Lo más triste de la pérdida,
como su propio nombre indica, es perdérselo. Es lo que no hiciste, lo que no
diste, lo que no quisiste. Porque eso es lo único que no tiene remedio. Quien
quiso mucho puede llorar, quien tocó, disfrutó cada momento, cada café, cada
charla, puede llorar y puede querer volver y remover la tierra, pero no tiene
esa sensación de desazón que supone querer cambiar el pasado, querer hacer lo
que no se hizo. Por eso el luto es mejor cuando uno lo ha dado todo. Porque no
queda amargor sino recuerdos.
La religión es una buena guía
en estas situaciones. Si no existiera la religión, habría que inventarla, con perdón
si resulta irreverente. No lo pretendo. Si un Dios no existe…no puede no
existir porque es perfecto y una de las cualidades de la perfección es la
existencia. O ¿Cómo ser perfecto sin existir?, en fin. Esa reflexión, mucho más
sesuda y coherente, ya la hizo un sabio hace siglos. Literalmente.
La introspección que exige
el rezo, el silencio. Juntarse con uno mismo. Analizar cada día lo que está
bien y lo que no está tan bien. Alrededor de la mesa, a la hora de comer. Fuera
aparatos electrónicos. Solo palabras o silencio. Es un esfuerzo diario,
horario, que hace más fácil vivir. Y morir. Por eso todos los días hay que quererse mucho. por si mañana ya no te quiero. Por si no estás. Nunca sobra ser querer. Persevera. afortunado creyente.
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