una capilla. Colocaron un Cristo, una Virgen, una cruz, en cada vuelta, entre todas las columnas. Alá no cabe en la Mezquita. Obstáculos que no falten. Un paralelismo quizá forzado encuentro con la Avenida de la Libertad, por donde baja a borbotones el corazón de Lisboa, hacia la desembocadura del Tajo. desciende como en un desfile triunfal, ancho y digno. En los carriles centrales se circula como en la Europa continental y en los laterales se circula al revés, como en Inglaterra. Y es que una vez estuvieron aquí, que nadie se olvide. 
Con lo cual lo del "Luc Left Luc right" es cambiante como la vida misma. A ningún lado y a todos el peatón debe mirar, porque el lío es descomunal.

En Lisboa a las calles no les hacen falta nombre, ni número a las casas. Porque cada una es cada una. Con un distinto azulejo, con una moldura suya, el pavimento de acceso único. 

Será porque hace un tiempo que estuvieron a punto de perder la ciudad, que la cuidan como si fuera suya; que en Portugal lo viejo es antiguo y como tal se preserva y se admira, la pretensión no es la decadencia, si no el cuidado y la recuperación de cada barandilla, cada balaustrada, todas las fachadas. Cada una de ellas con su sello o figura. La baldosa particular, inherente a la ubicación o al apellido. Quizá lo eligió un antepasado como recuerdo u homenaje. Cada calle con su propio adoquinado, incluso segmentos de acera se diferencian.

Será porque estuvieron a punto de perder la ciudad, en aquel incendio, que en cada esquina hay una toma de agua en la que los bomberos pueden enganchar sus mangueras para calmar el fuego eventual con rapidez y calmar el ansia de las llamas en su apetito. Que no ocurra como entonces, que devastó hasta la razón. Como testigo queda el olor de esa iglesia a la orilla casi de la plaza del Comercio, donde, entre las losetas la hierba crece.

Estilismo discreto, elegancia de una ciudad admirable, abierta, de bienvenida. Una ciudad de luz. Porque el cielo en Lisboa lo ocupa todo, y la luz llena el aire y los rincones. 

(Muy recomendable la serie "Sequía", es como estar allí)

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