He cometido muchos errores. Soy responsable de donde me encuentro. No es la mala pata. No es la mala fortuna. No, soy yo. Yo he venido hasta aquí y he hecho las cosas de tal modo, que éste es el punto en el que estoy. He elegido en las bifurcaciones y yo solita he llegado hasta aquí. Esto es: reconozco, me confieso, me arrepiento.
Desde ahí se puede hablar. Porque con culpar a la suerte o a la desgracia lo que haces es sacar el foco de ti. Y no reflexionar. Y no madurar. Y no entemder. Además es muy fácil ver lo que los demás hacen mal. Lo
propio "jode", con perdón. Los errores de uno, tela. Y es que duele madurar. La fruta madura cae. Y el golpe que se pega a veces la rompe. Es así . Vivíamos tan agustito enganchados por el ombligo a mamá.
Pero una vez que te reconoces, que reconoces, es como en misa. Lo decía Rafa Reig, una vez reconocidos tus pecados puedes morir en paz. Pues eso. Una vez que estas en paz también puedes vivir en paz. Y relacionarte, en paz. Y perdonarte, y perdonar. Mientras tu alma es colmena, el bzzz no te deja aceptar ni escuchar. Es muy zen esto, ¿si? En realidad es común a todas las religiones, a todo lo que supone una conducta ética, a la moral más básica. Pero vivimos olvidados de lo importante. Vivimos de espaldas, solo miramos al sol para ponernos guapos. Vivimos deprisa con nuestros hitos y objetivos. Se nos olvida querer y para querer necesitamos estar en paz. Asumir.
Y volver a empezar. A pesar del dolor. Gracias al dolor a veces. La reflexión profunda es posible, Seguir adelante con la mochila llena, la carretilla para arriba. Y habiendo aprendido, un poco. Solo así se puede querer e intentar hacer felices a los tuyos. No siempre se consigue. Eso es magia ya.
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