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13/03/2021

LOS HIJOS DEL DIVORCIO


Los hijos del divorcio son víctimas inocentes de los padres de los hijos del divorcio. Hijos de fracasos. Los hijos del divorcio crecen pensando que todo es una farsa. Van de medio lado, por si las moscas. Crecen dudando de su culpa. Los hijos del divorcio consuelan y soportan a partes iguales a unos progenitores que deberían hacer lo propio con ellos. Los hijos del divorcio serán felices a pesar y no gracias a los padres de los hijos del divorcio. Por mucho que les cuenten, por mucho que les vendan, por mucho que abunden, los hijos del divorcio crecen un poco más solos. Los padres de los hijos del divorcio nos hemos convertido en padres amigos de los hijos del divorcio o en padres ausentes de los hijos del divorcio. En cualquiera de los casos hemos dejado huérfanos de padre y madre a los hijos del divorcio.

Hay algún hijo que solidifica su propia familia cual ígnea sustancia que del mismo magma sale. Hay hijos del divorcio que buscan el amor desordenado. Vagan y divagan faltos de huesos. Hay hijos del divorcio que cambian papeletas. Hay hijos del divorcio que arriesgan la vida misma por conseguir que el propio matrimonio no se convierta en el que vivió de niño. Si es divorcio o malquerer, desamor, rendición a los votos, omisión de los compromisos adquiridos, tanto da.

Los hijos del divorcio coleccionan viajes y maletas. Los hijos del divorcio tienen llaves de su casa vacía. Oyen el eco de su silencio al llegar. Viven en hogares llenos de ausencia. Adolecen de olor a lumbre y costumbre. Ese hueco del sofá en el que el padre fumaba y la madre tejía no se llena ni con monedas, ni premios, ni estatuas. El hueco se hace hoyo. Los hijos del divorcio no merecen el desamor ni la falta de lealtad de los padres de los hijos del divorcio. Los padres de los hijos del divorcio divagan en sus diatribas, banalizan el impacto que sus propias decisiones tienen sobre los hijos del divorcio. Los padres de los hijos del divorcio retornan a adolescencias no vividas cuando su deber es otro. Cuando ya no toca adolecer, cuando el que adolece es el hijo del divorcio. Cuando los sueños y las dudas le corresponden a él. En ese momento los padres de los hijos del divorcio inundan a los hijos del divorcio con sus necesidades de cumplir anhelos de juventud, satisfacer sueños dorados. Transforman en unos “porque yo lo valgo” sus antojos y en experiencias sus errores. No sólo les roban la estructura que aporta la familia a los hijos del divorcio, sino que además les quitan la edad y sus derechos, sus momentos de soñar, de dudar y equivocarse. Les roban los cimientos y les exigen lo que ellos deberían aportar, lealtad, fidelidad, incondicionalidad, rumbo. Porque los hijos del divorcio tienen padres ombligo, que son novias en la boda, niño en el bautizo. Y no dejan a los hijos del divorcio vivir sus dudas, les inoculan las suyas, el egoísmo, la pena, la culpa de los padres de los hijos del divorcio que pretenden disuelvan los hijos del divorcio y transformen en aprendizaje. Porque la vida es así.

No son cadenas las que el matrimonio teje. Son hilos de amor, tan finos como los de la Virgen de los Milagros. Son luces que entelan los días, que arropan el alma. Son pequeños gestos que salvan del frío, que acurrucan las noches. Son fibras de alegría que asustan al miedo. Son montañas de amor que consolidan la fuerza del amado. Son los ingredientes de la familia, que es la base y el sentido de la vida.

Los hijos del divorcio no sólo tienen miedo a fallar, es que no quieren probar. Se alejan del anillo, del regalo, del compromiso. Los hijos del divorcio se entretienen en el camino. Buscan y escuchan con recelo respuestas a lo que no entendieron. Desconfían del modelo, golpean del revés al ejemplo. Devuelven todas las bolas. No saben qué quedarse.

Los hijos del divorcio son nuestros hijos y siempre cargan con un grado de abandono que no merecen, inocentes, y solo se cura queriendo. O no se cura.


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