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12/04/2018

CAFÉ E IRLANDES. SOPORTAR LA LEVEDAD DEL SER


Si no tienes algo profundo de lo que hablar ni entres en el café Gijón. Si no te estalla la cabeza con contradicciones, a no ser que dudes de todo, que no le encuentres sentido a la vida; ni te acerques al Café Gijón. Que ni te vea el digno público del Gijón, donde es condición necesaria pero no suficiente para trabajar, ser un erudito. No basta la habilidad con la bandeja. Ni mucho menos hace corazones o flores con la espuma de la leche del café. Allí la espuma es “La espuma de los días”

 

En tal caso, si no cumples los requisitos, vete a un bar irlandés. Existen todavía, aunque la moda murió como vino, sin darnos cuenta. Fue en un verano, mientras Madrid se vació porque el asfalto se derretía. Camareros de noche, profesores de día. En los años siguientes muchos Erasmus se anularon gracias a los Finnegans, Moly Mallone...etc. No se hablaba español dentro. No como pose, la dificultad de pedir una cerveza para un no angloparlante era la misma que si se hubiera cogido un Aer Lingus y plantado en Dublín, Cork, Galway. Hubo a finales del siglo XX una inmigración encubierta de dublineses en España. Vinieron en busca de sol y nuevos amigos. Los irlandeses, tan parecidos a nosotros en muchos aspectos. Con alegría. Con ganas de estar por ahí, de divertirse. Y es que en su tierra no para de llover. Pero no para. Por eso los tréboles de cuatro hojas son populares en sus praderas. Se oían risas en los irlandeses. Ambientazo. Pubs de verdad, no imitaciones burdas.

En el Gijón no se oyen carcajadas. No hay música. Por eso si estás atento y disimulas detrás de una novela, puedes enterarte de las conversaciones vecinas. En realidad los dos hombres con sombrero y loden de la mesa de la esquina están el partido de la Champions de ayer. El grupo de mujeres elegantísimas que han juntado dos mesas celebran el nacimiento de la primera nieta en el equipo. Son secretarias de dirección en la SG. El hombre serio del bigote Nietzsche y Barbour, corbata de lana, camisa de cuadros, pantalón de pana. 70 años más que cumplidos a sus espaldas; lleva esperando una hora detrás del País. Ha llegado con tiempo de sobra. Se levanta cuando una chavala de pelo Pantene arrasa la entrada con energía y una sonrisa llena de dientes. No sabe aún que su padre tiene una muy mala noticia para ella. Algo que la entristecerá, que hará que su espalda se combe. No va a derrumbarse. Está llena de vida, pero le costará digerir esa pena. Llegó la edad adulta. Abraza a su padre. Le moja el hombro con sus lágrimas. Es lo que más quiere.

Ni en el Gijón la solemnidad es tal, ni en el Finnegans todos son borrachos pelirrojos. Algunos son fervientes creyentes en las propiedades de la cerveza. En concreto una pinta de Guinness, todo anglosajón que se precie, sabe que equivale nutricionalmente a un filete. Tal es la fe que recuerdo un encargado que cada día llevaba una cerveza recién tirada, negra con su centímetro de espuma clara y lisa, a un enfermo terminal. Por su salud. No sé cuáles serían los efectos curativos, pero el detalle, la visita, la charla, seguro que alegró los últimos días de aquél irlandés errante.

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