Esto es todo verdad. O
casi todo. Cuando yo era pequeña, o más pequeña, y no tan pequeña, cada vez que
contaba algo, me acusaban de exagerada. De ser como una tía mía a la que
tachaban de fantasiosa. Que se privaba al llorar de tanto que sufría. Si bien
es bueno parecerse a los propios, que honra merece, dicen; nunca me pareció que
me piropearan con tales argumentos. Además, esos eran los menos graves de los
apelativos. Lo normal era "ya está María con sus cosas". O un "
Eso es mentira", seguido de "no inventes". Me han dolido en el
centro mismo de mi patata ese tipo de comentarios. Hasta el silencio. Sí.
Interpreta mi silencio. Gritaba callada a la audiencia. Insultantemente muda. Sin
que nadie notara nada. Soy de esas personas que procuran la paz, por lo que
olvido los motivos de mi enroque, y además soy de los incorpóreos y
prescindibles. No se aprecia mi ausencia. Así es que, cuando estoy callada a nadie
se le ocurre que me pasa algo. Es más, agradecen el descanso. Sí, hay personas
que somos así, invisibles. Por muy gordas y grandes que seamos. Hay chiquititos
que cunden mucho más.
No sé si he superado esa
etiqueta de mentirosa. La verdad es que todo depende de cómo te lo montes, o
cómo te lo tomes. Yo podía haber aprovechado el impulso para hacerme cineasta,
inventora, relatora, escritora o cualquier actividad relacionada con la imaginación.
Con ese tirón ya tenía medio camino hecho, al menos me hubiera ahorrado
promocionarme. Sin embargo, me lo tomé como un defecto. E intenté sin mucho
éxito ajustarme siempre a la realidad. Busqué la precisión con ahínco- Como
dirán que todo esto me lo he inventado o exagerado voy a contar una historia
que nadie sabrá si es cierta o no.
Mi tío nunca quería
viajar, ni dormir fuera de casa, no por falta de interés en conocer mundo. De hecho,
hubo una época, cuando sus articulaciones se lo permitían, en que viajó mucho
más lejos que lo que entonces se entendía como normal. Vivió temporadas, siendo
muy joven, en los Estados Unidos de América. La razón última de su resistencia no
era otra que proteger su sueño, no cabía en las camas normales. En ninguna más
que en la suya. Es alto sí. Como todos mis parientes. Según mi padre siempre ha
sido el más elegante de los hermanos. Decía que era como James Stewart. Mi tío,
además de ser muy listo y muy bueno, es el flautista de Hamelín. Goza de la
capacidad de captar la atención de los niños. Es silencioso y sonríe con
placidez, parece que está a gusto. Cuando entra un niño en su campo de
afección, se dirige a él por muy escondido que esté. Emite ondas que solo los
niños reciben. Le puedes ver en una reunión familiar que no se levanta de un
sofá porque a su lado se ha instalado un nieto o sobrino nieto que se ha cogido
con la manita a uno de sus larguísimos y blancos dedos. Por no alterar el
momento mi tío no se mueve, le habla al chaval, le cuenta. Puede pasar horas
así, sin perder la sonrisa.
Va a cumplir ochenta y
tantos y fue hace unos días cuando por primera vez ingresó en un hospital. No
es la única cosa en la que se estrena ya talludito. Acudió a la peluquería por
vez primera hace bien poco. Sus melenas se las recortaba mi tía. No es
primerizo en visitar hospitales, lo hizo con frecuencia cuando se podía entrar
en ellos sin ser paciente ni trabajador sanitario, de visita. Es discreto y se
queda siempre en un segundo plano, trae el agua cuando el enfermo tiene sed,
llama a la enfermera, baja o sube la cama, pendiente siempre de lo importante.
En fin, está atento, sin que se note, sin dar la lata.
Resulta que necesitaba un
marcapasos, que le animara el corazón, sin
tener que darle cuerda, automático. Puedes oír sus pataditas, está vivo creo yo.
Tras el diagnóstico y previo a ponerse en manos del cirujano, acudió al
cardiólogo con un dibujo del corazón para que por favor le explicara cual era
el mecanismo que fallaba el órgano. El especialista, gustoso indicó el sentido
de la sangre limpia y la sucia, el bombeo, y mi tío salió más contento de la
consulta. Habiendo debatido sístole y diástole, contracción y relajación,
entendida la misión del minúsculo cacharro asumiría ya para siempre en su
esbelta envergadura; relajó su postura y ya más tranquilo, se enfrentó a la
intervención y comentarios. Porque cuando a la pregunta "¿qué te van a
hacer? ", contestaba lo de la instalación del marcapasos, recibía
sistemáticamente un "uy, eso no es nada". Y una retahíla de ejemplos de
intervenciones mucho más graves y complicadas a conocidos o extraños. Claro, no
es nada cuando se lo hacen a otro, pero cuando eres tú el afectado, la
perspectiva cambia. Y sí es algo.
La operación salió
genial. Los médicos muy majos y las enfermeras atentas. Por si las moscas le
dejaron ingresado un día. Ahí vino lo complicado. Porque mi tío es muy de
Segovia y si le dicen que se esté quieto, no se mueve. Como cuando un nieto le
agarra el índice. Ya puede temblar la tierra, que mi tío no se inmuta. Pero no
cabía en la cama. Empezó a doblar las piernas y estirarlas, cualquier cosa
antes de llamar al timbre. Así pasó la noche en vela, con un pasajero en su
corazón.
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