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30/10/2018

LOS PLAGIOS DEL PRINCIPITO


Estoy hasta la coronilla de las bobadas que se publican en la red y se atribuyen a Saint-Exupéry a través del Principito. Tengo un respecto enorme por el escritor en cuestión y siento que se revuelve en la tumba cada vez que alguien le cita en internet. Reivindico la sorpresa y la privacidad del lector para enfrentarse a la magia de tan maravillosa historia.

Saint Exupéry dijo la verdad. A mi hija le enseñé un dibujo muy especial y me dio una respuesta que me dejó helada. No voy a caer en la trampa de desvelar secretos. Pero, por supuesto no había leído El Principito porque no sabía leer. No tenía ninguna información que contaminara su contestación. Le salió del alma. Así que, cuidadito con lo que se dice de S. E. La realidad supera siempre a la ficción. Es verdad. Sin embargo, nunca podrá ir más allá de la imaginación.

Hay club de fans del Principito, que imagino no se llamarán así porque se creen mucho más interesantes. Caminan a un palmo del suelo, porque sienten que entienden aquello de lo que los demás no nos damos ni cuenta. Cuidadito con no tener en cuenta a ese “los demás”. A veces las sorpresas son enormes. Son tan intensos y tan falsos que aburren. Seguro que han copiado de aquí y de allá. Decoran frases que han recibido y las reenvían. Han prostituido algo inmaculado. Se venden camisetas con eslóganes atribuidos al pequeño príncipe.

Los sesudos críticos del libro, que no sé si lo han leído o se lo han empollado sin disfrutarlo; (¡Qué pena! Con lo que mola el Principito) los eruditos del Principito le han hecho una autopsia. Para eso hay que romper el libro, abrir en canal la historia. Sacar cada una de las vísceras, cada palabra y colocarla en un frío recipiente metálico.  Extraen el corazón con instrumental de detalle, hacen el análisis sintáctico y gramatical desordenando palabras; aislando conjunciones y rompiendo estructuras. En fin, a base de descuartizar lo que es una maravillosa lectura, la han convertido en tesis doctorales, cum laudes y clases magistrales. ¡Qué pesadez! Así no me extraña que los niños no quieran leer. No digo más no vaya a ser que me convierta J






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