En potencia quiere ir a todas partes. En realidad no va a ningún sitio a no ser que le arrastren. En potencia anda 15.000 pasos diarios y cada mañana nada en una piscina infinita mientras recuerda, piensa, y cuenta brazadas. En realidad escoge sin elegir una peli cualquiera y por no hablar con nadie, ni contesta el teléfono. Le ayuda el modo silencio en el que lo activa. Le sirve de excusa. Dice si le preguntan, que no lo ha oído, sin mentir. Casi nadie se interesa ya de porqué no contesta las llamadas. Tampoco es del todo verdad. Ha visto que llamaban y quién. A no ser que detecte una urgencia por insistencia o deshora, ni se inmuta. Tiene activado un sonido de emergencia por si lo imprescindible. Ante la persistencia desmedida, es capaz de contestar con un mensaje sobre su altísimo nivel de ocupación. Al final la gente se cansa, y el teléfono deja de sonar. No digamos el telefonillo.
En potencia está a régimen y se está poniendo estupendo (se está cuidando, está a plan, como se dice ahora, eufemismo tras eufemismo). En la realidad entretiene el tiempo libre en la sección de guarrerías del supermercado. Duda entre las Pringles y los cacahuetes con azúcar. Es concienzudo, eso sí, que si abre una bolsa almendras, hasta que no se las acaba, no para. O unos picatostes. No se vayan a estropear. Y tira la bolsa. Que no se diga.
Está muy bien eso de la voluntad, pero hay que tenerla. Que por mucho que se levante a las 7 de la mañana, se enfrente a los papeles, que tiene examen mañana, sus tareas... Pueden pasar horas, hasta que llega la concentración bendita. Ha contado las moscas, las estrellas, los bultos del gotelé hasta encontrar recurrencia. Las flores del papel pintado le recuerdan a la casa de sus abuelos. Y se marcha a la infancia. Sigue en las nubes. Ya lo dijo Picasso, o Don Camilo, que la inspiración te pille trabajando, lo de que es un 90% sudoración y un 10 expiración. Hay que calentar la silla mucho, Y aun así no hay garantía.
En potencia o impotencia. En medio queda la vida y la virtud del disfrute.
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