Dentro del ciclo “Diálogos
compartidos entre la Arquitectura y la Ingeniería”, ayer fui a una conferencia.
Hubo un momento de pánico en el que no entendía. Los protagonistas eran el
arquitecto Juan Navarro Baldeweg y el ingeniero Julio Martínez Calzón; moderaba
discreto e interesado, Miguel Aguiló. Julio fue mi profesor, a Juan no le
conocía. Había asistido a la primera jornada con Rafael de La-Hoz (Arquitecto)
y Jesús Jiménez Cañas (Ingeniero de Caminos, C. y P.). En este caso conozco al
arquitecto por referencias. Siendo mujer de un cordobés cuando sale su nombre
en casa la pregunta siempre era “¿padre o hijo?”. Tanto a Julio como a Rafael
los admiro. A Julio como experto en estructuras mixtas. El tiempo me hace
relativizar la dificultad de su asignatura. A Rafael me lo han enseñado en
casa. Su padre, además de todo lo público que ha hecho, diseñó rincones
familiares de mi familia política. No conocía tampoco a Jesús. Ahora admiro a
los cuatro.
Ayer empezó el arquitecto. Al
revés que en el Círculo de Bellas artes, donde se celebró el primer diálogo, allí
empezó el ingeniero. Por tanto, esa primera vez, estaba preparada cuando le
tocó turno al arquitecto, Rafael, fluido, bromista y ligero su discurso, como
sus estructuras. ¡Qué disfrute! Sin embargo, ayer mi perplejidad duró un rato. Al
tratarse de un foro y fuero (Auditorio Agustín de Betancourt del colegio de
Caminos de Madrid) tan erudito, pensé que me faltaba formación. No era eso, que
también; siempre falta o hace falta aprender. Pero creo que la mitad del
auditorio (ingenieros) no entendía del todo. Miraban perplejos las imágenes atendiendo
a lo que contaba el ponente intentando no perder el hilo ni el sentido.
Un arquitecto hablando de
estructuras es difícil de seguir por un ingeniero de estructuras. Nos falta
alma a los camineros. Al mezclar la tracción con el arte, el arquitecto siempre
lleva ventaja. Porque la conocida sensibilidad en la que el arquitecto, primer
obrero, supera y ciega y epata y congela siempre al ingeniero, que viene de
ingenio; es una superioridad imbuida que genera un complejo que el ingeniero
intenta combatir con el estudio. Pero no hay codos bastantes. Hace falta ser
humilde y reconocer que somos complementarios, pero no iguales.
En cuanto a la estética
personal, en su aspecto el arquitecto es libre. En el hombre es inmediata la
distinción del vestir entre ambos oficios. El ingeniero no sale del traje
convencional. Salvo el valiente Julio que lleva vaqueros y zapatillas; llama de
usted al estimado, como hacía en la escuela con sus alumnos. Sin embargo, el
arquitecto es osado y original en el atuendo. Bufandas largas, chalecos de lana
y ropa holgada contrastan con el uniforme de ingeniero. Las barbas de
dimensiones imposibles amplían las diferencias.
El ingeniero es práctico y
apoya en el suelo la maravillosa cúpula para ahorrar material y estructuras
auxiliares. El arquitecto habla de la luz, dice que la cúpula de tan ligera,
había que sostenerla para que no siguiera subiendo. Como en 100 años. La
imagino sábana surcando el cielo.
El arquitecto habla del
conflicto de los materiales. Del hiato como fenómeno. El ingeniero oyente se
raya. Porque otra vez mezcla conceptos de campos tan lejanos. Las grietas y la
luz. Todo batido. En una misma frase. Continuidad por cortes. Continuidad por
discontinuidad. El hiato como figura lingüística sí. Pero en arquitectura qué
será será. El tiempo. Y sólo el tiempo, te lo dirá.
Dice Julio que el arquitecto
trabaja en otra escala. La condición de ingeniero sufre el reto de poner al servicio del otro su conocimiento para que el
arquitecto no se tome algunas cosas a la ligera. Que no olvide que existen fenómenos como la gravedad, el
sismo y el viento, las nieves del invierno, que hay que tener en cuenta. En el hermanamiento entre el hecho artístico
de la forma y conseguir vencer los obstáculos que se le presentan, se halla la
respuesta. También los procesos constructivos.
Arquitecto frente a ingeniero
es la contribución. La renuncia de ambos. Renuncia al capricho y a la soberbia
vencidos por la belleza y la razón, por la disposición perenne al aprendizaje.
Habla el ingeniero de la
fisiología que es la estructura, el esqueleto de la obra de arte
El arquitecto provoca en el ingeniero y si éste resiste,
saca lo mejor de él. A veces las soluciones no son las mejores, pero son las
óptimas para resolver los problemas complejos que la arquitectura necesita.
Cual alma atormentada. Es un reto que
saca lo mejor del estructuralista.
El ingeniero da seguridad al
arquitecto. Como un coeficiente. Hay mucha lucha para conseguir con las
estructuras los deseos e ilusiones. La luz y el espacio y construir es de lo
más gratificante que hay. Crear.
Estructura que forma parte
formal o visual del edificio. Que las estructuras sean sensibles al hecho
estructural. O cuando la estructura es la piel o el propio edificio. Como las
de Torroja. Aunque la estructura no se vea está ahí. Detrás de la luz, haciendo
el haz. También hay estructuras mucho más bellas en construcción que en
servicio. Hay estructuras ocultas especialmente en la edificación. En la obra
civil, puentes, presas; la estructura es, desnuda quien se enfrenta al trabajo
y al ojo crítico.
Hay que leerse razón y ser de
los tipos estructurales, volver a los clásicos. Renunciar a tanto ego.
No hay comentarios:
Publicar un comentario