Seguidores

26/09/2021

SÚBEME LA CREMALLERA



Como admiradora de los psiquiatras que soy, sé qué límites no se deben rebasar. Además de los enseñados, están los aprendidos. Hay evitar la transferencia médico paciente y la identificación con  éste. Dos líneas básicas que abarcan mucho más de lo que parece. 

Pero también hay cositas que no hace falta que nadie me enseñe y no están en ningún libro. A mi marido le encanta o le encantaba decorar la casa. Me dijo un día que hice un comentario sobre un lámpara "de eso me voy a encargar yo" Aun no nos habíamos casado, ni habíamos fijado fecha. Yo agradecí. Era estupendo, con una idea del espacio y los volúmenes de genio. Lo cambiaba todo de sitio y cuando yo llegaba a casa ¡sorpresa! A mi me encantaba. Siempre pensaba en los detalles, una lámpara cerca del sillón de lectura, la luz entrando por la izquierda. Las mesitas auxiliares, dónde colgar toallas o trapos de cocina, el hueco para guardar las chuches, poner las llaves o descansar los pies si es hora de relax. Era genial. Lo hacía con ilusión. Con proyecto, proyección. Lo hacía como era él. En una consulta psiquiátrica eso es inviable. La estanqueidad es vital para el tratamiento. Los muebles deben ser de barco, atornillados la suelo si es posible. La limpieza impoluta. La luz siempre la misma, en intensidad y brillo. Y sin cambios. Nada de bombillas fundidas o relojes sin cuerda. Hay pacientes que no dejan pasar un detalle. Ni libros desordenados, ni apuntes fuera de lugar. Nada. La consulta es el espacio del paciente, y durante su sesión es suyo, igual que su tiempo. Aunque a la hora siguiente sea de otro. Eso no cuenta. Es una multipropiedad en toda regla, igual que Marina Dors, ciudad de vacaciones; solo que la duración es otra y las lágrimas abundan más. Si en algo se altera el mobiliario o el orden, puede provocar una pérdida de un par de sesiones en analizar y darle vueltas al por qué. Aunque la razón del cambio sea bobada. ¡Y ojo! , a lo mejor le viene de maravilla al doliente, y se quita una espina en el camino. Pero se trata de no interferir y más vale no arriesgar. 

El otro día una amiga, que sí tiene una consulta, y es de tomo y lomo, decidió ponerse un vestido que se abrocha atrás. Con cremallera. Olvidó por un momento que vive sola, que no tiene pareja, y que ese gesto tan íntimo de retirarse la melena, agachar la cabeza un poco y con una mezcla de pudor y alegría, decir "¿me subes la cremallera? Él roza la pelusa que nace rebelde en tu nuca, la acaricia y hace un rulo y te hace sentir bella; con suavidad y simulada torpeza sube la cremallera lentamente, recorriendo tus vértebras. Al mirarle después, muy cerca, no te cabe la sonrisa en la cara. Un beso pequeño condensa lo mucho que le quieres. Sus manos en tu cara, apretándote un poco los mofletes.  El caso es que mi amiga se quería poner su vestido elegante y no podía subirse la cremallera por mucho contorsionismo que hiciera. Mi amiga iba a la consulta, a cuidar de sus enfermos, tras pasar su propio luto. Mi amiga guarda su dolor y maneja el de otros. Se quería poner ese vestido. Le dio la risa después del llanto, al pensar "a quien le digo yo que me suba la cremallera? " Imaginó la rayada que iba a ocasionar en el pobre recién divorciado, con su gabardina de verano y su abrigo de invierno. Tras esa apariencia de salteador de caminos hay un alma noble que solo llora por su mujer que se ha enamorado del profesor de inglés. Malditos guiris. Y pensar que fue él quién la animó a dar clases. No sale del bucle. Si le dice al hombre de la gabardina que le suba la cremallera, éste no vuelve a la consulta. O esa mujer menuda que se enreda con las palabras, ha perdido pie y seguridad y le tiene miedo al aire que respira. O el jefazo que esconde sus debilidades detrás de un muro, jornadas infinitas de trabajo. Sin dormir ni comer, trabajo, trabajo, trabajo. Melenas y barbas domadas en la peluquería caballeros. Un exterior perfecto que cubre un fenomenal desorden. O el niño que no quiere ser mayor. Y no lo es. A cualquiera que le pidiera ese pequeño gesto de subir su cremallera, le hacía un lío seguro. Así es que optó por pedírselo a la cuidadora de Tere, la vecina, pobre, que no puede caminar, con sus manos artríticas Tere no resulta de mucha ayuda. La cuidadora diligente le sube la cremallera. 

A veces se está muy, pero que muy solo. Y lo de la cremallera llega a límites insospechados, porque otra amiga, ésta de las que va siempre apretada, que parece que se le van a saltar los botones y estallar las costuras. No se sabe qué puede ocurrir antes. Ella tampoco tiene quien. En la oficina, como si tal cosa se lo pide a la secretaria, qué resulta llevar un brazo en cabestrillo. Muy dispuesta se acerca al macizo de su subordinado, además joven y listo. Éste, ni corto ni perezoso se pone manos a la obra. A mitad de camino se le escapa" Jefa, es qué no te cabe, no sube porque te está pequeño" Un "tierra trágame' en toda regla. 

Ahora me han enseñado una técnica para no pasar vergüenza, se ata un hilo al enganche y se sube tranquilamente. No hace falta nadie. Eso sí, el hilo, aunque sea de oro, no es lo mismo que tus manos. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario