Es cierto que no se le puede dar a nadie el poder de nuestro estado de
ánimo. A nadie se le puede entregar esa llave que cierra el grifo de la pena y
abre el de la alegría. Ni la contraria.
No es culpa de nadie la pena. Somos cada uno de nosotros quien está triste o
contento. Y eso sí, tenemos el poder de dar, eso es nuestro. Tenemos la
capacidad de transmitir alegría a lo demás. De agradecer. De ayudar. Tenemos la
capacidad de transmitir cosas buenas e intentar cada día hacer las cosas bien y
querer mucho, mucho.
Si alguna vez entregas ese mando, entras en el mundo de la falsa
existencia. De donde saldrás abruptamente. Y estarás tan solo, tan perdido, que
te será difícil encontrar tu camino. Pensarás que no existe. Es posible que no
quede huella de lo que quieres. Es posible que despierte en medio de un erial. Es
tu responsabilidad. Pero encontrarás ese camino. Lo harás, porque no te queda
más remedio. Es la única manera de vivir. Debes encontrar dentro de ti las
razones esenciales para vivir. No busques en otro. No fagocites alegrías
ajenas, porque te sentirás parásito. Sé tu mismo, con todas las consecuencias. Aunque
no gustes, aunque discutas. Aunque estés incómodo. Solo así es posible la vida.
Sin razones de fondo, sin autenticidad, tu curso serán meandros. Vivirás paréntesis
de alegría en medio del miedo a ser descubierto. A darte cuenta de que estás
hueco. De que no tienes nada. De que no eres nadie. Ni siquiera un camaleón. No
es que te adaptes y te mimetices. No se trata de eso. Encuéntrate. Sé valiente.
Mira de frente. Da. Da las gracias. Sé bueno. Cree en ti. Eres el protagonista de
tu vida. No el ombligo del mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario