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17/02/2021

ACABÉ PIDIÉNDOLE UN CV


Puesta en escena: Revisión de examen. La chavala, porque era una chica, no tenía ni idea. Me limito a exponer los hechos. Yo no soy machista, que no lo soy. Soy ingeniero del éter, catedrático de estructuras aéreas y volátiles, licenciado en lo sutil. Inmiscible mi visión racional y objetiva del universo, con sospechar siquiera que existe una diferencia intelectual entre sexos. Solo admito la científica, anatómica, fisiológica. Porque racionalmente, sé que es falso que unos sean superiores a otros, diferentes, eso sí.

Lo bueno de la ingeniería, y en especial la de Éter es, que a diferencia de otras disciplinas, aquí cuanto más sabes, menos fallas. En campos más humanísticas, el conocimiento no ocupa lugar, abre compuertas a la duda. En la ingeniería sí ocupa, y alimenta argumentos.

Cuando yo era pequeño, una tarde cualquiera, oí a mi padre, abogado del Estado, hablar con un conocido. Calle Real arriba, calle Real abajo, de la Catedral al Acueducto, repasábamos la vida, como tantos segovianos al atardecer, familia de paseo, Mi madre enhebrada a su brazo, mis hermanos y yo rondándoles  satélites, para pedir consejo o permiso y dinero para chuches. Sin alejarnos en exceso, tensando y arrugando a intervalos variables el hilo invisible que une a los padres con sus hijos. En uno de esos acercamientos, mis padres se habían detenido, gustosos, a saludar a una pareja simétrica. Los caballeros se tocaron el ala del sombrero que cubría sus brillantes calvorotas, con una levísima y coqueta inclinación. Ellas sonrieron, mi madre orgullosa y satisfecha, apretando el antebrazo de papá. Tras un intercambio formal de frases cortas interesándose a partes iguales por la salud, el tiempo y los negocios, el conocido espetó tremendista: "No somos nadie". Casi a modo de confidencia, bajando un poco la voz. Como si solo entre varones pudiera digerirse. Mi padre altanero repuso, "No lo será usted, yo soy abogado del Estado". Pues yo lo mismo, soy ingeniero del Éter. Sí soy alguien. Me sumerjo en la atmósfera y hago cábalas que siempre tienen respuesta. Soy feliz entre formulaciones y números que danzan. Utilizo simbología que organiza mis días y mis ideas.

Por todo eso, soy incapaz de manejar lo que hoy se conoce como empatía. No soy simpático, como no lo fue mi padre ese día. Siempre digo la verdad. Suelto las cosas como son. No me enorgullece mi comportamiento. No sé hacerlo de otra manera. La chavala en el examen hizo un trabajo desastroso. Y tuvo el valor de pedir revisión del ejercicio. Me produjo cierta curiosidad la camicace actitud. Vamos a ver, el éter es lo que es y los ingenieros del éter diseñamos objetos virtuales según unas normas estrictas e inamovibles. Que si uno no se lo sabe, no tiene cosquillas. No es un ejercicio para lucirse. Es concreto. De solución única, no susceptible a ambigüedades.

 

El examen era “on line”, como manda la actualidad. Las instrucciones claras, un programa recién inventado para controlar los movimientos de los examinandos, que si les molesta el pelo o entra una avispa en su cuarto ya les puede picar porque moverse no se van a mover. Deben tener a mano el Urbasón. El programa (respondus) graba al alumno durante el acto del examen. Y como se le ocurra tocarse una oreja o levantar la mirada porque está pensando o se ha apagado la luz, lo tiene crudo para explicarse. El caso es que Margarita, se llama mi amor, se presentó al examen, sin tener ni idea. Con un por si acaso escrito en la frente. Habían hecho un trabajo de grupo, para subir nota. Contaba el 40% del 60℅ de la nota final, siempre y cuando la nota mínima de cualquier ejercicio no hubiera sido inferior a cuatro y ponderando cada nota con un coeficiente multiplicador que depende fundamentalmente de la asistencia a clase y los problemas presentados a tiempo, así como de la intervención. Total. Súper sencillo. Cual Camote de conocidos hermanos- Pues Margarita, que va a clase de manera frugal. Cuando le apetece y le conviene. Se tienen que dar algunas circunstancias simultáneamente, que ningún amigo ha dado positivo en el bicho, que no se encuentra con nadie para tomar algo, tampoco es que haya muchos candidatos, con el confinamiento. Pero ella es hábil para encontrar excusa. En fin, una chica normal. Pues Margarita empezó por culpar al sistema, es decir, al ordenador, que había desconfigurado su pdf. No he oído mejor excusa. Cogió la linde, que había trabajado, que tenía interés por la asignatura, que creía en la ciencia. A mitad de argumentación yo desconecté. Incapaz de procesar ese torbellino de emociones. Lo que me dejó clarinete es quién sería la próxima directora comercial de mi modesta empresa de ingenieros ilustres. Le pedí que me enviara con urgencia su currículum actualizado

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