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01/05/2018

ADELGAZAR


 
Hay tantas maneras de adelgazar como longanizas. Tantas como personas. O más.
Personas. Está el que dice que todo le engorda. Es un clásico. Que no come nada. Que es su metabolismo. Se levanta café con leche desnatada, tostada de pan integral y un chorrito de aceite de oliva. Pero llega a la oficina y se zampa un donut a las 11:00. A mediodía ya está arrepentido y vuelve al pollo a la plancha y un poquito de verdura hervida. De postre no puede evitar unas natillas. A media tarde se ventila lo que dejan sus hijos del bocata de chorizo de pamplona que les ha hecho. No se puede tirar. Mientras prepara la cena se sirve un vaso de vino. Ya total. Pica un poco de aquí y de allá. Mañana empiezo. En el momento de sentarse a la mesa no se sienta para disgusto del resto, pareja e hijos. Va de acá para allá. Y ya viendo la peli se “aprieta” una tableta de chocolate. Sin piedad. A día siguiente piensa que no cenó. En definitiva, se pasa el día sufriendo y frustrado. Sin disfrutar y malogrando objetivos.
En el otro extremo el racional. Cuando se pone, se pone. No atiende a ningún tipo de compromiso social en época de régimen. Se excusa. No se salta jamás el régimen. Come pesando cada alimento, es estricto. Filete a la plancha, pescado hervido, espinacas. Y vuelta a empezar. Pasa de la 44 a la 36 y la cara se le vuelve verde. Le cambia el carácter. Pero adelgaza. Y tiene una recompensa, ha logrado su objetivo.
El que siempre está a régimen. Lo ha probado todo, la dieta del melón, la de la piña y el atún, de la alcachofa. Comer solo fruta. Comiendo manzana, en cuatro días cinco kilos, o al revés. La del tomate, crudo, frito, al horno. La de los alimentos disociados. Pechuga y lechuga. La dieta de la sopa mágica, a la que se le van añadiendo componentes a medida que avanza el régimen. La conocidísima dieta del Dr. Ferrucho. Las dietas temporales, la de los tres días, la de las dos semanas. Y las que asocian tiempo y pérdida de peso. Tipo: pierda cinco kilos en cinco días y no los recupere. Farsas que alimentan a la postre ilusiones y desembolsos en herbolarios. Mágicas recetas que generan ilusiones y falsas esperanzas.
Sí, que la ingesta tiene que ser igual o menor que el desgaste. Pero es que el desgaste es poco en personas normales. Por la mañana coche o transporte público. Sentados en silla de respaldo de rejilla. Tres o cuatro veces se levantan con pereza a la impresora. Si hay suerte salen a tomar café fuera. La vuelta a casa la misma. Como mucho tareas de brazos, una o dos horas de plancha. De dedo, pongo la lavadora, quito la lavadora. Compra. Cocina. Recojo. Las tareas diarias consumen pocas calorías.
Pero la única dieta eficaz que conozco es cerrar el pico. Comer menos. Comer poco. Y punto Hace falta muy poco para nutrirse. Casi todo es superfluo. De vez en cuando comer más. Nada engorda y mucho menos adelgaza. No hace falta comerse 10 croquetas. Ni tres filetes empanados o rusos. Pero uno no engorda. Comerse una ensaladera llena de tomate y lechuga no adelgaza. Sacia. Engorda ponerse morado. Acabarse bolsas de nachos y patatas fritas sí, claro.
La angustia que te lleva a devorar tres panteras rosas y dos tigretones al terminar de comer. Eso es lo que te machaca. No engorda la comida en sí, engorda lo mal que te sientes. Engorda la pena. Lo vacío que te notas, que te ruge algo en tu interior pidiendo más. Y no se llena nunca ese agujero gigante. Porque no se trata de ese nutriente. Engorda comer solo, sin compartir la mesa con tu familia, sin hablar, mirando la tele. Eso engorda más que las cervezas y el jamón de mono
 

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