En los orígenes, se nos castigó dos veces. La primera
por culpa de una manzana, una serpiente y una ambiciosa mujer a la que nada le
parecía bastante. Y un hombre, atontado, que la siguió. Todo hay que decirlo.
Ahí perdimos El Paraíso. Que no es Disney Chanel, no son historias de bellezas
que se besan bajo la luna. El Jardín del Edén era el Paraíso de verdad. Esos
dos fueron culpables de que ganáramos el sueldo con el sudor de la frente y un
montón de faenas más.
La otra fue la del lío de Babel. A modo de síntesis y
sin pretender más erudición que la que aporta internet, otra vez por una
desmedida ambición, el hombre en este caso él, la pifió. Parece que fue Moisés,
de después de que casi se extingue la humanidad, pero gracias a Noé y a las
parejas que albergó su arca ante la amenaza del diluvio. Resulta que unos
descendientes del bueno de Noé y
supervivientes del diluvio, decidieron construir la Torre de Babel, con
ambición de que fuera tan alta que llegara al cielo. Arquitectos e ingenieros
fueron de nuevo castigados por su rebeldía haciendo el mismo Dios que empezaran
cada uno de ellos a hablar una lengua distinta.
Dicho esto, ¿no tenemos bastante con lo que tenemos
para no entendernos? El idioma inglés es mejor negocio que el de los piratas
que fueron famosos en esas tierras. Ni turismo de sol o cultura da tanto caché
como el de aprender idiomas. Hordas de chavales se desplazan a países
angloparlantes con la aspiración del bilingüismo. El dorado es intocable, pues
consiste tan solo en el dominio del idioma. Ese estado casi nirvánico que nos
permite conversar con un británico sin la vergüenza del acento castellano, el
canturreo italiano o las erres que son ges de los franceses. Orgullo de labia.
Hasta tal punto llega la entrega que antes que saber sumar, hay que saber
inglés. De ese modo se da la paradoja de que muchos ignorantes son bilingües y
por eso pasan en los ranking de currículo a los simples médicos, abogados,
ingenieros que no saben idiomas, pero en lo demás les dan cien vueltas. ¡Ah!
Haber aprendido inglés. Que no digo yo que no sea importante, que no es. Sin
perder el norte.
Eso sí. Mientras el mundo entero intenta aprender el
idioma del otro medio, resulta que aquí en nuestra querida España, queremos
traductores en el parlamento. ¡Amos no jodas! Es cierto que en el parlamento
europeo hay más de 20 lenguas oficiales, pero es de Perogrullo, que las
conversaciones sin traductor son las más fluidas (siempre que se domine un
idioma común) Para trabajar allí, lo mejor homogeneizar. Pues nosotros, al
revés, desaprende español hijo, hable usted gallego en el parlamento, hable
valenciano, vasco, bable, catalán, murciano. Si más de la mitad de América se
entiende en español, que no es siquiera castellano, nosotros, al revés. Ole.
Yo tengo un amigo cuyo hermano mayor se casó con una
mujer que venía del país del sol naciente. Ante la proximidad del matrimonio, y
que un nuevo miembro pasara a formar parte de la familia, mi amigo aprendió
japonés, como forma de bienvenida a la cuñada. Se dio la circunstancia de que
la segunda hermana se casó con un abogado español. Mi amigo acudió al
casamiento. La tercera se esposó con un chino de la China-na-na. Y mi amigo se
puso manos a la obra. Porque el chino y el japonés no es lo mismo. Habla chino
y japonés. Su siguiente hermana se casó con un cubano. Ahí no hizo falta que
tomara lecciones. Su melliza se embarcó hacia Italia donde comparte vida y
amistades y encontró su mitad del rico cítrico. Aprendió italiano mi amigo.
Ahora se ha sumado a sus aficiones la pasión por Farsi. Dicho y hecho, Mi amigo
quiere entender las cosas y no hay mejor manera que hablar el idioma del otro.
Por si resulta difícil ponernos de acuerdo, pero no
nos parece bastante, vamos a echarle un poco de picante. Un palo en la rueda.
HALA. Que vive la ceremonia de la confusión. A ver si encontramos a un buen
interprete y apaña una traducción.
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