Los hijos del divorcio son víctimas inocentes de los padres de los hijos del divorcio. Hijos de fracasos. Los hijos del divorcio crecen pensando que todo es una farsa. Van de medio lado, por si las moscas. Crecen dudando de su culpa. Los hijos del divorcio consuelan y soportan a partes iguales a unos progenitores que deberían hacer lo propio con ellos. Los hijos del divorcio serán felices a pesar y no gracias a los padres de los hijos del divorcio. Por mucho que les cuenten, por mucho que les vendan, por mucho que abunden, los hijos del divorcio crecen un poco más solos. Los padres de los hijos del divorcio nos hemos convertido en padres amigos de los hijos del divorcio o en padres ausentes de los hijos del divorcio. En cualquiera de los casos hemos dejado huérfanos de padre y madre a los hijos del divorcio.
Hay algún hijo que
solidifica su propia familia cual ígnea sustancia que del mismo magma sale. Hay
hijos del divorcio que buscan el amor desordenado. Vagan y divagan faltos de
huesos. Hay hijos del divorcio que cambian papeletas. Hay hijos del divorcio
que arriesgan la vida misma por conseguir que el propio matrimonio no se
convierta en el que vivió de niño. Si es divorcio o malquerer, desamor,
rendición a los votos, omisión de los compromisos adquiridos, tanto da.
Los hijos del divorcio
coleccionan viajes y maletas. Los hijos del divorcio tienen llaves de su casa
vacía. Oyen el eco de su silencio al llegar. Viven en hogares llenos de
ausencia. Adolecen de olor a lumbre y costumbre. Ese hueco del sofá en el que
el padre fumaba y la madre tejía no se llena ni con monedas, ni premios, ni
estatuas. El hueco se hace hoyo. Los hijos del divorcio no merecen el desamor
ni la falta de lealtad de los padres de los hijos del divorcio. Los padres de
los hijos del divorcio divagan en sus diatribas, banalizan el impacto que sus
propias decisiones tienen sobre los hijos del divorcio. Los padres de los hijos
del divorcio retornan a adolescencias no vividas cuando su deber es otro.
Cuando ya no toca adolecer, cuando el que adolece es el hijo del divorcio.
Cuando los sueños y las dudas le corresponden a él. En ese momento los padres
de los hijos del divorcio inundan a los hijos del divorcio con sus necesidades
de cumplir anhelos de juventud, satisfacer sueños dorados. Transforman en unos “porque
yo lo valgo” sus antojos y en experiencias sus errores. No sólo les roban la
estructura que aporta la familia a los hijos del divorcio, sino que además les
quitan la edad y sus derechos, sus momentos de soñar, de dudar y equivocarse.
Les roban los cimientos y les exigen lo que ellos deberían aportar, lealtad,
fidelidad, incondicionalidad, rumbo. Porque los hijos del divorcio tienen
padres ombligo, que son novias en la boda, niño en el bautizo. Y no dejan a los
hijos del divorcio vivir sus dudas, les inoculan las suyas, el egoísmo, la
pena, la culpa de los padres de los hijos del divorcio que pretenden disuelvan
los hijos del divorcio y transformen en aprendizaje. Porque la vida es así.
No son cadenas las que
el matrimonio teje. Son hilos de amor, tan finos como los de la Virgen de los
Milagros. Son luces que entelan los días, que arropan el alma. Son pequeños
gestos que salvan del frío, que acurrucan las noches. Son fibras de alegría que
asustan al miedo. Son montañas de amor que consolidan la fuerza del amado. Son
los ingredientes de la familia, que es la base y el sentido de la vida.
Los hijos del divorcio
no sólo tienen miedo a fallar, es que no quieren probar. Se alejan del anillo,
del regalo, del compromiso. Los hijos del divorcio se entretienen en el camino.
Buscan y escuchan con recelo respuestas a lo que no entendieron. Desconfían del
modelo, golpean del revés al ejemplo. Devuelven todas las bolas. No saben qué
quedarse.
Los hijos del divorcio
son nuestros hijos y siempre cargan con un grado de abandono que no merecen,
inocentes, y solo se cura queriendo. O no se cura.
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