Seguidores

18/10/2018

¿DÓNDE HAS PUESTO EL TROMBOCID?


El orden es una propiedad que no es inherente a todo ser humano, ni mucho menos. Hay quien nace con el don y otros sin él. Pero entre estos dos salvajes extremos la gama de colores es infinita. Yo diría además que el concepto de orden es subjetivo, y en una casa cada habitante tiene su criterio de lo que es el orden.

También hay personas ordenadas. Alabadas sean. Pero son más los que no soportan que las cosas estén en medio. No es que sean muy ordenados, no. Pero no pueden con el caos. Aquí algún experto hablaría de que no pueden ver desorden por fuera porque les recuerda al que tienen dentro. No se puede generalizar. Pero son arrasadores. Todo lo que encuentran lo guardan, sin ton ni son, lo esconden donde pillan: cajones, armarios, puertecitas varias, debajo de la cama. Van despejando a su paso. Atrévete a preguntar que si alguien ha visto tu jersey rojo. Por supuesto lo habías dejado en una silla de tu cuarto, para ponértelo a la tardecita, que hace fresco. Cuando vas a echar mano, carrasparra cartapacio, me disuelvo en el espacio. Te contestan que en el armario. ¡Ay de ti! ¡Esa puerta tiene acceso directo a un ejemplo de entropía, esa capacidad sin límites de seguir desordenándose hasta el infinito y más allá! Mucho ojo al abrir, que puedes caer sepultado por mantas, sudaderas, camisetas, polainas, todo lo que se haya encontrado el arrasador a su paso y ha escondido.

Y es que las cosas no tienen un sitio. O para cada uno es diferente. Así, para mí la mesa de mi despacho está ordenada si tengo despejada la zona entre mi cuerpo y el teclado. El resto, todo a mano, en montones distribuidos por mi espacio, a mano, perfectamente ordenado. Para mí. Con carpetas de las que no sale ningún papel y cada una de ellas tiene el título del proyecto escrito a mano, a mi mano, con mi mano y un rotulador gordo. Cada proyecto es un montoncito, no necesariamente paralelos entre sí. A veces hay varios proyectos apilados. Depende. Las revistas técnicas que tengo pendientes de leer, en otra torre. La agenda al lado del teléfono, abierta por el día de hoy. Algunos post-its en la pantalla del ordenador y uno fundamental, rosa, pegado al auricular. Mañana a primera hora tengo que llamar. Es mi orden. Dejo el ordenador encendido porque está calculando ¿Qué todo eso ocupa la extensión entera de mi mesa que mide más de cuatro metros de largo? Sí. ¿Y? Pues que así no se puede limpiar. ¡Ah! También he extendido un plano en DIN A1 para ver unos detalles del proyecto que me tiene entretenida últimamente. Para eso he dejado en el suelo una columna de papeles algo antiguos pero que no puedo tirar sin revisar. Me han acusado de antigua, todo puede estar dentro del ordenador, planos, proyectos, revistas. Y la mesa impoluta. Alguno debería estar también dentro del ordenador, en la papelera de reciclaje, pendiente de eliminación definitiva. En fin, que el orden es propio. Porque yo entiendo a Maribel, cuando viene a limpiar dice: ¡Pero esta chiquilla qué hace! ¿cómo le paso la mesa? Pues con mucho cuidado, levanto, limpio, levanto y limpio y todo se queda tal cual estaba, pero como el jaspe. Una amiga mía evitaba la tentación de las limpiadoras colocando varios DIN A1 tapando todo lo que para alguien podía ser un desastre; pero era la única manera de no perder un segundo al día siguiente, al incorporarse al trabajo. Un mensaje encima “NO TOCAR”

Que no tienen su sitio las cosas, por mucho que te empeñes. Las medicinas en esta caja. Y llega el chaval, con la pata chula, recién operado y pregunta: “mamá, ¿Dónde has puesto el Trombocid?” A la madre se le hincha la vena, esa que sale de al ladito de la clavícula y recorre el lateral del cuello y avanza por debajo de la mandíbula. El chaval estará convaleciente, pero ya no cumple los 25 y no llega a los 50. Vamos, que no es un niño ni muy mayor. Es cierto que lleva muletas y el botiquín está en la segunda planta. El niño pasa el día en el salón, dolorido y aturdido por tanto calmante. Harto ya de estar harto. La madre lleva una mañanita de esas de “es la primera vez que me siento”. Ha recogido los abrigos de todos, que estaban ordenadamente tirados encima del sillón, que no sofá, de la entrada. Las mantitas gustosas de ver la tele están hechas burruños en los respectivos rincones que cada cual ocupa en los sofás del salón. Su sitio. Los zapatos a la entrada, al lado de la puerta. Porque me los voy a poner mañana. Ha quitado vasos de agua de todas las mesillas de noche. Y por supuesto, ha subido el Trombocid a la caja de las medicinas. Y antes de que la vena se permute en tendón, contesta “en su sitio”. La bronca no emerge porque es un domingo de paz. Pero a mediodía, ella, que sigue queriendo ejercer de madre, que sigue educando, saca el tema medio en broma. Ahí sí que estalla la tercera guerra mundial. Porque claro, el hijo reivindica su inmovilidad para poder dejar el Trombocid en el cenicero de plata de la bisabuela que está en la mesa del salón, al lado de los mandos a distancia. Sin percatarse de que la gotita del tubo mal cerrado pueda caer en el preciado y querido objeto. Y la madre, por su parte enfila con la pereza del chaval de no echarse el ungüento al salir de la ducha y no tener así que dejar en medio todo, ni necesitar ayuda de cámara. Se empieza por el Trombocid y nunca se sabe dónde puedes acabar.

En fin. Si no tiene sitio el Trombocid, no quiero hablar del termómetro, que lo ves todos los días menos ese en el que tu santo pasa la noche sin dormir, sudando a la gota gorda, malo, malísimo. Pero como es así, se empeña en ir a trabajar. “Ya estoy mejor”, consigues entender del hilo de voz que le sale después de la ducha, que, sonríe, le ha sentado fenomenal. Tú sabes que tiene fiebre y que, a no ser que lo demuestres, se va a meter una Couldina al cuerpo, y va a recorrer los 200km que se echa a la espalda cada día, de ida, y a la noche otros tantos, de vuelta; para llegar a un trabajo que le apasiona, regentar su campo, entre olivos y bichos. Pero no le gusta tanto como para salir con sus 40º. Pero ¿Dónde has puesto el termómetro? ¿Dónde lo habré puesto? Piensas mientras le besas al marcharse. A veces el orden o su falta puede ser motivo de desgracias.

No hay comentarios:

Publicar un comentario