Esa gente que nunca dice lo que piensa. Esos que llegan a límites
insospechados de cesión, espaldas dobladas, sumisión, absurdo. No son pelotas,
no conocen el no. Hasta límites exasperantes. Porque siempre esperan a saber
qué es lo que, el otro, al que quieren satisfacer, quiere; y ansían que se
pronuncie. Dan vueltas sin decir nada. Para ser iguales, para que así les
quieran más. Creen que de esa manera funciona la cosa. Siendo iguales. Hasta que
se difuminan por completo en el paisaje de la vida, porque han perdido su esencia.
No saben lo que opinan. Carecen de punto de vista. O lo han olvidado. Son
pasteles en el óleo que es la vida. De un soplo desaparecen. Y nadie les echará
de menos. Ni siquiera ellos mismos. Han olvidado quiénes son. El hoyo del
desasosiego es inconsolable. Entendían que lo hacían por amor, por devoción,
por dar gusto al otro. Pero se vuelven gusanos, babosas. Y nadie les quiere. Ni
siquiera ellos, se aprecian. No pueden. No existen. Consiguen navegar durante
años. Hasta que la piedra del zapato es tan grande que no pueden caminar. Ni un
solo paso.
En las reuniones sacan temas de conversación en apariencia inocuos.
Cambian de asunto cuando la cosa se pone fea. Evitan enfrentamientos. Y van
saltando de un corrillo a otro. Pero siempre hay un discutidor que libra la
espada en cuanto escucha la tesis más inofensiva. Han cambiado el nombre de la
calle ya no es comandante sino aviador. El objeto del comentario no es hablar
de política sino chatear, entretener, decir alguna bobada. Así apunta la charla
al principio. Huy los taxistas están como locos. Las cartas no llegan. Y
aparece la (porque suele ser una “ella”), aparece La Conflictos. “Ya no llegan
cartas no digas bobadas. Ya no hay cartas”, mata argumento conciliador número
uno “A mí me parece fenomenal”. Pero al gordo conciliador no le puede parecer
fenomenal lo contrario. No. Pues bueno. Se calla, y se echa un kilillo a la
lorza que queda justo encima del cinturón.
Lo que no sabía el gordo es que Demetrio Zorita, que fue comandante y
aviador, sí. Perteneció además a la División Azul, sí. Y como aviador y
comandante que era fue el 5 de marzo de 1954 el primer español en atravesar la
barrera del sonido. Modestamente y dispuesta a engordar, yo no entiendo el
sentido de invertir un euro siquiera el cambiar el rango de Don Demetrio, que
no quería ser militar, por cierto, le pilló la guerra preparando el ingreso a
Caminos. No volvió a las andadas, parece. El nieto de Don Demetrio, del mismo
nombre, subraya que su abuelo fue soldado raso primero (al estallar la guerra
civil, con 18 años), luego piloto de caza y no participó en bombardeos. Cuando
acabó el conflicto se dedicó a su profesión y no formó parte de los aparatos
del régimen franquista, por lo que no cumple ninguna de las correcciones que
plantea la ley - la exaltación de la sublevación militar, de la Guerra Civil o
de la represión posbélica". No niega su participación en la guerra
mundial, 2ª, pero matiza: “lo hizo por "el convencimiento de la amenaza
comunista sobre Europa y guiado por su sentido del deber, nunca para apoyar al
régimen nazi al que acabó detestando". "Esto pasó con otros países.
Finlandia, un país de impecable tradición democrática no dudó en aliarse con
los alemanes por las mismas razones. En las guerras también se hacen extraños
compañeros de cama, incluso deleznables" Yo lo que no entiendo es que le
degraden, de verdad. Le quitas la calle o no se la quitas, pero si era
comandante, pues déjale comandante. ¡Qué ganas de ganitas!
Pero, en fin, volviendo al tema del engordar por no discutir. Es buen
régimen el de decir lo que piensas. Basta ya de conciliar, no desaparezcas del
mapa. No vas a salir en la foto. No seas pusilánime, y de paso te quitas unas
mollas. Defínete, que se vea tu contorno, deja ya de tener miedo. Es imposible
conciliar siempre, estar de acuerdo en todo. Sé tú. Nadie se acordará nunca de
todo lo que cediste. Porque eras invisible. Y lo serás.
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