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15/03/2021

MI TIO EN EL HOSPITAL

Esto es todo verdad. O casi todo. Cuando yo era pequeña, o más pequeña, y no tan pequeña, cada vez que contaba algo, me acusaban de exagerada. De ser como una tía mía a la que tachaban de fantasiosa. Que se privaba al llorar de tanto que sufría. Si bien es bueno parecerse a los propios, que honra merece, dicen; nunca me pareció que me piropearan con tales argumentos. Además, esos eran los menos graves de los apelativos. Lo normal era "ya está María con sus cosas". O un " Eso es mentira", seguido de "no inventes". Me han dolido en el centro mismo de mi patata ese tipo de comentarios. Hasta el silencio. Sí. Interpreta mi silencio. Gritaba callada a la audiencia. Insultantemente muda. Sin que nadie notara nada. Soy de esas personas que procuran la paz, por lo que olvido los motivos de mi enroque, y además soy de los incorpóreos y prescindibles. No se aprecia mi ausencia. Así es que, cuando estoy callada a nadie se le ocurre que me pasa algo. Es más, agradecen el descanso. Sí, hay personas que somos así, invisibles. Por muy gordas y grandes que seamos. Hay chiquititos que cunden mucho más.

No sé si he superado esa etiqueta de mentirosa. La verdad es que todo depende de cómo te lo montes, o cómo te lo tomes. Yo podía haber aprovechado el impulso para hacerme cineasta, inventora, relatora, escritora o cualquier actividad relacionada con la imaginación. Con ese tirón ya tenía medio camino hecho, al menos me hubiera ahorrado promocionarme. Sin embargo, me lo tomé como un defecto. E intenté sin mucho éxito ajustarme siempre a la realidad. Busqué la precisión con ahínco- Como dirán que todo esto me lo he inventado o exagerado voy a contar una historia que nadie sabrá si es cierta o no.

Mi tío nunca quería viajar, ni dormir fuera de casa, no por falta de interés en conocer mundo. De hecho, hubo una época, cuando sus articulaciones se lo permitían, en que viajó mucho más lejos que lo que entonces se entendía como normal. Vivió temporadas, siendo muy joven, en los Estados Unidos de América. La razón última de su resistencia no era otra que proteger su sueño, no cabía en las camas normales. En ninguna más que en la suya. Es alto sí. Como todos mis parientes. Según mi padre siempre ha sido el más elegante de los hermanos. Decía que era como James Stewart. Mi tío, además de ser muy listo y muy bueno, es el flautista de Hamelín. Goza de la capacidad de captar la atención de los niños. Es silencioso y sonríe con placidez, parece que está a gusto. Cuando entra un niño en su campo de afección, se dirige a él por muy escondido que esté. Emite ondas que solo los niños reciben. Le puedes ver en una reunión familiar que no se levanta de un sofá porque a su lado se ha instalado un nieto o sobrino nieto que se ha cogido con la manita a uno de sus larguísimos y blancos dedos. Por no alterar el momento mi tío no se mueve, le habla al chaval, le cuenta. Puede pasar horas así, sin perder la sonrisa.

Va a cumplir ochenta y tantos y fue hace unos días cuando por primera vez ingresó en un hospital. No es la única cosa en la que se estrena ya talludito. Acudió a la peluquería por vez primera hace bien poco. Sus melenas se las recortaba mi tía. No es primerizo en visitar hospitales, lo hizo con frecuencia cuando se podía entrar en ellos sin ser paciente ni trabajador sanitario, de visita. Es discreto y se queda siempre en un segundo plano, trae el agua cuando el enfermo tiene sed, llama a la enfermera, baja o sube la cama, pendiente siempre de lo importante. En fin, está atento, sin que se note, sin dar la lata.

Resulta que necesitaba un marcapasos, que le animara el corazón, sin tener que darle cuerda, automático. Puedes oír sus pataditas, está vivo creo yo. Tras el diagnóstico y previo a ponerse en manos del cirujano, acudió al cardiólogo con un dibujo del corazón para que por favor le explicara cual era el mecanismo que fallaba el órgano. El especialista, gustoso indicó el sentido de la sangre limpia y la sucia, el bombeo, y mi tío salió más contento de la consulta. Habiendo debatido sístole y diástole, contracción y relajación, entendida la misión del minúsculo cacharro asumiría ya para siempre en su esbelta envergadura; relajó su postura y ya más tranquilo, se enfrentó a la intervención y comentarios. Porque cuando a la pregunta "¿qué te van a hacer? ", contestaba lo de la instalación del marcapasos, recibía sistemáticamente un "uy, eso no es nada". Y una retahíla de ejemplos de intervenciones mucho más graves y complicadas a conocidos o extraños. Claro, no es nada cuando se lo hacen a otro, pero cuando eres tú el afectado, la perspectiva cambia. Y sí es algo.

La operación salió genial. Los médicos muy majos y las enfermeras atentas. Por si las moscas le dejaron ingresado un día. Ahí vino lo complicado. Porque mi tío es muy de Segovia y si le dicen que se esté quieto, no se mueve. Como cuando un nieto le agarra el índice. Ya puede temblar la tierra, que mi tío no se inmuta. Pero no cabía en la cama. Empezó a doblar las piernas y estirarlas, cualquier cosa antes de llamar al timbre. Así pasó la noche en vela, con un pasajero en su corazón.


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